• 27/03/2025 00:00

Los peligros de generalizar

Nuestro humorismo criollo está lleno de jocosas ocurrencias. Como la de dos compadres, recién viejos, que cuchicheaban en sillas mecedoras paralelas ubicadas en el portal de una casa de quincha. A lo lejos, en medio de la polvareda, se aproximaba la procesión del último muerto del pueblo.

Era una calurosa mañana de febrero de 1955; el sol estrenaba pilas nuevas. Las mujeres abanicaban sus rostros medio ocultos por el encaje de las chalinas. En tanto, los hombres, con camisa blanca y pantalón negro, recostaban sus sombreros al pecho en señal de respeto.

Evaristo, talabartero de sillas de montar, liberó la mecedora y se movió al borde del portal para atarugar la cachimba de tabaco virginio y saludar a los llorosos deudos. “Siento lo de Toño, que Dios le abra sus puertas”, les dijo, mientras acercaba un fósforo al hornillo de la pipa.

Conrado, el compañero de tertulia, se acercó al paso del cortejo fúnebre y, por encima del hombro, le susurró al fumador: “¿No vas al entierro del tío Toño?”. Evaristo soltó unos aros de humo blanco hueso y respondió: “¡¿Por qué?, si él no va a ir al mío!”.

Eran tiempos del “pueblo chico, infierno grande”, cuando las habladurías tenían un radio de acción comunitario, de grupos aislados, lejos de la revolución digital y las redes sociales de hoy, cuando los chismes le dan la vuelta al mundo en minutos.

Antipatía al pensamiento

Después de esta perla del folklore campirano, me referiré a algunos comentarios surgidos en medios de comunicación y redes sociales a raíz del escándalo sexual colectivo ocurrido semanas atrás en un baño público de un centro comercial de Albrook, hecho que desató una lluvia de críticas por la crudeza del espectáculo.

Sin entrar en detalles de lo acontecido, analizo algunas reacciones de comunicadores y las redes sociales que, cegados por la furia, magnificaron los hechos y, quizás sin querer, golpearon la imagen del país y de la sociedad panameña.

Es exagerado decir que somos la nueva Sodoma y Gomorra; que “todo está perdido en Panamá”; que el hedonismo, la drogadicción y la depravación sexual se han tomado el país. Esta es una afirmación temeraria que juzga a la colectividad por causa de la lujuria individual.

Lo que hagan cinco hombres con su vida sexual no representa a los más de cuatro millones de panameños. Es injusto generalizar sobre este y otros temas como la corrupción, violencia callejera, la mentira, la criminalidad y la violencia doméstica.

Cuando se generaliza se muestra antipatía al pensamiento y al criterio personal; se avivan prejuicios por razón de nacionalidad, género, raza, etnia e incluso la edad. Y si hay mal uso de medios y redes sociales, el daño es inmensurable.

Una costumbre peligrosa

Evitemos, para intentar informar, palabras ambiguas e imprecisas como: nadie, todos, nunca, siempre, ningún. Ejemplos: “nadie se preocupa en el Seguro Social por dar un buen servicio”, “todos los políticos son corruptos”, “nunca vamos a terminar con los tranques”, “siempre habrá impunidad”, “ningún periodista es creíble”.

Siempre habrá prejuicios, pero se tornan más peligrosos cuando son ampliamente difundidos por los medios de comunicación social, porque muchos de los receptores no confirman informaciones y creen lo que leen o escuchan. Mejor es controlar el origen de la noticia.

Lo decía Albert Einstein: “¡Triste época es la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”.

Pregunto: ¿Qué pruebas se tienen para comparar a Panamá con Sodoma y Gomorra? ¿Cómo lo sustentas? En temas delicados como los que nos ocupan, se imponen las sustentaciones científicas, estadísticas, investigaciones, bien fundamentadas.

Nunca hables mal de tu familia ni de tu país; no opines de lo que desconoces, es difícil saber todo lo bueno y lo malo de la gente, cada cabeza es un mundo, los seres humanos no son sembradíos de repollo: todos somos diferentes.

En Panamá tenemos buenos profesionales en todas las ramas; excelentes estudiantes y educadores consagrados; deportistas de alto rendimiento; científicos, investigadores, buenos transportistas colectivos y selectivos, periodistas comprometidos; buenas universidades y, sobre todo, gente trabajadora en las 10 provincias y comarcas indígenas.

En vez de enlodar a la Patria —el suelo que nos vio nacer y nos cobija hasta el final de la vida—, mejoremos nuestro pedacito de mundo y seamos conscientes de que unidos somos más fuertes.

Los dejo con esta pancarta: “Sí a la autocrítica; no a la autodestrucción”.

*El autor es periodista y escritor
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