Un grupo de pobladores de una comunidad cercana a Dolega, en Chiriquí, tomó la decisión de organizarse para reparar un tramo de la carretera que les une con la cabecera del distrito. Reunieron fondos, llenaron los huecos de la vía y la hicieron transitable para sacar la producción del lugar y normalizar el tránsito de vehículos y personas.

En un pueblo de Herrera, otro puñado de personas logró coordinar la cooperación; consiguieron algunos implementos, una retroexcavadora y procedieron a reparar un camino. Mientras tanto, en Tocumen, al este de la ciudad capital, unos vecinos notaron que la tubería que daba acceso al agua dirigida a sus casas estaba inexplicablemente cerrada, abrieron la llave y lograron que el servicio se regularizara.

Estos son pequeños ejemplos de iniciativas que se toman en diferentes sitios del país y que constatan que algo sucede en la atención que merecen las necesidades de la población para las autoridades tanto locales como nacionales. La toma de conciencia ante problemas que muchas veces separan a núcleos poblacionales de sectores urbanos, de los mercados y de estudiantes de sus colegios (por ejemplo) indica que algo no va bien en el desarrollo.

Un ejemplo de esta dejadez ocurre con la entrada de las ciudades que están a lo largo de la carretera Interamericana o la vía que conduce hacia la región de Azuero. Antes daba gusto ver cómo los municipios brindaban la bienvenida a los visitantes con arreglos de plantas ornamentales en las isletas de las vías. Ahora tan solo hay rastrojos, paja seca y montecillos que hasta impiden a los conductores apreciar el horizonte o tapan el letrero con el nombre de la ciudad.

Es una lección para los políticos. Los ciudadanos sienten que tienen problemas de todo tipo, alzan las quejas y no se les escucha. Entonces deben protestar y esperan llamar la atención para que un medio de comunicación los ponga en los noticieros y así vendrán a ver qué ocurre. Es un modelo desgastado y demuestra que no funciona un diálogo que debe ocurrir entre las comunidades y las autoridades locales, las de la región o las nacionales.

Los fondos de programas como la descentralización suelen ser ocupados para inflar las planillas e inventar gastos para el despacho del alcalde, como si fuera una caja menuda. La gobernanza debe crear momentos de diálogo entre los sectores más representativos de los núcleos organizados en los pueblos y la colectividad municipal.

Los representantes y concejales deben tratar de convencer al resto de los colegas sobre la importancia de darle seguimiento y alcanzar respuestas en aquello que aqueja a sus comunidades. Para eso es el discurso retórico, que debe convencer y medir la dimensión de las respuestas.

Evidentemente que de tal debate se llega a determinar qué puede lograrse en lo inmediato, a mediano plazo o a largo término. ¿Cuántas veces se han discutido las posibilidades de atender el problema del manejo de los desechos o sobre la disminución de las escuelas rancho, existencia de centros de salud, del sistema de alcantarillado o electrificación rural? Todos estos temas van a determinar el desarrollo local y a crear fuentes de trabajo.

Tan solo el mantenimiento de la infraestructura civil o de las vías públicas ofrece la oportunidad para establecer programas que involucren a la población en las medidas que se toman. Es importante que haya en estos lugares una preocupación por asumir una conciencia comunitaria y vincular a los individuos en la solución de las aspiraciones que involucren a todos, no importa cuan significativo pueda ser el problema.

La gente conoce la realidad local, por eso han puesto el hombro y se han esforzado con las tareas que se han convertido en iniciativas populares. Conciencia grupal, negociación, retórica, análisis de la realidad local, respuestas cónsonas con la lógica política y no con la corrupción, son los escalones para alcanzar un modelo de desarrollo que lleve implícito el cambio de las perspectivas tradicionales.

*El autor es periodista
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