Una sangrienta disputa fue protagonizada por varios taxistas en la urbe capitalina, con saldo de heridos y muertes a machetazos. La recogida intempestiva de pasajeros de manera inadecuada pareció el detonante. La acera ensangrentada, la larga agonía de la víctima y los asustados pasajeros involucrados abren el escenario de una jornada criminal que pasará a los tribunales con síntomas de un desordenado esquema de transporte selectivo.

En otro sitio, un vehículo amarillo se atravesó delante de un Metrobús y empezó una airada discusión en que uno reclamaba que el otro lo cruzó intempestivamente. El enojado taxista subió al bus, dio una trompada a su oponente y se fue en medio de denostaciones, insultos y con gente que en sus asientos no creía lo que sucedía. Un oficial de policía que se acercó con posterioridad, recibió la queja del golpeado conductor de la unidad colectiva.

Episodios aislados en las calles, avenidas, tanto en las urbes como en la periferia, dan el escenario de una actividad que cada día empeora por diferentes causas que tienen que ver con una desgastada política de transporte terrestre y falta de formalidad y, sobre todo, de cumplimiento de las disposiciones. Los usuarios son los que se perjudican con la suma de inconsistencia del servicio, que no parece tener freno o desenlace.

¿Hay alguna racionalidad en encontrar a las 10:00 de la mañana en la plaza 5 de Mayo una cantidad que pasa las cincuenta unidades que busca del cliente posible? La oferta excede en mucho la demanda, mientras en otros sitios resulta imposible ubicar un vehículo que atienda las necesidades de desplazamiento. Surgen estaciones o ‘piqueras’, donde voces altisonantes ofrecen a como dé lugar un rápido recorrido para quien demande el uso.

¿Qué encontrará la dama o el caballero que quiere movilizarse? Es una especie de lotería, donde si el interior del auto está con un aseo deseable, puede que tenga que aguantar la trasmisión radiofónica de la charla religiosa de algún pastor que promete alcanzar los favores divinos. También puede haber una selección de los últimos discos de reggaetón, u otros ritmos que son predilectos del conductor, quien no pregunta a su pasajero sobre sus deseos.

El aseo de quien está detrás del timón, su vocabulario, sus destrezas en ocasiones asombran a quien utiliza tal transporte. De igual manera sucede con las tarifas, que representan un buen ejemplo de especulación, disfrazada de costo. Usted puede ir del punto A al B y le cuesta un precio; luego toma otro taxi con el destino opuesto, del punto B al A y verá dos cantidades totalmente diferentes. ¿Quién controla esto?

La situación de quienes manejan taxis es otra frustración para ellos. Han surgido empresas, por lo general en manos de extranjeros, que arriendan los autos por una cuenta diaria. Esto ocasiona esa competencia feroz por alcanzar el mínimo para pagar a la compañía dueña. En muchas ocasiones, quien alquila el vehículo no tiene la mayor experiencia y sale a la calle a ver cómo puede atender a una clientela que también es agresiva.

¿Hay regulaciones? Sí, pero nadie parece darse por enterado. ¿Cómo se llega a ser conductor de taxi? Solo hay que tener necesidad y ganas. No hay una formación, se requiere nada más la licencia y salir con mucho coraje. El otro tema tiene que ver con los cupos. Amigos, partidos, contactos pueden lograr una oportunidad y ‘meter’ el carro a rodar. Cada vez que termina una administración, deja detrás un nuevo volumen de salvoconductos y crece la flota.

Es un campo en que las autoridades no quieren meterse mucho porque todo está lleno de favores. ¿Cuándo se establecerá una tarifa realista y que sea obedecida por todos? Es un gran secreto que nadie se atreve a contestar y donde cada conductor aplica su ‘noble’ y particular criterio para empeorar un transporte terrestre que difícilmente se puede comprender.

*El autor es periodista

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