• 25/07/2024 23:00

Razones por las que escribo

[...] llenar los vacíos de la soledad; desafiar la inercia; retar al insomnio; lidiar con la angustia existencial; reconstruir traumas borrados durante años, pero vueltos a aflorar; imaginar lo imposible por el puro gusto de hacerlo; desafiar intocables tabúes; hacer público lo que pienso sobre temas escabrosos o controvertidos [...]

Si bien los escritores podemos tener en común algunas razones por las cuales escribimos, es indudable que cada quien tiene las suyas y que éstas pueden ir cambiando en la medida en que la vida avanza y nos transforma. Explico algunas de las mías en un libro de 2014, titulado Esa fascinante magia de escribir. En alguna de sus partes hago razonamientos muy elaborados dirigidos, sobre todo, a otros colegas escritores y a estudiosos de mi trabajo literario; pero el enfoque central alude al placer de crear y no a otras variantes más elementales.

Pero ahora, tras más de 60 años de escritura continua me hago una pregunta mucho más sencilla, una que sin duda podría hacérsele a cualquier escritor: ¿por qué escribes? Y en mi caso muy particular: ¿por qué tanto y tan seguido? Mentiría si digo que hay una sola respuesta, como suele responderse en las entrevistas en aras del poco tiempo y espacio disponible del entrevistador. Sin embargo, puesto a meditar, me doy cuenta de que yo mismo quisiera saber más al respecto. Y la razón es muy sencilla: este año 2024 que transcurre y a la edad que hoy tengo (79 años) no he dejado de escribir, al menos un párrafo, cada día. Generalmente cuentos y poemas. Un hábito que empezó en mi adolescencia.

Lo cual me hace recordar con emoción que fue en un lejano 1965 que el ministerio de Educación de Panamá publicó mi primer libro de cuentos Catalepsia, al haber merecido una mención honorífica en el Concurso Ricardo Miró del año anterior. Cómo olvidar que me tocó en suerte que mi primer editor fuera nada menos que Rogelio Sinán (1902-1994), quien era director Nacional de Publicaciones de dicha institución, en aquella época. Con él habría de aprender los rudimentos básicos que debe tener un libro para ser publicado pulcramente, así como la necesidad de una revisión en fondo y forma de la escritura misma antes de entregarlo a la imprenta.

Además, gracias al apoyo moral de Sinán pude repasar con él mis primeras motivaciones para querer escribir cuentos; en realidad era la primera vez que lo hacía, por lo que me imagino que igual le sucede a no pocos autores en sus inicios. Porque la falta de orientación certera suele generar desatinos de los que habremos de arrepentirnos más adelante.

Algo similar habría de ocurrirme en 1971 en el Centro Mexicano de Escritores, bajo la mirada crítica y certeras recomendaciones de dos grandes escritores mexicanos de la época: Juan Rulfo y Salvador Elizondo mientras en su taller literario escribía Duplicaciones, la colección de cuentos que más prestigio habría de darme tras su publicación en Editorial Joaquín Mortiz, en el México de 1973. Varias de las motivaciones que me llevaron a escribir ambos libros todavía hoy siguen vigentes de alguna manera, razón por la que he creído pertinente mencionar ambas anécdotas.

He aquí entonces la sorprendentemente larga lista de algunos de los motivos que en un momento u otro todavía hoy me impulsan a escribir. Como se verá, hay de todo, “como en botica” (solían decir los abuelos). Los menciono al azar, sin un orden de prioridad. Ellos son: llenar los vacíos de la soledad; desafiar la inercia; retar al insomnio; lidiar con la angustia existencial; reconstruir traumas borrados durante años, pero vueltos a aflorar; imaginar lo imposible por el puro gusto de hacerlo; desafiar intocables tabúes; hacer público lo que pienso sobre temas escabrosos o controvertidos; darle voz a las variantes del miedo; facilitarle el vuelo a la creatividad cuando se mantiene inerte mucho tiempo; estimular el oficio reproductor de imágenes que tienen los espejos; lidiar con el deseo sexual reprimido.

Pero también: solidarizarme con los oprimidos sin parecer demagógico; romper reglas absurdas por el puro gusto de hacerlo; hacer real lo materialmente imposible; querer ser el otro; salirme por la tangente mientras le encuentro la quinta pata al gato; trascender la muerte viviendo múltiples vidas imaginarias; intentar sentirme como un narrador omnisciente como si fuera Dios mismo poniendo un poco de orden en su creación ...

No me alcanzaría la vida si pretendiera poner en blanco y negro todas estas motivaciones y sus múltiples variantes, además de otras muchas que aún no se me han ocurrido, pero que ya siento vibrar en las entretelas de mi alma. Y es que no siempre son tan explícitas como para poderlas nombrar, mucho menos explicar. En otras palabras, cualquier pretexto es válido para sentarse uno a dos nalgas a crear cuentos, poemas, novelas, obras de teatro, incluso ensayos, siempre y cuando el ingrediente elemental de todo ello esté presente de antemano: la creatividad.

Uno de los problemas más serios de un escritor es cuando, consciente o inconscientemente, a la edad que sea, se empieza a repetir; a veces dándose cuenta plena de ello, pero otras sin advertirlo ya, de tanto que ha escrito. Espero no sea mi caso, no en forma tajante y definitiva. No me hace gracia alguna ser un autómata de mí mismo.

El autor es escritor, profesor universitario jubilado
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