• 16/07/2024 00:00

Enfrentemos el mayor problema estructural, la educación

La crisis educativa panameña comienza desde la década de 1970 cuando la Universidad de Panamá, vivero de profesores del secundario y de muchos maestros del nivel primario, primero por persecución político-militar despidió a excelentes profesores y, luego, por ingenua ideología igualitaria disminuyó sus estándares al mínimo para otorgar fácilmente diplomas universitarios a jóvenes de clases populares creyendo que así se favorecería la promoción social. Creamos un sistema educativo público mediocre e injusto para la mayoría, que se autorreplica. Hicimos lo contrario que China Popular desde 1977 y que Singapur desde la década de 1980, países que apostaron por la excelente educación primaria y una educación superior súper elitista, de la más alta calidad, con resultados extraordinarios. Nosotros cometimos un gravísimo error por el cual pagamos todavía un costo enorme.

Se puede mejorar lo que se mide. La calidad educativa se revela en las pruebas internacionales PISA (lectura, matemáticas y ciencias) de 2018 en las cuales los estudiantes panameños ocuparon el penúltimo lugar entre 10 países de Latinoamérica y uno de los últimos en el planeta (puesto 71 de 79). En las de 2023 nuestros estudiantes ocuparon el lugar 74 de 81 países evaluados, mientras que los de Singapur y China Popular descollaron en los primeros lugares.

Panamá dedica a la educación un porcentaje inferior al promedio de Latinoamérica y el Caribe, alrededor del 3 a 3,5% del PIB (será, por ley 7%), y tiene demasiadas escuelas en muy mal estado, mal equipadas, sin bibliotecas y laboratorios adecuados. Escuelas que utilizan un currículo obsoleto, con docentes reclutados con escaso criterio de selección y excelencia, no obstante, el mejor pagado de Latinoamérica, con aumentos automáticos. Igual sucede con las universidades públicas.

Esos fallos en la educación han afianzado la mentalidad irracional, mítica, supersticiosa que domina a gran parte de la población y que nos distingue entre los más conservadores, ignorantes y atrasados en la región latinoamericana, aunque estamos, por los elevados rendimientos del sistema logístico alrededor del Canal, entre los más prósperos.

Millares de niños aprenden el alfabeto, pero no saben leer ni escribir correctamente. Pasan de la primaria a la secundaria y llegan a la universidad sin entender un libro serio, carentes de espíritu crítico.

Al contrario de lo que sucedió en los Estados más desarrollados, ocurrió aquí el prolongado cierre de las escuelas, dos años desde 2020, el mayor en todo el planeta (según Unicef), y la sustitución de la educación presencial por una virtual, que no llegaba bien a 70% de los estudiantes, esencialmente los de menores recursos, decidido por un ministerio de Educación (Meduca) sin un verdadero criterio científico y sensato. Ente sometido a poderosos gremios de educadores entregados a largas vacaciones enteramente pagadas durante la pandemia de Covid-19, no ha hecho más que empeorar la situación educativa ya estructuralmente gravísima.

El resultado fue la condena de una inmensa población escolar a un futuro más incierto y empujar a estudiantes a la deserción educativa permanente. Es la mayor catástrofe social que haya sufrido el país en décadas, con fuertes implicaciones en la formación integral de los panameños como ciudadanos, y su aprendizaje profesional para un mundo más competitivo a escala interna e internacional.

Sin embargo, no todo fue negativo en los últimos tiempos. Los estudiantes panameños “reportaron niveles más altos de satisfacción con la vida y emociones positivas que los estudiantes en los países de la OCDE” según las pruebas PISA de 2018. ¿La inconsciencia de su ignorancia es lo que los hace más alegres y felices podríamos pensar? De 2010 a 2023 pasamos a ser considerados por la Unesco como Estado libre de analfabetismo porque su tasa descendió de 5,5% a 3,7%. El acceso a instrumentos de estudio e información ha aumentado mucho. En 2010, 28% de los hogares declararon que tenían computadora, laptop o tabletas, mientras que en 2023 esa cifra alcanzó 40%. Se registra un aumento de hogares con acceso a cable TV de 21% en 2010 a 57% en 2023. La cifra de hogares con internet pasó de 20% en 2010 a casi 70% en 2023. Son instrumentos útiles para la urgente revolución educativa.

Esa revolución educativa pasaría por renovar enteramente la escuela primaria, apoyar mucho más al excelente Senacyt y reorientar el mediocre Ifharu, despolitizarlo completamente eliminando la corrupción política, para ayudar a estudiantes realmente meritorios, seleccionados por riguroso concurso, a proseguir su educación superior en las mejores universidades del mundo. Por realizar una reingeniería completa del Meduca, despolitizarla y mejorar el reclutamiento de directivos, administrativos y docentes y calificarlos según su formación, aptitud y rendimiento. Por cambiar el sistema de selección de autoridades de las universidades públicas para reemplazar una “democracia” basada en la simpatía y el clientelismo por una selección por competencia y verdaderos resultados académicos.

En 2015 todos los gobiernos del mundo aprobaron la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y sus diecisiete objetivos entre los cuales destacaba: “garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos”. Fue letra muerta para nuestros gobernantes. El resultado de nuestra indiferencia e incompetencia es que tomará años de esfuerzos sostenidos recuperar la enorme pérdida para una generación de jóvenes panameños completamente abandonados por sus educadores y gobernantes. Lograr una educación inclusiva, equitativa y de calidad para el futuro, realmente laica, principal instrumento de promoción social y de combate contra la desigualdad, la ignorancia, la injusticia y la pobreza, es ahora un reto fundamental de Panamá.

El autor es geógrafo, historiador, diplomático
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