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- 18/10/2024 00:00
La nueva comunicación nos incomunica más
Con el surgimiento de la ciudad y el desplazamiento del campo como centro económico se va eliminando paulatinamente la “familia extensa”, y la comunicación personal va cediendo espacio a la comunicación formal y limitada.
Con la desaparición de la relación “estrecha” entre amigos, conocidos y parientes, en la gran ciudad aparece el “anonimato”, un tipo de fenómeno social que tiende a aislar cada vez más a la gente en burbujas que se alimentan de la desconfianza y la “privacidad”.
Ese miedo por el mundo “ruidoso” de la ciudad y sus nuevas reglas, ya lo había expresado magistralmente Franz Kafka en su famosa Metamorfosis.
Algunos inventos tecnológicos como la televisión vinieron a aportar su cuota en la disolución de la comunicación familiar que se daba en horas vespertinas cuando todo el mundo se encontraba en casa.
La adicción por la comunicación “virtual” y el apego por el “chat” de las generaciones que crecieron con la “comunicación tecnológica” y curiosamente llamada “inteligente”, le vino a meter la “estocada” de la muerte al toro, literalmente hablando, a todo lo que podía ser un vestigio de “comunicación personal”.
Paradójicamente, los adultos que nacimos en la generación del “Baby Boom” y que creíamos fervientemente en los valores familiares y de la comunicación directa, hemos imitado las conductas de nuestros hijos crecidos en la “era tecnológica de la comunicación”. Nos dejamos ridiculizar por los mozalbetes que nos cuestionan el hecho de no “estar al ritmo” de la era tecnológica. Dejamos de ser el ejemplo de nuestros menores para convertirnos en sus imitadores, incluso en la forma de expresarnos.
Ellos nos dieron cursos de cómo funciona la “comunicación inteligente” con los modernos celulares que traen una variedad de aplicaciones que refuerzan aún más la “privacidad” que las urbes despersonalizadas nos impusieron.
Hoy día, para comunicarnos con los “aparatos inteligentes” ya evitamos hablar, porque pensamos que molestamos al otro y porque consideramos como “intenso” a alguien que sencillamente quiere hablar con otro y no por medio de emojis que reemplazan estados de ánimos con íconos o stickers considerados de moda en la moderna comunicación.
De tal forma que, si alguien cumple años, le mandamos un pastel por medio de sticker, y si alguien fallece se lo expresamos con cintas negras entrelazadas o emojis que muestren llanto o dolor. Todo menos hablar con la persona para que no nos vaya a “tildar” de “intenso”, un término que posiblemente se lo disputan la generación Z o los Millenials y que nos adoctrinó a todos por igual.
En las modernas aplicaciones se crean muchas para hacernos más anónimos. Por ejemplo, ahora en el doble ganchito que suele ponerse azul para indicar que la contraparte recibió el mensaje ya existe la alternativa para que permanezca sin ser detectada como un “acuso de recibo”. ¿Existe un acto de cobardía o egoísmo implícito detrás de estas nuevas apps que nos incomunican? Puede ser.
En los famosos grupos de WhatsApp donde generalmente llevan la batuta en los mensajes los conocidos “machos y hembras alfa” es raro ver que todo el mundo opine. Siempre hay una multitud que solo mira los mensajes y pasan agachados bajo el amparo del anonimato que nos dan las benditas aplicaciones. Para revelar que seguimos vivos solo basta el OK o las “manitos de aprobación”.
Recuerdo cuando llegó la primera cabina telefónica a mi pueblo natal. La gente hacía fila para poder hablar con sus amigos distantes. Era la gran novedad, pero jamás cayó tras el velo de la comunicación “antipersonal”. Todo iba bien hasta que hicimos el gran salto de los conocidos “bloques telefónicos” pasando por “gallitos” hasta terminar con la comunicación “inteligente”.
Gran parte de los problemas de ansiedad que nos heredó la pandemia se deben a la ausencia del contacto personal que es propio de los homo sapiens, y la prueba de esto es que incluso gente que posee hasta tres teléfonos “inteligentes” en sus casas, los mismos no pudieron ser antídoto eficaz contra la tendencia de moda de estar conectados, pero no verdaderamente comunicados.