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- 13/03/2024 00:00
El candidato soy yo
Cuando yo sea presidente, terminaré con la pobreza y todos tendrán más “billullo” en el bolsillo. Se acabará la evasión de los impuestos y se eliminarán los subsidios y las exoneraciones a perpetuidad de las grandes empresas que, lejos de ayudar a la creación de empleos y al aumento de la productividad del país, se traducen en precios altos, ganancias exorbitantes y una falsa libre competencia.
Cuando yo sea presidente, el capital extranjero y la inversión pública tendrán el propósito estratégico del desarrollo sostenible, mejorar el aprovechamiento de nuestra posición geográfica, aumentar la competitividad del país y mejorar las condiciones de vida de los panameños. Se acabarán las obras sin una planificación y se controlará la deuda pública para evitar que los megaproyectos sigan siendo fuente de más deuda y más corrupción.
Cuando yo sea presidente, construiré aeropuertos, puertos, ferrocarriles, metros, túneles, autopistas, carreteras y puentes, incluso donde no haya ríos. No habrá más tranques ni huecos en las calles, habrá estacionamientos y aceras para todas las personas, incluidos los discapacitados. Los peatones y el transporte colectivo tendrán prioridad y estará prohibido aparcar vehículos en las vías, que hoy impiden o entorpecen el flujo vehicular.
Cuando yo sea presidente, el desarrollo urbano sostenible y la integración de la ciudad será el norte de mi administración, donde los planes de ordenamiento territorial se harán bajo consulta ciudadana vinculante. Se acabarán los abusos de los “desarrollistas” que explotan al mercado, en particular a la clase trabajadora, con viviendas cada vez más pequeñas, con peores materiales, cada vez más alejadas, sin ninguna calidad en su entorno y con servicios deplorables o inexistentes de salud, transporte, agua, electricidad y recojo de desechos.
Cuando yo sea presidente, la salud preventiva será una estrategia de mi gobierno. Adoptaré un sistema único de prestación de los servicios de salud para asegurar una cobertura y una calidad similar a la de los hospitales y clínicas privadas. Los hospitales y principales centros de salud operarán 24 horas para acabar con la madrugadera para obtener citas, las largas colas, la ausencia de cupos y las cirugías a lontananza, pero principalmente, aseguraré el respeto y la cortesía en la atención a las personas que acuden a los centros de salud por estar sufriendo una dolencia.
Cuando yo sea presidente, en vez de construir más hospitales y regalar medicinas, le declararé la guerra a los tres enemigos de los panameños: la grasa, la sal y el azúcar (obesidad, presión alta y diabetes). Promoveré los buenos hábitos sanitarios, incluyendo la alimentación sana, con una canasta básica en función de las necesidades nutricionales de la población, que incluirá otros productos y servicios que no son comestibles, pero que forman parte del gasto diario de los panameños. Así, incentivaré las actividades físicas que mejorarán los índices de salud de los niños, adultos y personas mayores.
Cuando yo sea presidente, la educación será la prioridad de mi gestión, con fundamento en la capacidad básica de comprensión de la lectura y las matemáticas. Se acabarán las escuelas “rancho”, las malas condiciones físicas de los planteles, la demora en los nombramientos de maestros y profesores y el atraso en el pago de sus remuneraciones, producto de la incapacidad y la ineficiencia del sistema. Como política de Estado impulsaré, en los educadores y en los estudiantes, una educación bilingüe y el entusiasmo y la curiosidad por la investigación, la innovación, la ciencia y la tecnología. La educación pública tendrá la misma calidad que los centros de enseñanza privada.
Y en eso desperté, mareado de tantas promesas, limitadas solo por la osadía, la imaginación y la ignorancia de los aspirantes. Con muchas propuestas alejadas de la realidad, sobresale el interés de los candidatos en sintonizar con las aspiraciones y las necesidades de un electorado harto de sufrir la mala gestión de quienes llegan a ocupar las riendas del Estado, votantes ávidos de creer cualquier cosa que se les ponga por delante.
Panamá se merece algo más que postulantes que apelen a la emoción, a la fidelidad y a la complicidad de los electores. Ciertamente la complejidad de nuestros problemas excede las capacidades individuales de cualquiera de ellos, por muy iluminados o virtuosos que se consideren. El país no tiene tiempo para soberbias, improvisaciones, aprendizajes o veleidades y nos exige la unidad y el concurso de todos los panameños para forjar una visión y un acuerdo político que nos permita afrontar con urgencia y con éxito los grandes retos que tenemos por delante.