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- 27/04/2025 01:00
La última advertencia de Vargas Llosa: Panamá, el nuevo canudos del Canal
“¿En qué momento se jodió Panamá?” La pregunta no es mía. La usurpo a Santiago Zavala, ese personaje desgarrado de Conversación en La Catedral, y la arrastro hoy como un estandarte sangrante por los pasillos corruptos de nuestras instituciones. Mientras tanto, Estados Unidos -enmascarado de neutralidad y filantropía- clava su garra “amistosa” sobre el Canal con la misma hipocresía imperial que Mario Vargas Llosa desnudó en sus novelas más incisivas, esas que duelen como balas en la carne viva de América Latina.
No, Panamá no está sola. Está en medio de una fiesta: la fiesta del chivo, pero esta vez el dictador no se llama Trujillo, sino “Costo Neutral”. Ese es el nombre elegante del nuevo abuso: una fórmula diseñada para eximir a los poderosos de pagar peaje, mientras los demás financian el sistema. El Canal, joya soberana conseguida con sangre, discursos y tratados, se convierte ahora en moneda de cambio bajo la mesa del Tío Sam. ¿No es esta otra forma de autoritarismo, más elegante, pero igual de perversa?
Como Mayta, el personaje de Historia de Mayta, muchos panameños creen en una revolución, pero no saben que su romanticismo se estrella contra las rocas del pragmatismo corrupto. Como el ejército de Canudos en La guerra del fin del mundo, quieren luchar por un ideal —la soberanía— sin entender que los cañones del siglo XXI no disparan balas: disparan tratados, diplomacia imperial y presiones multilaterales. El nuevo Trujillo no necesita uniforme; le basta con una embajada y un Excel con cifras disfrazadas de cooperación.
Los tecnócratas que hoy quieren convencernos de que el Canal sigue siendo neutral —aunque privilegie a uno de los principales usuarios—, repiten los mismos errores de los militares peruanos en Pantaleón y las visitadoras: imponer un orden absurdo en nombre del deber, mientras debajo de la mesa se negocian placeres, favores, exenciones y servidumbres.
¿Dónde quedó la dignidad de aquel Panamá que se despojó de la zona del canal y dijo “¡nunca más!” al intervencionismo? ¿Dónde están los herederos del espíritu de Omar Torrijos y su firmeza ante Carter? Parecen haber sido sustituidos por peces en el agua, como el joven Vargas Llosa político que denunció con rabia la manipulación del poder, pero que luego vio cómo los votos pueden legitimar la servidumbre, si se disfraza bien.
Hoy, los discursos oficiales recuerdan más a los locutores de Tiempos Recios que a estadistas. Como en Guatemala en 1954, hay quienes insisten en que el enemigo está en casa, y por eso se justifica el apoyo militar extranjero, la vigilancia digital y las condiciones especiales en nombre de la “seguridad interoceánica”. Mentiras disfrazadas de doctrina.
Y mientras tanto, los que aún creen que el Canal puede funcionar con igualdad y dignidad, son tratados como locos mesiánicos de La guerra del fin del mundo. Porque oponerse a Washington hoy es una herejía diplomática. Porque exigir equidad en el cobro de peajes es, según ellos, un atentado contra la “estabilidad regional”.
Lo que se discute hoy no es un simple memorando, ni una “presencia técnica”, ni un peaje exento: lo que se discute es si Panamá tiene derecho a ser soberano cuando al imperio no le conviene. Vargas Llosa lo dijo claro en El sueño del celta: los imperios no toleran el derecho ajeno cuando se interpone a sus recursos naturales o a sus rutas estratégicas. El Canal es ambos.
Por eso, no es exagerado decir que la neutralidad ha sido secuestrada. No por balas ni golpes de Estado, sino por funcionarios temerosos, discursos maquillados, tratados ambiguos y diplomáticos sonrientes que exigen con voz suave lo que antes se imponía con marines. Es la misma historia contada en otro idioma.
Panamá no necesita mártires, pero sí necesita memoria. Porque el que olvida la historia —la de 1903, la de 1964, la de 1977— está condenado a repetirla. En versión neoliberal, eso sí: sin balas, sin sangre... pero con peajes invisibles y banderas ajenas ondeando en nombre del “interés común”.
Hoy, mientras contextualizaba estas líneas, me llega la noticia que Mario Vargas Llosa ha partido. Su pluma, afilada como bisturí, no solo desnudó dictaduras, sino también las contradicciones de las democracias frágiles. Nos deja en pleno incendio, justo cuando más falta nos hace su mirada escéptica, su voz incómoda y su coraje intelectual. Que descanse donde no existan chivos ni visitadoras, donde los peces no naden en aguas turbias, y donde la libertad no sea una palabra sujeta a convenios bilaterales. Hasta luego, Mario. Tus novelas no eran ficción: eran advertencias.