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- 14/02/2018 01:03
Comemos mucho, pero seguimos desnutridos
Lo que parece un contrasentido es la dramática situación tanto en naciones desarrolladas con altos ingresos como en países en desarrollo habitados por gentes económicamente menos favorecidas. No se trata del contraste entre ricos y pobres donde unos comen bien y otros no, sino entre quienes logran alimentarse y quienes no pueden consumir la mínima cantidad de calorías, a pesar de ingerir muchos ‘alimentos' que se transforman en sobrepeso y desnutrición.
La Organización Mundial de la Salud nos advierte que el año pasado existían en el mundo 1900 millones de adultos clasificados técnicamente como obesos y, según el Banco Mundial, en 2011 se acostaron sin comer cerca de 1000 millones de personas. No aludo a estos últimos sino a quienes tienen acceso a abundante ‘comida', pero pueden estar tan desnutridos como quienes no son tan afortunados. En términos sencillos: somos obesos, pero no estamos bien alimentados. No comemos bien.
¿Dónde radica el problema? No se trata simplemente de falta de recursos para poder adquirir suficiente cantidad de alimentos, porque, como expongo más adelante, aún en lugares de gentes de limitados recursos persiste el problema del consumo de alimentos deficientes. Un medio impreso de cobertura internacional ha denunciado el problema como un mal exportado por agresivas empresas de economías avanzadas que, viendo disminuido el mercado doméstico de sus productos ‘alimenticios', pretenden incursionar a mercados más prometedores en países en desarrollo en América Latina, Asia y África, ofreciendo comidas rápidas, preempacadas o congeladas, cereales azucarados, que resultan más fáciles de llevar a la mesa, en detrimento del mayor esfuerzo requerido en la cocina de productos crudos naturales, como frijoles, arroz, vegetales frescos y productos cárnicos obtenidos localmente. A ese pecado original, añádanse las bebidas gaseosas que han sido descritas por nutricionistas como ‘caramelos líquidos' que sustituyen jugos de las frutas naturales de nuestras campiñas.
Chile ha iniciado una fuerte campaña para exigir a estas empresas desplegar en sus cubiertas y etiquetas avisos alertando sobre los altos contenidos de sal, azúcares, calorías y grasas saturadas, y ha prohibido la venta de helados, chocolates y papitas fritas en escuelas chilenas. Se han prohibido anuncios televisivos en programas infantiles y se ha establecido un impuesto especial del 18 % sobre bebidas gaseosas. En cambio, en Colombia los activistas como EducarConsumidores no han tenido tanta suerte, cuando la agencia de protección del consumidor prohibió —por imprecisos y confusos— anuncios televisivos alertando sobre los peligros de comida chatarra y bebidas gaseosas; y también la discusión pública del tema, so sanción de US$250 000.00. En Brasil, según Transparencia Brasil, en la campaña electoral de 2014 esas compañías aportaron más de US$158 millones a miembros del Congreso y más de la mitad de los actuales legisladores recibieron donaciones políticas de esas industrias. En México se descubrió que las actividades de activistas que propugnaban por un impuesto a las sodas fueron espiados por las autoridades, forzándolos a evitar el uso de celulares y de correos electrónicos para discutir sus estrategias.
Se calcula que anualmente, debido a la obesidad, mueren prematuramente en el mundo cuatro millones de personas y constituye una seria amenaza a la salud pública, generando enfermedades del corazón, hipertensión, diabetes, hígados grasosos, limitación en habilidades de aprendizaje y habilidades cognitivas, etc. El aumento de la obesidad en países en desarrollo se vincula a una mejor situación económica que permite mayores comodidades, mejor estatus y disfrute de los sabores ofrecidos por comidas empaquetadas.
Donde antes había hambre y malnutrición, hoy hay obesidad y malnutrición. Resulta irónico que en el mundo haya más gentes obesas que bajas de peso. Ambas estadísticas dan que pensar.
EXDIPUTADA