• 24/07/2021 00:00

El puente de Calidonia

“Ingrato y doloroso capítulo de la Guerra de los Mil Días, en el que valientes patriotas, ansiosos de librarse del yugo conservador, perdieron la vida en el puente de Calidonia”

En el alegre, agitado y bullicioso corregimiento de Santa Ana, muy cerca de la Plaza 5 de Mayo, encubierta bajo la sombra del viaducto 3 de Noviembre, está la estatua de Mahatma Gandhi, “apóstol de la paz”. Es ese pequeño sitio conocido popularmente como la plaza Gandhi y nombrado parque de los Mil Días (lo señala un letrero de cemento que poco honor le hace a los capítulos de la historia patria que allí se han desarrollado).

En sus cercanías, hace 121 años, casi 800 patriotas del istmo entregaron sus vidas luchando por sus convicciones en el otrora “Puente de Calidonia”, paso elevado sobre las vías del ferrocarril interoceánico que permitía el acceso a la ciudad.

En este capítulo de la Guerra de los Mil Días destacan como protagonistas los dos partidos, el Liberal y el Conservador y sus personajes principales, Belisario Porras, Emiliano Herrera y Carlos Albán.

En el istmo, desde marzo de 1900, se vivía en carne propia la fratricida guerra. La fuerza liberal, liderada por un enjuto tableño de redondos lentes, y denso mostacho, don Belisario Porras, acompañado del colombiano Emiliano Herrera, había recorrido el occidente del istmo, logrando constantes victorias y su ejército aumentaba por entusiastas jóvenes que se unían a su paso por cada pueblo.

Luego de la victoria en el cerro La Negra Vieja en Bejuco, los liberales avanzaron y en La Chorrera establecen campamento. Los ciudadanos de la capital conocían lo cerca que estaban los rebeldes y mientras unos organizaban la bienvenida, presagiando el triunfo Liberal, otros huían, escapando de la guerra.

Para el 25 de julio planifican el ataque liberal a la ciudad, por dos frentes; Herrera atacaría por Perejil y Porras lo haría por Boca la Caja. Porras parte por mar hacia Farfán, mientras Herrera se desplaza hacia Corozal. El día 21 la trifulca inicia prematuramente; el general conservador Carlos Albán (jefe civil y militar del istmo), presionado por la diplomacia extranjera para que la batalla se desarrollara lejos de la ciudad, salió a enfrentarlos. Enfiló su ejército por la vía más expedita, las vías del tren. Los liberales del batallón “Uribe y Uribe”, por pura casualidad, descubren a los conservadores y de inmediato les cortan el paso; los “Libres de Chiriquí”, apoyados por los escuadrones “Patria” y “Libres de Colombia”, los acorralan y aseguran rápidamente la victoria liberal.

Albán, en su angustiada retirada, al volver a la ciudad, pretende imitar la previa cobardía de los colegas Losada y Guerrero, refugiados desde días atrás en la fragata inglesa “Leander” surta en Flamenco. Pero por no encontrar su chalupa lista, luego de reprender y castigar a Reinaldo Hincapié, removiéndolo de la capitanía de puerto, se ve obligado a seguir en su puesto y enfrentar la realidad.

Otro general conservador, Víctor M. Salazar, que cumplía misión diplomática en la ciudad, advirtió el nerviosismo y recelo de su colega, y se involucra asistiendo al turbado Albán, proponiéndole estrategias para defender la ciudad. Para ello cavan zanjas y preparan trincheras con láminas de acero, rieles y durmientes del ferrocarril. Además, se arman con ametralladoras calibre 50, donadas por los cónsules, con la recomendación explícita de apuntarlas hacia la entrada del puente (previamente esos mismos señores, habían convencido a Herrera de atacar la ciudad por ese lugar).

Herrera por su parte, incumpliendo el plan liberal, se adelanta y avanza hasta Perry's Hill (Perejil), donde establece campamento. Mientras tanto, Porras y su batallón oculto en la playa de Farfán esperaban la fecha del 25 para trasladarse a Boca la Caja.

Un liberal salvadoreño muy valiente, de apellido Manzano, la noche del 23, por iniciativa propia, reptando sigilosamente, logra acercarse a las líneas conservadoras y se impresiona al ver las robustas armas y los férreos aparejos. Raudo vuelve al campamento y muy alarmado le informa al general lo observado. “No importa, habrá sus difuntos”, contestó Herrera, “El puente será nuestro; dos horas y es bastante”, otro ripostó.

El 24 de julio, a las 08:00 horas, embriagado de triunfo, cegado por la ambición y embaucado por los cónsules, Emiliano Herrera desde la loma de Perry ordena el prematuro ataque. La arremetida liberal fue cumpliendo rigurosamente lo solicitado por los cónsules (evitar daños a la ciudad, atacando por un solo punto, el puente). Estos cónsules jugaban política con los dos bandos.

El nefasto puente se convirtió en “callejón del infierno y túnel de la muerte”. La turbamulta liberal, fue acribillada desde las trincheras conservadoras, cayendo Temístocles Díaz, Joaquín Arosemena y muchos más, incluyendo mozalbetes e imberbes novicios que al grito “Viva el Partido Liberal”, en su desordenada embestida, resultaban abatidos.

Se vuelve a escuchar el clamor “¡Viva el partido Liberal!” y otro batallón, casi ajeno a las artes de guerra, acomete el puente esquivando o saltando sobre los cuerpos inertes. Los calibres 50 vuelven a tronar, impactando a la tropa, segando y desmembrando rápidamente su bisoño temple.

Ni el turbión de la tarde interrumpió la macabra escena que se repetía una, otra y otra vez hasta entrada la noche. Luego de más de 700 muertos, los liberales claudican.

Ingrato y doloroso capítulo de la Guerra de los Mil Días, en el que valientes patriotas, ansiosos de librarse del yugo conservador, perdieron la vida en el puente de Calidonia.

Ingeniero

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