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- 14/08/2023 00:00
La presencia china en Azuero
La presencia asiática en las provincias de Herrera y Los Santos, y más específicamente china, es de vieja data. Se remonta a mediados del siglo XIX, cuando se construye el ferrocarril transístmico, luego se incrementa con el intento de construcción de canal francés y, más adelante, con el canal interoceánico que hicieron posible los estadounidenses.
Los descendientes de Confucio forman parte del flujo de migrantes que incluyeron, también, a italianos, alemanes, españoles y otras nacionalidades. Sin embargo, vale aclarar que esa presencia nunca fue masiva, y al poco tiempo terminó por ser asimilada a la cultura peninsular.
Desde el punto de vista económico, durante aquellas calendas la actividad comercial china se centraba en la existencia de tiendas de abarrotes. Por este motivo lo “chino” aparecía como algo externo a la cultura nativa, como una rareza, como exotismo propio del antiguo Catay. Y, además, porque en esta primera oleada los asiáticos vestían y eran físicamente diferentes, aparte de tener habla, pronunciación peculiar y escaso dominio del español.
No es casual que a lo largo del siglo XX la literatura regional, particularmente en las novelas, aparezcan relatos sobre chinos. Igual acontece con chistes y dichos populares en los que se recoge el influjo de la indicada cultura; porque hasta en la música interpretada con acordeones hay referencia a personajes del grupo asiático. Por este motivo en los pueblos azuerenses se habla de “la tienda del chino...”, para diferenciarla de las otras, que eran mayoritariamente propias del hombre nacido en la zona.
La historia de la presencia china en la región peninsular puede ser clasificada en dos momentos; el que ya hemos esbozados en breves y salteadas pincelas, que comprende la segunda mitad del siglo XIX y se extiende hasta la vigésima centuria. La segunda oleada es más reciente y prácticamente se inicia con el siglo XXI. Esta es otra modalidad, caracterizada por la presencia masiva de asiáticos en todos los pueblos de la península de Azuero. A diferencia de la anterior, parece responder a una planificación por parte de algún ente foráneo, cuyos propósitos rebasan el evento comercial propiamente dicho.
Nos percatamos de que, además de ser masiva, cuenta con financiamiento, porque de otra manera no se explica la expansión de centros comerciales, que ya no corresponden solo a la típica tienda de abarrotes, sino que involucra a estaciones de gasolina, restaurantes, ferreterías, venta de repuestos, construcción y hasta actividades agrícolas y ganaderas.
En poco tiempo el influjo comercial chino se está apoderando de la economía de la región, a tal grado que el comerciante nativo no puede competir con el hegemónico control asiático. Sin caer en visiones xenófobas o de índice discriminativo -porque no faltará la mente desprevenida que quiera ver en estas notas tal propósito e intención-, la verdad es que el tema necesita ser abordado de manera científica, porque los hechos constatados van más allá del tópico comercial e implican transformaciones en la cuestión social y cultural, así como en la propia composición étnica y estructura de poder del hombre que mora en el Canajagua.
Podría argumentarse que la inversión asiática representa una inyección económica a la maltrecha economía peninsular y hasta plantearse la generación de empleo, pero este no es el punto central del fenómeno, sino el desplazamiento de aquellos paisanos que por medio milenio construyeron la zona y que ahora, ante la ausencia de una política estatal al respecto, han quedado a la merced de la voracidad del capital y miran desde la barrera a otros grupos humanos que se apoderan de la plaza.
En tiempos de globalización tal parece ser la secuela de abrir los mercados bajo el argumento de la competitividad y la atracción de capital foráneo -porque no negamos que tal apertura tiene que darse en la época contemporánea-, pero no al extremo de desproteger a la gente que mora más allá del puente de Las Américas.
Lo que estamos viendo en la región de Azuero ha sobrepasado los límites de la tolerancia y se constituye en un abuso por parte del grupo humano al que la región ha abierto los brazos, porque se puede ser hospitalario, pero no al extremo de entregar la casa al visitante, quedar convertido en cliente y renunciar al derecho a ser empresario o a trazar su propio destino.