• 17/06/2017 02:03

Buenaventura y ‘Pancha Manchá': ¡herencia histórica!

¿Por qué al Cauca? ¡Nunca nos interesó la respuesta!

Opino que, para aquellos de mi generación, pocos somos quienes, en nuestra adolescencia, escuchábamos declamar ‘Incidente de cumbia' de Demetrio Korsi para luego aplaudir la osadía de ‘Chimbombó' —aquel ‘Negro bravío... de buen corazón' que ‘Meme' —la zamba fatal— embrujara y quien se vengó del gringo del cual ella se enamoró— matándolo y huyendo al ‘Cauca' para escapar —comprendimos, en aquel entonces, nuestra herencia africana y los lazos históricos que nos ataban —y todavía nos atan— a la población de aquella región colombiana. ¿Por qué al Cauca? ¡Nunca nos interesó la respuesta!

Cierto es que para algunos la figura de ‘Chimbombó' es un estereotipo utilizado por Korsi que niega la humanidad y civilidad del africano; es él un salvaje, borracho y matón. ¡Discrepo! Dentro del contexto de la obra ‘Chimbombó‘no es un matón sino un hombre negro, ‘de mala juma' y furioso, quien, consumido por los celos, ‘a su raza vengó'. Considero, al contrario, que el ‘Pedro Navaja' de nuestro insigne cantautor y actor Rubén Blades, y quien —a mi entender— es afrodescendiente, SÍ es estereotipado. ‘Pedro' camina con un ‘tumbao' de guapo, con un sombrero de ala a medio ‘lao', lentes oscuros, zapatillas, y luce un diente de oro, es depredador y ladrón. Además, está armado con un puñal. ¡El estereotipo común del negro!

Es irónico, casi inconcebible, que Korsi, panameño de ascendencia griega, al escribir su poemario pudo pintar tan acertadamente y con cierto tinte humorístico el resultado del producto de la unión conyugal entre el ‘indio' y el ‘africano' y, a la vez, relatar una realidad histórica que nuestra sociedad suele negar: la ‘cumbia' es de origen africano. Korsi nos escribe ‘baile que legara la abuela africana de caderas chatas y pelo cuscú'. ¡Si aceptamos la tesis del poeta, no hay duda alguna del génesis de la ‘cumbia' —aquella música caliente que la abuela legara.

Sostengo que, por lo general, mi generación de afrodescendientes (incluyendo mi persona) no hicimos la conexión étnica/racial. Preferimos —no todos— principalmente identificarnos bajo la sombra de las banderas donde crecimos y por ende, valoramos la ‘nacionalidad' por encima de nuestra raza o ‘etnicidad'. Nuestra percepción política y deseos no fueron una TRANSFORMACIÓN radical de Panamá, sino de una ACEPTACIÓN dentro de la existente matriz social.

Mantengo además que esta incongruencia irónica pone en relieve uno de los dilemas de la afrodescendencia en las Américas que incluye a los EE.UU. Es esta, opino, un dilema que nos priva de la cohesividad etno-racial —a través de fronteras geopolíticas—, elemento esencial para optar y luchar realísticamente por la participación genuina y pragmática en las sociedades que nos vieron nacer y en las cuales residimos y continuamos siendo marginados. ‘¿Qué quiere el negro?', ‘¿por qué son tan ingratos, perezosos y autodespreciativos?', son preguntas escuchadas por camareros en los clubes claustrofóbicos de nuestras altas sociedades.

Hoy, esas riendas de control de las instituciones socioeconómicas, culturales y políticas, como ayer, por nuestra falta de solidaridad etno-racial, continúan unilateralmente en las manos de los descendientes de aquellos que colonizaron y esclavizaron al ‘originario' y al africano e impusieron sus normas culturales y sus valores promoviéndolos como superiores a cualquier otro. Nuestra marginalización demográfica ha impedido la consecución del voto solidario para alterar esta ignominiosa situación.

Confieso abiertamente que es muy probable que no hubiera escrito este artículo, si no hubiese sido porque recientemente he leído y visto vídeos de la extraordinaria valentía y fuerza moral de los habitantes de Buenaventura. Esta población de aproximadamente 400 habitantes, de los cuales el 80 % son negros, 10 % mestizos, y ubicada en el Valle del Cauca, en la costa pacífica de Colombia, funciona como puerto marítimo de mayor auge económico, se opuso con un paro general y sin violencia al Gobierno colombiano demandando un pliego de mejoras a su calidad de vida. Después de 22 días entablaron un acuerdo con el Gobierno y levantaron el paro. El Gobierno colombiano, según lo leído, garantizará aproximadamente $500 millones para la localidad. Las imágenes de pobreza y abandono de Buenaventura me recordaron inmediatamente nuestra acechada ciudad de Colón con sus problemas históricos, racismo sistémico, gubernamental y empresarial, opino, es casi de igual magnitud.

La necesidad imperante de una transformación socioeconómica, política y cultural en Panamá sigue siendo, para mí, tan clara como si estuviera sentado una noche de luna llena en un banquillo en el ‘Causeway' de nuestra bahía.

Empero, sin el repicar de una cumbia caliente, cuyo cuero exalta a nuestro pueblo a luchar y nos urge a cambiar nuestra ‘cultura popular' de juegavivo, de corrupción y coimas, de racismo sistémico, de predilección por todos lo extranjero —valores y productos—, no solo en la cantina de ‘Pancha Manchá', sino en todos los innumerables rincones y pasillos de nuestra nación, esta añoranza idílica y tal vez romántica que vislumbro seguirá siendo no más que los sueños dorados de un viejo guerrero africano-panameño, políticamente enamorado de su gente y de su pueblo; un soñador quien todavía llora con Demetrio Herrera Sevillano por aquellos que perecieron y todavía perecen en ‘cuartos donde no entra el sol, (porque) el sol es aristocrático'.

En la prisión de su memoria histórica aquel soñador celebra a Victoriano Lorenzo, a Urracá, a Prestán y Cocobolo y a nuestras madres e hijas de aquella época inolvidable. ¡Soy africano! ¡Soy panameño! En las faldas del cerro Ancón escuché, por vez primera, el latir de mi corazón.

ESCRITOR

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