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- 26/06/2022 00:00
Entre Sergio Ramírez y Wang Meng
No son suficientes trece años en China para ser un “Zhongguo Tong”, la acostumbrada referencia china que otorga un reconocimiento ameno, un poco exagerado, pero muy afectivo. No obstante, la trayectoria sí permite acumular narrativas, cuentos y anécdotas chinescas. En algún momento descubrí un evento que me conmovería: ¿Qué comparten Sergio Ramírez, Premio Cervantes de Literatura 2017 y Wang Meng, exministro de Cultura China?
Celebrando el descubrimiento de estos dos grandes personajes, la inquietud desprendió otra interrogante: ¿Cumplen los programas de becas chinos su leitmotiv?, ¿Cuál era el objetivo que yo fuera a estudiar a China? Supongo que la pregunta correspondía en ser un “puente” entre dos culturas. Mientras dejaba la respuesta a los sabios, me enfoqué a descubrir a estos dos personajes de la historia, política y literatura de sus países. Paradójicamente entre más me deleitaba con los personajes, le daba forma, al menos eso parecía, a la respuesta.
En tiempos de trasformaciones políticas y sociales sin precedentes para China y Nicaragua, Wang Meng y Sergio Ramírez fueron revolucionarios militantes en el proceso de lucha, triunfo y gobierno revolucionario, y convencidos políticos de simbólicos coloridos (uno rojo y el otro rojo-negro). Igualmente, ambos experimentaron los impactos de ella en la cultura. Como escritores, en su “hacer literario”, contaron tensiones decididamente irresueltas y existentes del espíritu revolucionario, su desconcierto y desilusiones. Sus personajes y eventos están llenos de claroscuros, pasiones y contradicciones, pero entrelazadas con el sentido humano. La crítica social difiere en su forma. La voz de Ramírez es más contundente y directa, en cambio, Wang Meng la adoptada casi sin pronunciarla y no busca dictaminar a sus personajes, sino recuperarles el lado humano.
La re-educación de Wang Meng y la huida de Sergio Ramírez testimonian lo arriesgado de estar entre la frontera de lo político y la literatura. La narrativa literaria deja preguntas y las adhesiones políticas a menudo las limita, por eso se entremezclan con recelo y fascinación. Esta interacción fascinante y recelosa entre literatura y política creó en estos autores una literatura que, al relatar más contundentemente sobre la incomodidad de ciertos fenómenos socioculturales, se desprende de la política.
Quizá los rasgos más testimoniales de los cuadros de “Un joven recién llegado al departamento de organización” (1956) y el testimonio presencial de “Adíos Muchachos” (1999) sea el afán de integrar variantes políticas y sociales a través de la literatura. Pero el componente inspirador y común y el más perdurable es obviamente el escurridizo momentum histórico de la revolución. Ambos escritores legitiman y validan voces de críticas no al margen de la historia —asechada por el olvido— sino con relatos que más que repararla, buscaban rescatarla. La paulatina y argumentable narrativa de Sergio, es un vívido desaliento, es el desencanto latinoamericano —evidentemente aún no terminable. Para Wang Meng entrelazando un terreno sensitivo entre política y literatura, su ingeniosa habilidad y gentil relato rehúsa otorgarle un tenor amargo o condena directa. En cambio, extrae una resignación melancólica que narra el presente de China. El legado de ambos deviene en la tarea todavía pendiente: la transformación.
El patrón tan similar en sus dobles-oficios, de la historia de sus países, de sus testimonios, así como la expresión literaria, nos muestran que no somos tan diferentes, tan lejanos ni tan distantes como la distancia física y desconocimiento cultural exageran justificar. Tal vez aplicamos otros modelos de solución, pero el componente humano es el mismo. Sergio Ramírez y Wang Meng pertenecen a la colección esencial para la comprensión de nuestras sociedades y un guiño a la academia. Entre realidad, ficción y testimonio no dejarán de ser nunca uno de mis autores de cabecera en la dimensión Latinoamericana-China. Para los panameños, Wang Meng les permiten comprender que el mundo chino es amplio y se expande más allá de Confucio y gastronomía. Son los hermosos y cómicos poemas de Li Bái, el humanismo de Lu Xùn, la crítica social de Dù Fu, la sabiduría taoísta de Zhuangzi y Laozi, y por qué no, también Yú Huá, Yán Liánke y Gao Xíngjiàn. Y para los chinos, Sergio es reconocer que Latinoamérica es también verdaderamente vasta, más allá de los maravillosos relatos del mundo macondiano del maestro Gabo, “década perdida” y recursos humanos.
Retornando a mi dilema, efectivamente asistí a un encuentro entre América Latina y el Lejano Oriente. Inesperado, inusual, convertido en un acercamiento y profundizado en un sentido de familiaridad con China. Estas líneas trasmiten un modesto aporte como referente de una experiencia trascendental e intercultural que brindan estas oportunidades y la misión de promocionar entre nosotros una mayor comprensión.
¡Gracias Sergio! ¡Gracias Wang Meng!