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- 01/11/2022 00:00
El Danubio, artífice del alma europea
La identidad colectiva europea tiene mucho que ver con el Danubio, río en el pleno corazón de Europa, que atraviesa o bordea diez de sus emblemáticos países - Alemania, Austria, Eslovaquia, Croacia, Hungría, Serbia, Bulgaria, Rumanía, Moldavia y Ucrania.
Su recorrido interactúa con todas esas diversas lenguas y culturas centro-orientales europeas, siendo estas manifestaciones lingüísticas e idiosincráticas nacionales, las “profundas compañías” que conforman cualquier alma individual o colectiva en el eterno fluir de la vida, al decir del Dr. Gregorio Marañón.
Esa continuidad acuífera y espiritual del Danubio, fluyendo con plenitud inefable por esos variados territorios de innegable belleza y diversidad, a su vez proféticamente presiente su final profundo y silencioso en el Mar Negro, tras 2850 kilómetros de recorrido, casi como una forma de liberarse de su carga de más de mil sangrientas batallas, apiñadas a lo largo de su historia guerrera, desde tiempos pretéritos.
Su historia guerrera comienza en un mundo ya desaparecido, pues sus aguas y corrientes, al ser una frontera natural, fueron utilizadas por las primeras bandas neolíticas asentadas en sus orillas para defender sus sitios, con igual fiereza que posteriormente los romanos, teutones, eslavos, magiares, otomanes y austro-húngaros utilizaron para defenderse o agredirse mutuamente en nuestra era. Testigo de esto son las muchas fortalezas y castillos que abundan a sus márgenes.
Por años, pues, el Danubio fue un centinela que se paseaba en torno a su garita hasta que pudo transmigrar al otro lado de la ribera, ansioso de ver su absoluta penetrabilidad, convirtiéndose en un vínculo político, económico, cultural y religioso, no solo entre sus vecinos, sino entre Oriente y Occidente.
Este dinámico diálogo interno y milenario con su contorno, lenguas y culturas, a modo de espiritual tentáculo, hacen del Danubio el artífice por excelencia del alma europea y sus hábitos de complejidad espiritual. Solo ver ciudades como Viena, Bratislava, Budapest, o Belgrado; o pueblos medievales, como Passau, Durnstein, Mohacs o Vukovar, entre muchos otros situados a orillas del Danubio para descubrir ese espíritu unificador y esa alma común.
Pero ¿qué tienen en común estas naciones y pueblos otrora tan belicosos y agresivos? A primera vista esta Europa del Danubio aparece con distintos semblantes, cada cual con gastronomía, folclor y costumbres diferentes, tanto así que Montesquieu la calificó como una nación compuesta por varias naciones.
Pero estas diferencias son formas humanas de espiritualidad que resaltan el entrelazamiento de su cultura, o sea, el alma unificadora de estos pueblos, resultado de procesos y creaciones con raíces históricas comunes basados en la racionalidad de la cultura europea y sus valores judeocristianos.
Estos valores y racionalidad le dan una forma compartida de entender el mundo y de ser una referencia urbanística para otros: allí vemos poblaciones con calles limpias; amplias zonas peatonales; centros históricos bien cuidados y de edificaciones bajas; espacios públicos integrantes y bien trazados; comercios y viviendas entremezcladas, donde confluyen grupos y capas sociales, promoviendo una vida social más democrática, transporte público eficiente, etcétera.
Lo que subsiste en ese fluir del Danubio y lo ata a su pasado y porvenir, es el espíritu europeo que lo incorpora a la eternidad.
La imagen mitológica de Zeus, transformado en toro blanco, llevando sobre sus lomos a la princesa Europa, es un referente artístico pintado por muchos artistas europeos, para representar el “Rapto de Europa”, la misma princesa que le dio su nombre a este continente.
¿Qué lecciones nos puede dar esta dinámica espiritual del Danubio al contexto panameño? Esto será tema de otro artículo posterior.