• 25/03/2025 00:00

Cerro Quema: alma y corazón peninsular

Este es otro artículo que escribo sobre cerro Quema, el emblemático promontorio de la provincia de Los Santos, el que se eleva desde el corazón de la península de Azuero a 959 metros sobre el nivel del mar, 129 metros más que el icónico Canajagua, ambos en la sierra que lleva el nombre del segundo de los cerros.

Cerro Quema se ha hecho famoso por poseer en su entraña valiosos minerales que han despertado la codicia de empresas mineras que ven en la explotación un filón de dólares y sueñan con engrosar sus cuentas bancarias. Y en ese mismo empeño están los que moran fuera de los linderos patrios y aquellos panameños a quienes poco les importa la suerte del centauro santeño, así como la tierra y las gentes en la que está situado.

Al parecer nada conocen sobre los miles de millones de su existencia como mirador de la península y eterno observador del océano que se atalaya desde su cumbre. Allí estuve, hace mucho tiempo, y pude mirar el paisaje sobrecogedor que se aprecia desde la cima, mientras a sus plantas le rinde pleitesía la misma península que se divisa desde la cúspide.

Aquellos que sólo miran en Quema minerales y pírrica generación de empleo, lamentablemente tienen su vista puesta en temas crematísticos. El minero no puede ni quiere comprender lo que el cerro representa para el santeño y especialmente para el que mora en las inmediaciones. “Romanticismo orejano” dirán estas mentes estrechas y obnubiladas por el brillo del metal que disimula la postura de avaricia y ruindad.

Y para el proyecto minero, el hombre que mora en la zona es un estorbo, un ser al que hay que engatusar para que no descubra que ellos, los paisanos, son los verdaderos dueños de la riqueza. Buscan engañarlos con falsas regalías: comida para escolares, refrigeradoras y estufas, patrocinios deportivos, donativos a ferias y una larga lista de cebos o carnadas para ingenuos. Algo así como si Gonzalo de Badajoz y Gaspar de Espinosa estuvieran rancheando nuevamente en la sabana y la sierra peninsular del siglo XVI.

Mirando este panorama siempre me he preguntado cómo ha logrado nuestra gente mantener una oposición a lo largo de tres décadas, treinta años de no claudicar y pregonar que cerro Quema lo dice todo, que el proyecto quema, que no es tan fácil acercarse a la zona en donde la leyenda cuenta que el cacique Paris escondió el oro de la angurria española.

Hay mucha dignidad en todo este tema, porque el cerro no es tan sólo una simple elevación que se yergue en la confluencia de los distritos de Macaracas, Tonosí, Las Tablas y Guararé. El sitio está rodeado de gentes con mentalidad terrenal, que ama la cultura forjada a lo largo de quinientos años de historia y que mira al cerro como un compañero de vida. Por eso, destruir a cerro Quema es un acto de barbarie, propio de personas que mienten al afirmar que la explotación no tendrá consecuencias ambientales.

Dicho de manera llana, la verdadera oposición al proyecto minero nace del santeñismo, del estilo de vida en donde no caben claudicaciones cuando se amenaza la esencia misma de la cultura y se pretende destruir los íconos sociales. Los mineros olvidan que el Canajagua y cerro Quema también son banderas de reivindicación del hombre que mora en la península de Azuero. Y ya sabemos que las cosas del alma y del corazón no se venden ni tienen precio.

*El autor es sociólogo
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