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- 21/09/2024 00:00
Lazos de sangre
El sentido de la muerte, bajo cuya sombra todos los humanos nos cobijamos, nos hace apegarnos con más fuerza a la vida, especialmente en situaciones de peligro o amenazas contra nuestra seguridad e integridad personal.
En vidas trenzadas y entrecruzadas por lazos de sangre, como en el caso de parientes consanguíneos, prevenir la muerte de uno de esos deudos no solo es un lenitivo de la vida en esa colectividad familiar, sino además un refugio seguro para nuestra consciencia de solidaridad humana.
Así vemos cómo hermanos pertenecientes a grupos políticos o ideológicos opuestos se defienden mutuamente a pesar de sus diferencias, siendo un ejemplo, entre muchos otros, el de los hermanos húngaros Endre Rajk (1899-1960) fascista y pronazi, y Lazlo Rajk (1909-1949) comunista y patriota revolucionario.
Este último fue arrestado y condenado a muerte en 1944 por el gobierno pronazi de Ferenc Szalasi, del cual formaba parte Endre, quien le salvo su vida; lo mismo hizo Lazlo poco después, en 1945, cuando, al final de la Segunda Guerra Mundial, su hermano mayor Endre fue deportado por los aliados desde Alemania a Hungría, donde le esperaba una segura condena a muerte por sus vínculos pronazi, de parte del gobierno comunista húngaro de ese entonces. En esa ocasión fue Lazlo quien lo salvo, en ambos casos gracias a sus lazos de sangre fraternal.
En este mismo sentido de las vicisitudes de esos vínculos consanguíneos, todos somos los “bufones del tiempo y del terror” como poéticamente lo expresa Lord Byron en su poema Manfred, tal protesta y canto a la vida, precisamente como homenaje a esa necesidad de aferrarnos a nuestra solidaridad familiar y social en dichos tiempos de peligro y amenazas.
Porque hay otras cosas, además de los lazos consanguíneos, que influyen filosófica y sociológicamente en la vida de los humanos. Se trata de nuestra lealtad y amor, no a una sola persona concreta de nuestra familia, sino a la humanidad entera, sentimiento paradójicamente más fuera y más fuerte que esas ataduras familiares de dichos lazos de sangre.
El hecho de que sea así no significa que ese compromiso contraído ética y moralmente, debido a esas ideas y creencias relacionadas a lealtades universales, sea tergiversado para disminuir nuestra responsabilidad familiar de condenar y combatir falsedades o injusticias que amenacen nuestra conducta y nuestro amor confraterno con los demás.
Es casi como sentir con el corazón, pero actuar con la cabeza, una afirmación de contrarios que hace de esa lucha dialéctica una misión de vida, siendo esta contradicción intrínseca la razón de ser de nuestras acciones.
Por eso, para vivir éticamente debemos pensar, si bien la forma de nuestro pensamiento responde a nuestros sentimientos y a nuestro modo de vivir, con la salvedad de que no solo somos nosotros los únicos involucrados en este proceso dialectico.
El humano que no sabe por qué actúa como lo hace suele basar su conducta en pretextos o autosugestiones del mismo tipo que esos diversos sentimientos que provienen de nuestros lazos de sangre, no de razonamientos mucho más conscientes.
Esa incertidumbre, no obstante, al fortalecer nuestros lazos sanguíneos también nos ayuda a crear nuestro mundo espiritual y social, con más fe en el género humano que amerita su comportamiento, porque calla su defectos, postulación quizás moralmente contraria a nuestra ética contemporánea.
Nuestros hábitos sociales, desde luego, se basan en lo que nos rodea, con el propósito de darle vida a esos lazos de sangre que nos unen y separan como especie humana.
Va en ello el acierto de nuestra vida.