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- 30/09/2023 00:00
El legado Napolitano
Me resulta absolutamente extraño escribir sobre el legado de un comunista por tres razones. Primero porque siendo libertario no le reconozco al comunismo ninguna virtud o verdad. Segundo porque los comunistas han destruido todo vestigio de libertad y de dignidad allí donde han gobernado y tercero, por cuanto los comunistas -en adición a estar profundamente equivocados- cuando tienen la oportunidad de gobernar o de dirigir alguna institución pública roban llenándose desvergonzadamente los bolsillos.
Pero toda regla tiene su excepción que la confirma y Giorgio Napolitano, dos veces presidente italiano, puede resultar ser una de ellas.
Subrayado lo anterior, resulta interesante pincelar su trayectoria y toda diferencia con nuestra realidad regional no es pura casualidad.
Napolitano fue comunista. Nació en 1925 en Nápoles y murió el viernes 23 de septiembre pasado los 98 años siendo senador vitalicio y presidente emérito de la República Italiana.
Italia no fue siempre una república. Hace menos de dos centurias estaba dividida en siete estados independientes incluyendo los estados pontificios y tras su unificación en 1861 adopta la monarquía entronando a Víctor Manuel II como monarca, proveniente de la casa Saboya.
En 1940 Víctor Manuel III -siendo primer ministro Benito Mussolini- decretó el ingreso italiano en la guerra y tras la derrota, los sobrevivientes -referéndum de 1946- sepultaron la monarquía y en 1948 adoptaron la actual constitución republicana parlamentaria.
En ese contexto, el joven Giorgio abrazó el comunismo rompiendo con su padre, un exitoso abogado liberal. Formado en leyes, en 1953 inicia una larga carrera política como diputado por Nápoles siendo reelegido varias veces por dicha jurisdicción.
Dentro y fuera del partido comunista italiano siempre fue visto como un reformista. A tono con ello, en 1978 condenó el asesinato del expremier y líder demócrata cristiano Aldo Moro por las brigadas rojas y confesó tiempo después que se había enrolado en el partido comunista “sin saber mucho de marxismo ni de sus textos sagrados”, hechos que seguramente pesaron por cuanto fue el primer dirigente comunista italiano en obtener una visa de Washington y ofrecer una conferencia en Harvard en 1987. Hablaba inglés y francés, infrecuente aun en Italia.
Derribado el oprobioso se integró al Partido Democrático de Izquierda y siendo eurodiputado tuvo que abandonar el encargo para presidir la cámara baja dado que su titular, Oscar Scalfaro, resultó electo presidente de la República. Corría el año 1992.
Napolitano también cumplió funciones ejecutivas. En 1996 asumió la cartera del Interior en el gobierno del profesor Prodi. Cae el premier en 1999 y regresa al parlamento europeo presidiendo allí la comisión de asuntos constitucionales.
Siendo presidente Carlo Ciampi, hombre de derechas, banquero, exgobernador del Banco de Italia, varias veces ministro de hacienda y titular del gobierno, lo designa senador vitalicio en el 2005, toda una sorpresa.
Un año después Napolitano fue electo -en cuarta votación- undécimo presidente de la República por siete años, el famoso septenato, renunciando -buena costumbre presidencial italiana- a su partido.
Tras una controversial crisis en el 2011, el líder de Forza Italia y premier Silvio Berlusconi -Il Cavaliere- tuvo que dimitir y Napolitano -no ajeno al embrollo- convocó a “un gobierno de compromiso nacional” encabezado por el excomisario italiano de la Unión Europea Mario Monti.
En el 2013, no habiendo acuerdo para elegir su sucesor, fue reelecto presidente bordeando el 70% de los votos de los diputados, lo que motivó, según su asistente diplomático embajador Stefanini, recibir una carta de la reina Isabel II felicitándolo a la que respondió que entendía mejor el peso que ella tenía sobre sus espaldas. Quizás por eso, frecuentemente, lo llamaban el rey Jorge.
Siendo jefe de Estado y no de gobierno no quiso ser notario de la política; entre varias iniciativas recuerdo y resalto que procuró consensos contra la recesión económica, apostó por la alianza atlántica en la guerra contra Gadafi y condenó sin trabalenguas el terrorismo, dimitiendo el 31 de diciembre del 2014 a los 89 años.
Los políticos suelen ser mejor tratados cuando mueren, pero la tanatofilia política aplicaría menos a este político polivalente -rara avis- que progresivamente en vida generó respeto en buena parte de los italianos.
Igualmente, importantes adversarios destacaron su obsesión por la unidad italiana, su apego a la constitución e institucionalidad, su apuesta europea y atlántica, su vocación de servicio público y sus esfuerzos privilegiando -generalmente- lo que une en una democracia.
Tras su deceso, el presidente Sergio Mattarella, otrora demócrata cristiano, declaró que Italia perdió con Napolitano a un fiel intérprete de la constitución y a un padre de la república, lo que no es poco en Italia y menos respecto a un comunista.
Atendido, falleció en Roma paradójicamente en una clínica privada internacional, instituciones habilitadas tras una reforma de Berlusconi a la que se opuso sin éxito.
Hombre de Estado, el legado del dos veces presidente italiano amerita serias reflexiones.