• 12/03/2023 00:00

Censos de población: los dilemas de la identidad

“Los datos que surgen de un operativo censal permiten ir más allá de las intuiciones y robustecer el diseño y la implementación de políticas públicas a partir de la evidencia empírica”

La novena pregunta del Censo de Población y Vivienda nos convoca a definirnos por una determinada pero difusa identidad étnica. Dado que el reconocimiento puede ser por características raciales, color de la piel (culiso, trigueño, moreno) comunidad histórica, pertenencia cultural, religiosa o tradiciones, siendo consecuentes con tales opciones, todos tenemos de o somos afrodescendientes. Por nuestra cultura caribe, el tambor, la música congo, bunde y bullerengue, la cumbia, el reggae, las influencias culinarias, las danzas folclóricas, el baile popular, todos lo somos. Hasta los chinos-descendientes comen saus y bailan reggae. Pero reconocer y adscribir ciertas características no te hace parte de una identidad étnica cuando reconoces otras que también son parte de lo que eres.

La idea de identidad resulta engañosa, pues sobreentiende que, puesto que hay coincidencia en una determinada característica, se ha de coincidir también colectivamente en las demás, cosa incierta. Más incierta y engañosa aún en el caso de la composición abigarrada de la población panameña. El concepto de etnia está ligado a momentos del desarrollo humano, y su uso empieza a ser inaplicable en sociedades abiertas, modernas y abigarradas. El enfoque de la «identidad» presupone generalmente una epistemología esencialista: que las cosas son lo que son y que cada cosa la constituye un conjunto determinado de características fijas. (Goméz Garcia).

La Declaración de Santiago y la de Durban definen como afrodescendiente aquella persona de origen africano que vive en las Américas y en todas zonas de la diáspora africana por consecuencia de la esclavitud, habiéndoseles denegado históricamente el ejercicio de sus derechos fundamentales, pero, la pregunta 9, propone una amplia gama de posibilidades que implican otras formas por las cuales se es afrodescendiente. Si se trata, como afirman algunos, de una “conciencia de pertenencia” o “sentimiento de pertenencia” entonces un mestizo, trigueño, culiso, chino o hasta fulo puede adscribirse como afrodescendiente aunque su presencia en América no tenga nada que ver con la diáspora africana lo que, para efectos estadísticos y de políticas públicas, deviene en inoperante. Formulada de tal manera, la pregunta redefine el concepto de afrodescendiente que es objetivo: “persona de origen africano que vive en las Américas...” por un concepto subjetivo relativo al sentido de pertenencia cultural, religioso, por tradición, por tono de piel, entre otros.

En ese sentido, el método de construcción de la pregunta está destinado a influir concretamente en la formulación de la respuesta final. El que esto escribe, orgulloso de la cultura afrocaribe que forma parte de su ser y siendo que la cultura era una opción para el reconocimiento identitario fue invadido por la duda aún sabiendo que, en mi mezcla genética, se encuentra al originario americano y no al descendiente de la diáspora africana y que la adscripción por razón cultural constituye un dato falso en las estadísticas como seguro habrá miles. porque yo, como buena parte de mis paisanos somos todos sin ser ninguno.

Hemos de aceptar, dice Rodrigo Alsina, que la complejidad de uno mismo (y del otro) no puede reducirse a identidades-estanco y hay que abrirse a nuevas “poli-identidades cosmopolitas” en las que cada individuo acaba siendo el cruce creativo de huellas culturales, dialectos, costumbres, mitos, historias familiares, recuerdos históricos o, incluso, preferencias culinarias.

Pero hoy, la no-identidad o la sola identidad nacional, es vista como una anomalía psicológica o social. La persona sin identidad personal o sin referente grupal de pertenencia está situada en la marginalidad. Es el callejón sin salida al que nos conduce el discurso identitario posmoderno. La respuesta de un dirigente del movimiento afropanameño a un entusiasta colaborador del mes de la Etnia Negra, quien, con inocente orgullo, describía sus diversas ascendencias, incluida la afro, resulta ilustrativa. Desde su puesto de dirigente interrumpió al indeciso y con la autoridad de un juez sentenció: “El que es todo, no es nada”. Sin negar su buena fe, los movimientos sociales identitarios promueven la dispersión de las reivindicaciones populares difuminadas en las particularidades identitarias sin perspectivas totalizadoras ni colectivas.

Estela Serret, desde el feminismo crítico, señala que estos movimientos se expresan en una multiplicidad de temas inconexos, siendo focos de identidad, autonomía y autorrealización, buscan recursos y metas instrumentales sin tendencias a la unificación bajo una misma cosa, o todavía menos una narrativa suprema de progreso colectivo.

Los datos que surgen de un operativo censal permiten ir más allá de las intuiciones y robustecer el diseño y la implementación de políticas públicas a partir de la evidencia empírica. La posibilidad de diseñar políticas públicas eficientes dirigidas a la población más vulnerable se desvanece si, el diseño censal, obedece a criterios, visiones y posicionamientos propios de una militancia sectorial, pues, para ellos, la única identidad que reconoce en el otro es su condición de pobreza.

(*) Profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Panamá.
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