• 10/07/2024 23:00

Santa Librada milagrosa

[...] nuevos pobladores [...] trajeron consigo la primera imagen de Santa Librada junto con el altar de la iglesia que en aquella ciudad ( La Ermita de la Santa Cruz) ocupara

Durante la invasión y destrucción de la ciudad de Panamá, La Vieja, por el pirata Henry Morgan, en enero de 1671, un grupo de habitantes de aquella ciudad, arribaron a las playas de Mensabé, a la ‘Boca de La Laja’, desembocadura del río Mensabé, en un destartalado galeón. Pescadores guiaron a estas familias tierra adentro hasta una aldea llamada La Ermita de la Santa Cruz, donde habitaban “gente como ustedes” provenientes, según el profesor Bolívar De Gracia, del naufragio de un galeón español que se dirigía a la conquista del Perú.

Los nuevos pobladores construyeron sus casas con las tablas y restos de su navío, trajeron consigo la primera imagen de Santa Librada junto con el altar de la iglesia que en aquella ciudad ocupara. Milagrosamente, Santa Librada, desplazó la Santa Cruz y logró que se construyera la iglesia, que hoy ocupa, sin opacar la devoción por la Santa Cruz, que se mantiene en Las Tablas. Desde entonces, a Santa Librada se le atribuyen increíbles milagros.

Devotos como Esperanza Gallardo, originaria del corregimiento de Paritilla, perteneciente al distrito de Pocrí y residente en el corregimiento de Santo Domingo, da fe de uno de esos milagros; quien muy atribulada por la enfermedad de su hijo Justo Pastor, cuyo diagnóstico médico indicaba un alto riesgo de perder la vida, se acercó a la iglesia de Santa Librada y en vista de sus escasos recursos económicos que le impedía ofrecer una ofrenda material valiosa, que justificara o estuviera a la altura del milagro solicitado, como era la curación total de su hijo; ofreció la insólita “manda” o promesa, de montar un toro en una de las fiestas paganas que se celebran cada año, a partir del 20 de julio y por cinco días, en Las Tablas.

Años después de la manda, la mejoría del joven enfermo fue notable, razón por la cual, al aproximarse julio de 1973, Esperanza, averiguó quién era el dueño del ganado que se jugaría en la plaza Praga, el último día de toros. Se trataba de un señor oriundo de El Pedregoso, conocido como Nengue González. Se presentó a su casa y le expuso el motivo de su visita, el señor trató en vano de que olvidara su intención, por lo que, accedió autorizándola para que eligiera el toro, temeroso de lo que pudiera sucederle a esta dama valiente quien arriesgaba su vida, pagando una manda por la salud recuperada de su hijo.

El 23, último día de fiesta, Esperanza, casi no durmió la noche anterior, pensando en que si a Santa Librada le agradaría su sacrificio, al pagarle la manda por la recuperación de la salud de su amado hijo, pero ya era una decisión tomada. Como a las dos de la tarde se acercó a la plaza Praga, acompañada de un grupo de familiares y amigos que trataban de disuadirla, para que cambiara el pago de la “manda”. Se vistió con un pantalón azul, un suéter rojo, cutarras y sombrero pintao; se acercó al toril, seleccionó el toro más grande y hermoso, lista para la faena.

Prepararon el vacuno y llegó el momento de montarlo, Esperanza trepó los postes del toril, la ayudaron a colocarse sobre la bestia y cuando estuvo lista y ante la expectativa de la concurrencia, se dio la orden de “larga el toro” y se abrió la puerta del toril. El animal, de alrededor de 1,300 libras, estaba hecho una fiera. Su hijo Justo Pastor, ya recuperado, se “pegó” al rabo del toro para restarle un poco de fuerza. Luego de dar por lo menos cuatro enormes y poderosos saltos, Esperanza, se mantuvo hasta que el toro cayó y ella fue rescatada, sana y salva, lista para “jugar el toro”.

Esta hazaña, recordada por el señor Juan Cedeño, del corregimiento de El Carate, quien la presenció, se refiere a ella con mucho respeto, como una de las más grandes e increíbles “mandas” ofrecidas y cumplidas a Santa Librada, pues no solo el hijo de Esperanza Gallardo, sanó milagrosamente, sino que rinde testimonio de la valiente acción de su madre, hoy de 90 años.

Pocas personas se enteraron de lo que ocurrió al día siguiente. El mayoral de la finca, llevó la infausta noticia al dueño; que el toro amaneció muerto en el potrero. Al enterarse Esperanza, visitó nuevamente al dueño del toro, para ver de qué forma le pagaba el valioso animal. La respuesta de Nengue González, fue: “de ninguna manera señora, nada vale la vida del animal más valioso, comparada con lo que vale la vida de su hijo, usted no me debe nada, vaya tranquila”.

Preocupados por la seguridad de Esperanza, luego de montar el toro, a los encargados del ganado se les olvidó soltar la “cincha”, que es obligatoria para la monta de una res; por lo que se asume, que debido a este hecho, el toro murió; sin embargo los creyentes, estamos seguros de que el milagro fue, la muerte del animal, por la vida del hijo de Esperanza Gallardo.

El autor es escritor
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