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- 19/08/2023 00:00
El valor de la palabra empeñada
En la era donde las rúbricas se estampan en los documentos y los contratos se respaldan con sellos oficiales, nos olvidamos con demasiada facilidad de una costumbre más antigua y noble, una que no necesitaba de tinta ni papel. Es el valor de la palabra empeñada, un compromiso inquebrantable forjado en el crisol de la integridad y la confianza.
Recuerdo a mi buena madre, una mujer oriunda de la provincia de Chiriquí, quien siempre nos repetía: “No necesito firmar un papel para hacer valer mis compromisos con las personas. Mi palabra es mi firma”. En su época, la palabra era más fuerte que cualquier contrato. Así deben ser ustedes en todas las áreas de la vida mía, pero especialmente en el trabajo y en la política. Recuerden que las mejores promesas son las que se cumplen.
La honestidad y la honorabilidad eran la esencia de sus sabios consejos, valores que, aunque parecen desvanecerse en la sociedad moderna, aún retumban en los oídos de aquellos que tuvimos la fortuna de escucharle.
Hoy en día, con demasiada frecuencia, presenciamos en la política y en otras esferas de la vida, la proliferación de falsedades y el incumplimiento de las promesas. Vemos a personas que, sin ningún atisbo de vergüenza, solicitan favores y recursos solo para practicar la peor de las ingratitudes, hasta el punto de convertirse en enemigos gratuitos.
A veces parece que el valor de cumplir la palabra dada ha quedado relegado a los baúles de la historia, pues aquellos que todavía practicamos estos valores de honrar y cumplir nuestras palabras, somos una especie en peligro de extinción. En un mundo cada vez más regido por contratos legales y condiciones de servicio de miles de palabras que raramente se leen, la palabra empeñada parece haber perdido su valor intrínseco.
Pero no debemos dejarnos llevar por el cinismo. A pesar de los cambios en la sociedad, debemos recordar la lección de nuestros abuelos, hombres y mujeres que, a pesar de no contar con gran educación formal, supieron encarnar y transmitir valores fundamentales con elegancia y rectitud.
La palabra empeñada no es solo un legado de nuestros ancestros, es un faro que ilumina la senda de la integridad y el respeto mutuo. Es la prueba de que no necesitamos contratos elaborados para ser honestos y responsables.
Como sociedad, tenemos la tarea de recordar y revivir este valor, no solo para honrar a aquellos que nos precedieron, sino también para construir un futuro donde la confianza y la sinceridad sean más que palabras vacías. No olvidemos que, en última instancia, nuestra palabra define quiénes somos, y su valor, al igual que el oro más puro, nunca debe depreciarse, por eso, Madre mía, mi palabra es mi firma.