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- 16/04/2021 00:00
Empresarios-presidentes: la mayor amenaza en la política
Hoy, la mayoría de los países de América podrían definirse como Estados capturados. Los empresarios-presidentes, y los Gobiernos influenciados por empresarios, están destruyendo lo que queda de nuestras instituciones democráticas. Hoy, a excepción de Uruguay y Canadá, el resto de Latinoamérica y los Estados Unidos se enfrentan a un colapso social y político inminente. Ahora bien, ¿qué podemos hacer al respecto? y ¿cómo nos hemos permitido llegar hasta este punto?
La socióloga argentina Inés Nercesian, en su libro Empresarios-presidentes y Estados capturados, investigó las razones detrás de empresarios específicos que se han ofrecido como la única solución frente a los políticos tradicionales, y sus consecuencias, en países como Brasil, México, Perú, Chile, Colombia, El Salvador y Panamá.
Según las investigaciones, estos empresarios-presidentes son simplemente aquellos "administradores" del país que necesitan las multinacionales. Es básicamente la concentración de poder en manos de las grandes corporaciones.
Ahora bien, ¿podría EE. UU. ser realmente calificado como otro Estado capturado? ¿Cómo queda parado su último empresario-presidente, Donald Trump? Según Forbes, Stephen Feinberg, cofundador de Cerberus Capital Management, donó alrededor de 1,8 millones de dólares a la campaña presidencial de Trump en 2016, y en 2018 Trump lo nombró director de su Consejo de Inteligencia.
Por otro lado, Cerberus Capital Management es el propietario de Remington, uno de los productores de armas más antiguos de EE. UU. ¿Por qué será que las armas de fuego se venden en lugares tan masivos y sin restricciones como Walmart en EE. UU.? A simple vista, es un negocio turbio. Sin embargo, en la política, la explicación es mucho más compleja.
Ahora bien, ¿a quién hay que responsabilizar del incidente del Capitolio el 6 de enero del 2021, o por décadas de atentados? La realidad es que, mientras nos distraemos con el racismo o con Trump, hemos evitado discutir la verdad sobre el poder en la política y la complejidad que la rodea. Como resultado, le hemos dado la espalda a políticos verdaderamente preparados. Hemos empezado a creer que una nación puede ser administrada con la misma facilidad que una corporación, y acabamos eligiendo a empresarios-presidentes que no están a la altura.
Cuando un empresario llega a la Presidencia, se enfrenta con dos realidades. Primero, que un presidente no puede elegir de “a dedo” a quién despide ni a quién asciende. En segundo lugar, que debe haber balances y contrapesos entre los Órganos del Estado. Al no saber qué hacer, y pensando que un Estado puede ser manejado exactamente como él solía dirigir su propia empresa, entonces comienza a improvisar. Esto resulta sencillamente en un Estado presidencialista, o, mejor dicho, un Estado capturado y clientelista.
El nuevo presidente, al estar acostumbrado a tener la última palabra en su propia corporación, empieza a poner trabas a los poderes legislativos y judiciales. Cuando los balances y contrapesos entre los órganos se estancan, se resuelven con acuerdos y sobornos entre los magistrados de la Corte Suprema, los legisladores y el Ejecutivo.
Luego comienzan los nombramientos a dedo del presidente, las agendas excluyentes, y los acuerdos con las corporaciones basados en amiguismo. También los favores pendientes por el financiamiento de las campañas políticas. Y así, la democracia termina secuestrada por la corrupción institucional y el clientelismo. En la política, este proceso “detrás de cámaras” se llama: el Poder Oculto.
En realidad, el Poder Oculto debería ser completamente lo opuesto a lo que ocurre hoy. Es decir, si los Estados no estuvieran capturados por empresarios, las instituciones democráticas serían ejemplares. Porque tendríamos una participación inclusiva de la sociedad civil y los pobres tendrían voz en la toma de decisiones. Incluso más importante, el seguro social y la educación de calidad no se politizarían, sino que serían una realidad beneficiosa para todos. Exactamente como sucede en Canadá, Alemania y los países escandinavos.
La solución es dejar de elegir empresarios-presidentes. Así como también limitar completamente a los empresarios de participar en la política. Porque gobernar es para estadistas, no para magnates disfrazados de políticos, ni payasos mediáticos disfrazados de empresarios. Hoy las democracias tradicionales han fracasado por el simple hecho de ser “demasiado democráticas”.
El futuro de la política depende de su evolución hacia Estados libres, alejados de los negocios y clientelismo. Donde el verdadero interés de la Nación esté por encima de la agenda de cualquier corporación y oportunista.