- 18/02/2015 01:00
Un papa argentino y un cardenal panameño
Vivimos un momento histórico de la Iglesia Católica. Para gozo de nosotros, latinoamericanos, es el nuevo rumbo que ha tomado la iglesia y el papel preponderante que tendrán las experiencias, inquietudes y aspiraciones de millones de católicos en esta parte del mundo. La incursión de América a la cúspide de la Iglesia Católica, tras cinco papas europeos que dirigieron la Iglesia de 1958 a 2013, ocurrió con la elección del papa Francisco; y ahora, con la creación del cardenal Lacunza, correspondió el turno a nuestro país. Atrás quedarán, al menos por un tiempo, los conceptos que, con la proverbial cultura europea con tintes italianos, polacos o alemanes, intentaron moldear la fe y conductas de los feligreses americanos, especialmente de los panameños.
Ambos hechos son indudablemente significativos: ambos se sustentan en la exquisita espiritualidad, vocación religiosa, formación académica y sensibilidad sacerdotal de los elegidos. Basta consignar que según el Código Canónico los cardenales son escogidos entre quienes se destaquen ‘por su doctrina, costumbres, piedad y prudencia en la gestión de asuntos’ y ambos demostraron poseer esos atributos para ser nombrados al Colegio Cardenalicio.
Dando por descontadas su formación y espiritualidad, es pertinente considerar el bagaje de virtudes y antecedentes personales que, como individuos, aportan a partir de sus experiencias de vida en Argentina y en Panamá. Difícil enunciarlos todos en este breve espacio. Se ha comentado que en Argentina conviven pacíficamente en plena fraternidad católicos, cristianos no católicos, comunidades judías y árabes musulmanes, en un diálogo interreligioso que fue animado por Bergoglio, lo que inspira su deseo de promover la evangelización a nivel mundial. Con seguridad el trabajo de Lacunza con jóvenes en colegios panameños y con los pueblos originarios Ngäbe y buglé le servirán de valiosa experiencia.
Jorge Mario Bergoglio —filósofo, teólogo, escritor, ascético, austero, humilde, no impulsivo, de pocas palabras e ideas claras— es un rioplatense que disfruta el mate, el tango y la ópera; es hincha del equipo San Lorenzo de Almagro, lector asiduo de Jorge Luis Borges, hijo de un trabajador ferroviario y una ama de casa; vecino de barrios populares, conocedor a fondo de la pobreza argentina.
Enfrenta la compleja dimensión de una Iglesia cuestionada. Quiere ‘lío en las diócesis, que la Iglesia salga a la calle’. Una Iglesia pobre para los pobres. Somos 1200 millones de católicos en el mundo; 585, en el continente americano. La Iglesia debe inspirar a 414 313 sacerdotes, 5104 obispos, 700 000 religiosas, cientos de miles de diáconos, misioneros, catequistas, seminaristas; 32 millones de niños en 95 000 escuelas primarias, 19 millones de adolecentes en 44 000 institutos secundarios, 6 millones de jóvenes en instituciones superiores y universitarias. Debe administrar 5300 hospitales, 18 000 dispensarios, 547 leprosorios, 17 000 casas para ancianos y enfermos, 10 000 orfanatos, 34 333 centros de educación y reeducación social.
Súmense las operaciones financieras ilícitas del Banco del Vaticano, acusaciones de pederastia en Europa, EE. UU., México y Argentina; vínculos con la mafia, robo y filtración de documentos reservados del papa; tramas e intrigas de poder y tráfico de influencias en el Vaticano, todo lo cual deberá llevar a una reforma de la Curia romana.
Esos son los desafíos que enfrenta Francisco en Roma y en el mundo católico. Para ayudar a resolverlos llamó a un ‘pastor con olor a ovejas’ panameño, en cuya capacidad confía. Con antecedentes probados e inspirado en San Ignacio, Santo Tomás, San Agustín y San Francisco, José Luis Lacunza tiene la madera necesaria para acometer las tareas que le asigne el santo padre. El papa argentino y el cardenal panameño piden que recen por ellos. Los panameños tenemos que cumplirles .
EXDIPUTADA