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En menos de un mes, el panorama de política exterior ha cambiado de manera extraordinaria en el mundo, en América y en Panamá. Cambio provocado por la política internacional propuesta por el presidente Donald Trump desde el 20 de enero, cuyo resultado ha sido nuevamente un repliegue de la superpotencia y la disminución de su capacidad de alianza con sus amigos más antiguos y permanentes. Estados Unidos, bajo la primera presidencia de Trump, inició un repliegue planetario y miraba hasta con desdén a Latinoamérica, actitud que ha acentuado ahora, obsesionado, además, por la rivalidad con China Popular. Gobernante menos confiable, desprecia las normas y prefiere a los autócratas, su modelo de actuación.
Estados Unidos es nuestro primer aliado estratégico: es el principal cliente del canal interoceánico, el mayor inversionista extranjero justo después de Canadá (por la minería infortunadamente paralizada) con una muy estrecha relación desde mediados del siglo XIX cuando todavía formábamos parte de la República de Colombia. Nacimos como República de Panamá con el apoyo indispensable de Estados Unidos, potencia de la que fuimos protectorado desde 1903 hasta 1939 y aliado en las dos guerras mundiales. En 1904 adoptamos el dólar estadounidense como moneda de curso legal. En 1977 concertamos los Tratados Torrijos-Carter que resolvieron el más grave conflicto con Estados Unidos, restauraron la jurisdicción panameña en la antigua Zona del Canal que desapareció el 1 de octubre de 1979 y recibimos el 31 de diciembre de 1999 la plena propiedad del Canal de Panamá. Estados Unidos es desde hace más de un siglo nuestro principal socio comercial, con el que tenemos también tratados de alianza y de cooperación.
Desde 1914 hasta 1999 Estados Unidos controló el Canal de Panamá y obtuvo la mayor parte de los beneficios de la relación. Era un activo en punto de equilibrio; sin embargo, favorecía a la economía estadounidense, origen y destino de la mayoría de la carga. Se añadía la inmensa ventaja geopolítica de controlar la llave entre los mares en el centro del continente y el ahorro que producía a su marina de guerra durante casi un siglo, lo que arrojaría una cifra colosal. Fue elemento esencial para el estatus de superpotencia de Estados Unidos en el siglo XX. Le costó 375 millones de dólares en 1914 que corresponden a 6.500 millones a finales de 1999.
El Canal de Panamá es hoy muy diferente al Canal entregado por Estados Unidos en 1999: vale más del doble, gracias a 25 años de inversión únicamente panameña, y es manejado mejor que por los estadounidenses. Entre 2000 y 2025 suma 15.400 millones de dólares pagados íntegramente por Panamá: 5.400 millones de dólares en inversiones de capital con las esclusas ampliadas y 5.000 millones en otros trabajos de modernización a los que se añaden 5.000 millones por intenso mantenimiento operativo y manejo de cuenca.
Panamá cumple fielmente todas las normas del Tratado Concerniente a la Neutralidad Permanente del Canal y al Funcionamiento del Canal de Panamá porque además de ser parte principal queremos que así lo advierta la comunidad internacional y se comprometa en esa tarea. Nuestra Cancillería debería promover la adhesión de otras potencias a su protocolo depositado en la OEA, especialmente de la República Popular China con la que debemos mantener buenas relaciones como conviene con la segunda potencia mundial, ribereña del Pacífico y gran usuaria del Canal. Reitero: debemos invitar a más potencias a adherirse a dicho protocolo como México, Colombia, Brasil, Grecia, Turquía, India, Japón, Australia, Nigeria, Sudáfrica, etc.
Debemos evitar nuevos imperialismos como la propuesta de políticos de Estados Unidos arropados por su presidente Trump que amenazan con tomarse el Canal de Panamá bajo el pretexto de que lo mantenemos mal o de que permitimos una fuerte presencia china comunista, también en los puertos ribereños, y de que incumplimos el Tratado de Neutralidad, lo que pone en peligro su seguridad, afirmaciones totalmente falsas. El presidente José Raúl Mulino respondió enseguida con mucho énfasis y actúa con singular prudencia y entereza para defender nuestros derechos y la soberanía de Panamá sobre el Canal. Además, Panamá es líder que fomenta la democracia en la región latinoamericana, amenazada especialmente por Cuba, Venezuela y Nicaragua, gobernados por sátrapas que los han sometido, arruinado y vaciado de hasta 25 % de su población emigrante.
Los panameños tenemos la más baja tasa de emigración de la región y relativamente pocos se radican en Norteamérica, aunque somos un país de paso de emigrantes al Eldorado estadounidense (más de un millón desde 2021), por lo que intensificamos una mayor cooperación internacional también en el tema de seguridad ciudadana, fronteriza, marítima y cibernética. Somos parte del mundo occidental dominado por sus valores democráticos, en su versión latinoamericana y caribeña.
Queda pendiente la gran tarea de fortalecer a Panamá para enfrentar los nuevos desafíos existenciales: combatir la corrupción pública impune que debilita el país, mejorar nuestro sistema de relaciones internacionales, imponer la verdadera educación de calidad, y reforzar nuestra economía igualmente asfixiada por la enorme deuda pública heredada y el clientelismo. Además de cultivar aliados poderosos y útiles para encarar mejor las amenazas externas. Propongo observar con más atención lo que sucede en un mundo que evoluciona con gran rapidez y analizarlo con inteligencia y experiencia para actuar con sagacidad y sensatez de acuerdo con nuestro interés nacional.
Numerosos ensayos publicados y seis importantes libros muy documentados sobre el Canal de Panamá apoyan mis propuestas.