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- 05/06/2024 23:00
Las falacias del pasado
¿Qué le debemos al pasado?, o a la inversa, ¿Qué nos debe el pasado a nosotros? Dicho de otro modo, ¿qué importancia tienen nuestros antepasados en nuestras vidas actuales?
Muchas veces se le da al pasado una falsa equivalencia educativa o una condición fatídica que supuestamente nos condena a repetirlo sucesivamente; por eso estas dos preguntas no tienen respuestas sencillas o fáciles, siendo el pasado y nuestros antepasados una falacia imposible de verificar dado que su argumento se basa en lo indeterminado del tiempo, aún como realidad sustantiva.
Si bien el tiempo no tiene una existencia real e independiente de nosotros mismos, lo interesante es saber en qué consiste esa realidad y cuál es su efecto en nuestras vidas, sobre todo porque el tiempo tiene su modo de ser, con su propia estructura y carácter descriptivo, especialmente cuando interactúa en la historia humana, dándole su continuidad y realidad temporal, casi como una línea subliminal hacia lo infinito.
Este transcurrir continuo del tiempo le confiere una unidad vital al pasado, lo cual no contradice o limita esa continuidad infinita a las cosas que acontecen en su espacio temporal.
De hecho, los momentos del tiempo consisten en tres partes distintas de un mismo movimiento consecutivo: el pasado, el presente y el futuro. Visto así, ese transcurrir del pasado al presente se da como una sucesión al futuro, tanto en el tiempo cósmico como en el tiempo humano.
Así vemos que la vida entera del humano no es más que un solo “ahora” que se dilata desde el punto inicial hasta el punto final, conservando el pasado como tiempo pretérito, aunque ya no real, abierto a dicha sucesión del presente al futuro.
Por eso, el pasado en la vida humana es historia. Pero esto no debe prevenirnos a vivir en el presente ni impedirnos a poder proyectarnos hacia el futuro, siendo que cada persona tiene su intimidad y su propio tiempo personal, a pesar de la universalidad de este concepto en su definición temporal.
Sin duda, la realidad humana está restringida por su duración en el tiempo, lo que paradójicamente le da su irrealidad, pues de todos los caracteres de la realidad, filosóficamente el tiempo es el menos real.
Ese gran español, don Gregorio Marañón, nos indica en sus escritos: “Vida e historia, decimos, para designar el presente encendido y el pasado muerto. Pero la vida es historia, desde antes de nacer, y solo es perdurable y fecunda cuando se vive, por humilde que sea, con esta preocupación” (ver su libro Vida e Historia).
Magnífica obsesión risueña y universal, cuando el “pasado muerto” nos lleva al perdurable y fecundo “presente encendido” hacia una convivencia feliz, profundo y dichoso deseo de todos los tiempos en nuestra evolución humana.
Entonces: ¿Qué le debemos al pasado lejano?
Nuestro presente tiempo es acerbo y crítico, como lo ha sido en todas las épocas anteriores, provocando las mismas quejas y los mismos temores expresados con furia por nuestros antepasados, al igual que hoy lo hacemos nosotros.
Así lo expresa don Gregorio Marañón, para señalar este mal uso del pasado: “como el hoy es siempre duro, nos consolamos, en suma, idealizando el ayer para así en su día, encontrar también en el hoy, consuelo para el mañana”.
Por eso la historia nos previene y confirma que el pasado ha sido siempre peor que el presente, no al revés, como argumenta la falacia de buscar en el pasado soluciones y consuelos para nuestros problemas actuales y futuros.
Lo que sí nos regala el pasado es el maravilloso encanto de la vida, con su asombro y admiración por lo vivido y hecho por la humanidad, en su constante busca por la felicidad.