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- 30/09/2023 00:00
El juego del engaño político
En política, la artimaña y la manipulación no son exclusivas de ninguna nación ni época, constituyendo un fenómeno tan atemporal como global. George Bernard Shaw lo articuló agudamente cuando señaló que “la política es el paraíso de los charlatanes”.
No es casualidad que, en Panamá, como en tantos otros escenarios políticos, este juego de engaños sea una estrategia omnipresente para quienes ostentan el poder. Noam Chomsky profundiza en este fenómeno al afirmar que “el poder reside en el control del flujo de información”; y en el contexto panameño, dicho control se manifiesta con frecuencia mediante técnicas de manipulación y engaño. De esta manera, la ciencia oscura de la desinformación se convierte en el telón de fondo contra el cual se desarrollan las acciones y discursos políticos, tanto en Panamá como en el mundo entero.
“Seréis conocidos por vuestros frutos” (Mateo 7:16) es un principio bíblico que nos exhorta a evaluar a las personas en función de sus acciones, más que de sus meras palabras. Sin embargo, en la arena política de Panamá, es común que la retórica opaque la acción, dando lugar a una neblina de desinformación que tergiversa la realidad y enmascara las auténticas agendas de los actores políticos.
El interrogante inicial que debemos abordar es: ¿Por qué recurren los políticos a la mentira? Según Hannah Arendt en su tratado 'Mentiras en Política', la falsedad se transforma en un instrumento al servicio del político cuando este aspira a “construir una realidad alternativa, más seductora que la vigente”. Este idealismo pervertido motiva a los líderes a embellecer la verdad, ocultando así defectos sistémicos y formulando promesas ilusorias.
“El hombre es menos sincero cuando habla en su propio nombre. Proporciónale una máscara, y te dirá la verdad”, escribió Oscar Wilde, capturando la esencia de la dualidad humana. Esta dualidad toma una dimensión preocupante cuando se traslada al ámbito político y gubernamental, especialmente en el contexto panameño. Los líderes políticos, amparados en el poder e influencia que ostentan, frecuentemente se camuflan tras una identidad prefabricada, urdida por expertos en relaciones públicas, slogans pegajosos y campañas publicitarias de alto calibre económico.
Esta maquinaria de imagen tiene un objetivo claro: construir un avatar político que conecte emocional y sentimentalmente con los anhelos y expectativas del electorado, incluso si este avatar está dramáticamente distante de la realidad subyacente del individuo que representa. Tal distorsión resulta alarmante cuando observamos a políticos que se abanderan de discursos populistas, proclamando ser paladines de las clases marginadas, cuando, en realidad, sus políticas y decisiones estratégicas benefician desproporcionadamente a las élites económicas.
Este dualismo en el ejercicio del poder no es solo un juego de máscaras; es una amenaza sistémica que erosiona la confianza en las instituciones democráticas. Este fenómeno perpetúa un ciclo vicioso de desencanto y apatía cívica, diluyendo el contrato social y la cohesión comunitaria. El impacto de esta fachada trasciende más allá del ámbito político, influyendo negativamente en la gestión gubernamental, la calidad de las políticas públicas y, en última instancia, en el bienestar colectivo.
La exposición y desmantelamiento de estas máscaras son pasos cruciales para restaurar la integridad en el ámbito público y gubernamental. La vigilancia ciudadana, una prensa libre y fuerte, y mecanismos de rendición de cuentas robustos son herramientas indispensables para desenmascarar la dualidad que amenaza el tejido social y político de Panamá.
Es fundamental recalcar que la capacidad de liderar a otros no solo se mide por la destreza en la oratoria o la popularidad en las encuestas. En cambio, una evaluación profunda de los antecedentes, la formación moral y ética, y el temperamento del candidato es indispensable. Aquí es donde los estudios de personalidad y los antecedentes juegan un rol crítico. No se trata simplemente de si un individuo es “agradable” o “carismático”, sino de evaluar cómo ha construido su vida de manera que lo capacite para tomar decisiones que impactarán a toda una nación.
Por ejemplo, un perfil psicométrico podría arrojar luz sobre cómo un líder reacciona bajo estrés, qué tan abierto está a nuevas ideas, o cuál es su predisposición a ser manipulador o auténtico en sus interacciones. Este tipo de información, cuando se yuxtapone con su historial de servicio público, formación académica y logros profesionales, puede proporcionar una imagen más completa y dimensional.
En el mismo sentido, investigar los antecedentes de un candidato es crucial para evaluar su idoneidad para el cargo. ¿Ha sido consistentemente honesto? ¿Ha demostrado integridad en sus tratos profesionales y personales? ¿Cómo ha manejado el poder o la influencia en el pasado? Las respuestas a estas preguntas son esenciales para evaluar su aptitud para gobernar.
De este modo, instamos a fomentar una cultura política que privilegie el análisis riguroso y fundamentado, eclipsando así los retóricos discursos electorales y las promesas desprovistas de contenido. La clave para materializar este cambio radica en la educación de calidad y el fomento del pensamiento crítico. Con una ciudadanía debidamente educada y crítica, se alentaría la elección de líderes no solo por su elocuencia, sino también por su integridad, transparencia y efectividad en la gestión.
Al optar por un enfoque más analítico y crítico en la selección de nuestros líderes políticos, no solo estamos eligiendo representantes; estamos, de hecho, invirtiendo en la fortaleza y legitimidad del sistema democrático en el que vivimos. Carl Jung ilustra un punto fundamental que es aplicable aquí: “Las personas llegarán a cualquier conclusión, por absurda que sea, antes que admitir que su vida está gobernada por las decisiones que toman”. En otras palabras, no podemos permitirnos el lujo de actuar en piloto automático o en función de la complacencia cuando se trata de asuntos tan importantes como la gobernanza de nuestra sociedad. Ahora, más que nunca, es crucial que tomemos decisiones bien fundamentadas. Al hacerlo, no solo estamos practicando un acto de libertad individual, sino que también estamos contribuyendo a la autenticidad y la salud de nuestra democracia.