• 27/04/2025 00:00

Necesitamos más escuelas Montessori

En los setenta y tres años transcurridos desde su muerte, las ideas de Montessori sobre la educación infantil se han extendido por todo el mundo

Cuando María Montessori falleció en 1952, a los ochenta y un años, había inventado un nuevo tipo de infancia para el siglo XX. En lugar de ser adultos deficientes en espera que requieren disciplina y castigo para alcanzar la madurez, los niños, según Montessori, ya llevan en su interior la sabiduría necesaria. “El niño, un ser humano libre, debe enseñarnos a nosotros y a la sociedad el orden, la calma, la disciplina y la armonía”, declaró con gran fervor. En otras palabras, son los niños el maestro, y los adultos los que intentan ponerse al día.

En los setenta y tres años transcurridos desde su muerte, las ideas de Montessori sobre la educación infantil se han extendido por todo el mundo. Actualmente existen al menos 20 mil escuelas Montessori en funcionamiento en 110 países. Además, los principios Montessori se han incorporado a la educación escolar pública de Europa, Asia, Norteamérica y otros lugares. Muchas características del jardín de infancia que ahora se dan por sentadas —tapetes y mesas en lugar de pupitres individuales, la primacía del aprendizaje práctico, la importancia de la libre elección, incluso el tiempo de recreo cuando los niños se reúnen a jugar— son adaptaciones libres de las ideas de Montessori.

En 1906, obtuvo permiso para abrir su primera Casa dei Bambini, o Casa de los Niños, en un complejo de viviendas sociales recién renovado en el barrio de mala reputación de San Lorenzo, en Roma. Los aproximadamente cincuenta alumnos, de entre dos y seis años, estaban descalzos e indefensos, el tipo de niños que probablemente crecerían salvajes. Para el gobierno local, si la Dra. Montessori podía proporcionar a estos niños la disciplina necesaria para convertirse en trabajadores respetuosos de la ley y sirvientes respetables, entonces su metodología merecía la pena. Las autoridades estaban aún más entusiasmadas al descubrir que, un año después de la apertura de la Casa de los Niños, el nivel de alfabetización de los alumnos superaba con creces al de sus compañeros, gracias a que se les enseñaban las letras mediante el tacto y los gestos, en lugar de mediante la ardua tarea de copiar.

Montessori se esforzaba por mostrarse indiferente ante lo que, sin embargo, le gustaba llamar una saturación de la escritura. Los logros, las calificaciones y los exámenes de cualquier tipo habían resultado ser perjudiciales para su propio progreso académico de niña. En consecuencia, insistía en que un aula tradicional, con sus interminables premios y castigos, destruía el espíritu y limitaba la creatividad de los niños sensibles, convirtiéndolos en “enanos psíquicos”. Si aprendían a leer en la Casa de los Niños, era porque querían.

Fue en esta primera Casa de los Niños donde Montessori desafió directamente la ortodoxia imperante de que la inteligencia de un niño se fijaba al nacer y que solo se necesitaba comida, sueño y alguna bofetada ocasional para encaminarlos hacia la edad adulta. En lugar de los escritorios y bancos que le resultaban tan opresivos de niña, la Casa de los Niños contenía muebles pequeños y ligeros, fáciles de reorganizar; estaba diseñada para fomentar la autonomía. Otros objetos facilitaban el aprendizaje táctil: tableros de clavijas sólidos, torres rosas de cubos de madera, varillas graduadas, carretes de colores, cajas de resonancia y letras mayúsculas, todos ellos desarrollados a partir de ciertos prototipos. Errores como intentar meter un ladrillo en el espacio equivocado no se corregían. En cambio, se dejaba que el niño encontrara una solución a su propio ritmo, alcanzando una sensación de dominio en el proceso.

A Montessori le gustaba señalar que cuando las damas filantrópicas llegaban a la Casa de los Niños con cestas de juguetes caros, los niños las ignoraban para dedicarse a sus tareas, que podían incluir actividades tan mundanas como barrer, la jardinería o el cuidado de mascotas, todas ellas oportunidades para el aprendizaje espontáneo. La belleza del método Montessori residía —y sigue residiendo— en su compatibilidad con otras prácticas educativas y su fácil integración en protocolos preexistentes.

Montessori nunca ganó el Premio Nobel, a pesar de haber sido nominada tres veces. Pero su legado aún vive. Las semillas de lo que vendría después ya estaban sembradas. Montessori vivió lo suficiente como para ver cómo su metodología ganaba un nuevo adepto en el optimista y liberal mundo de la posguerra. En un viaje de regreso a la India en 1947, informó con entusiasmo: “Están matriculando a niños en la escuela Montessori desde su nacimiento”. En la actualidad, la Asociación Montessori Internacional aún mantiene un estricto control sobre el equipamiento y la formación. El método sigue disponible para quienes tienen el interés y la disciplina para implementarlo. Ojalá en Panamá las escuelas públicas utilizaran los principios que la Dra. Montessori nos dejó. Pienso que muchos de nuestros problemas como sociedad se resolverían rápidamente.

*El autor es empresario
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