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La promesa en 2017 de Coca-Cola, PepsiCo y Dr. Pepper Snapple Group de reducir las calorías de sus productos en un 20% para 2025 provocó torrentes de elogios por parte de la Iniciativa Global Clinton, la Fundación Robert Wood Johnson, la prensa mundial y el público en general. El trasfondo de la noticia era que por fin las empresas de sodas estaban admitiendo su papel en el aumento de la obesidad.
Sin embargo, el anuncio hizo que muchos de nosotros que defendemos el derecho de promover alimentos saludables nos extrañáramos y pusiéramos los ojos en blanco. Dijimos, una vez más, las embotelladoras haciendo promesas que probablemente no cumplirán.
Las sodas, en las cantidades que se consumen, simplemente no son buenas para la salud. Aunque los fabricantes de sodas y la Asociación Estadounidense de Bebidas han financiado estudios que invariablemente encuentran que las sodas no tienen efectos sobre la salud, la gran mayoría de las investigaciones patrocinadas por gobiernos o fundaciones independientes demuestra claramente lo contrario.
Piensa en las sodas como dulces en forma líquida. Contienen cantidades asombrosas de azúcares. Una soda de 12 onzas contiene 10 (!) cucharaditas de azúcar y proporciona alrededor de 150 calorías. No debería sorprender a nadie que los adultos y niños que consumen habitualmente sodas tengan muchas más probabilidades de ingerir menos nutrientes, pesar más y presentar anomalías metabólicas en comparación con aquellos que se abstienen o beben sólo pequeñas cantidades. Y, contrariamente a lo esperado, las sodas dietéticas no parecen ayudar. Un estudio reciente ampliamente publicitado sugiere que las bebidas endulzadas artificialmente afectan a las bacterias intestinales de maneras aún indeterminadas, que conducen a anomalías metabólicas: intolerancia a la glucosa y resistencia a la insulina. Esta investigación se basa en gran medida en animales, es preliminar y requiere confirmación.
Pero una cosa acerca de las bebidas dietéticas está clara: no ayudan mucho a prevenir la obesidad. Las personas que consumen sodas dietéticas tienden a ser más obesas que las que no lo hacen. El uso de edulcorantes artificiales a nivel mundial ha aumentado precisamente en paralelo con el aumento de la prevalencia de la obesidad. ¿Es esto una causa o un efecto? No lo sabemos todavía. Mientras los científicos intentan resolver todo esto, grandes segmentos del público han recibido el mensaje: manténgase alejado de las sodas de cualquier tipo. Desde finales de la década de 1990, el consumo per cápita de sodas en Estados Unidos ha disminuido aproximadamente un 20 %. La industria de las sodas no cumplirá su promesa de reducción del 20 % para 2025 por las razones previstas. Las cumplirán porque sus ventas han bajado.
Los consumidores quieren bebidas más saludables y están cambiando al agua embotellada, bebidas deportivas y bebidas enriquecidas con vitaminas, aunque no a niveles de reemplazo. La industria tiene que encontrar formas de vender más productos. También tiene que encontrar formas de evitar la regulación. De ahí: las promesas.
Para hacer frente a la caída de las ventas, las principales marcas de sodas han ampliado su marketing en el extranjero. Se han comprometido a invertir miles de millones de dólares para fabricar y promover sus productos en América Latina, así como en los países poblados de Asia y África, donde el consumo de bebidas azucaradas aún es muy bajo. Desde el punto de vista de salud pública, las personas de cualquier país estarían más sanas (quizás mucho más sana) si consumieran menos sodas.
Si la industria embotelladora realmente quisiera ayudar a prevenir la obesidad, necesita cambiar sus prácticas actuales. Debería dejar de luchar contra los impuestos a las sodas, dejar de oponerse a las etiquetas de advertencia frontal en las bebidas azucaradas, dejar de hacer lobby contra las restricciones a las bebidas azucaradas en las escuelas, dejar de utilizar celebridades del deporte y la música para vender productos a los niños, dejar de dirigir el marketing a los jóvenes, y dejar de financiar estudios de investigación diseñados para dar a las sodas un certificado de buena salud.
Y sobre todo, debería dejar de quejarse, como lo hizo durante los gobiernos de Varela y Cortizo cuando visitaron la Presidencia para lamentarse que no le estaban dando crédito suficiente a la industria por todo el bien que estaba haciendo contratando trabajadores en sus plantas y vendiendo sus productos en todo el territorio nacional.
Si el gobierno realmente tomara en serio la prevención de la obesidad, podría empezar por prohibir las máquinas expendedoras en escuelas, establecer límites en la cantidad de sodas que se venden en eventos escolares, y eliminar el marketing de sodas dirigido a niños de cualquier edad.
Como es probable que ni la industria ni el gobierno harán nada, los defensores de la salud pública todavía tenemos mucho trabajo pendiente por hacer.