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- 12/04/2022 00:00
El drama de los chinos en Panamá
No es cierto que Arnulfo Arias fuera el único que quería establecer una lista con migraciones prohibidas en Panamá cuando introdujo su Constitución de 1941. La reticencia hacia la raza china en nuestro istmo viene desde que éramos parte de Colombia. Inclusive en presidentes considerados de avanzada, como Belisario Porras. Era la línea trazada por Estados Unidos, prácticamente de obligatorio cumplimiento para las recién nacidas repúblicas del continente americano.
A pesar de que desde 1816 el Libertador Simón Bolívar decretó el final de la esclavitud en los territorios liberados de América, y Colombia lo declara desde 1851, las prácticas esclavistas continuaron, particularmente con los chinos. Llegaban a nuestras tierras como un objeto cualquiera, menos seres humanos. Como “cosas” eran asegurados por si morían en el camino por quienes se encargaban de “contratarlos”, engañados con promesas de que regresarían a China cuando se enriquecieran o secuestrados para que sirvieran en trabajos difíciles para otros humanos, como la construcción en 1855 del primer ferrocarril transcontinental en Panamá. Posteriormente, en 1869 se construyó otra vía férrea que enlazaba las dos costas de Estados Unidos. Eran callados, dóciles y menos problemáticos que los antillanos que llegaron para la construcción del ferrocarril y el canal francés. Y, como, según sus traficantes, la mayoría ingleses, su vida valía menos que otras, poco importaba si morían antes de llegar o sucumbían ante las tantas enfermedades existentes en el Istmo.
La escritora panameña Berta Alicia Chen narra, en “Los chinos de Panamá: los inicios” (2021), en forma detallada, el sufrimiento y penurias vividos por los primeros chinos en Panamá. Eran los “culis”, considerados una raza inferior. Se los veía como inmorales, peligrosos, viciosos, sucios y jugadores, dando derecho a los “chineros” para abusar de ellos con prácticas similares a las aplicadas a los afrodescendientes esclavos.
El opio, causante del tremendo vicio, prohibido en Estados Unidos y Gran Bretaña, pero introducido en China por inescrupulosos comerciantes de esos países, se convirtió en el azote de los trabajadores chinos más pobres, dentro y fuera de su país. Sus juegos, propios de su cultura, fueron explotados al lado del opio, por comerciantes panameños como José Gabriel Duque, dueño de la Lotería de Panamá desde los tiempos que éramos parte de Colombia. En 1914, Belisario Porras acabó ese monopolio, convirtiendo la Lotería en una entidad pública, a cambio de cederle a la familia Duque el lucrativo negocio de la impresión de los billetes desde hace 108 años, más de un siglo.
La subsistencia de los chinos en nuestro país no fue fácil. Además del rechazo que recibían de los otros pobladores del Istmo, por su color, ojos, vestimenta y cabellos distintos, fueron objeto de abusos de las autoridades tanto colombianas como panameñas, a partir de 1903, por considerar que su inmigración nos perjudicaba como nación, absurda tesis norteamericana.
Pese a toda la tragedia vivida, el aporte de los chinos al desarrollo nacional a lo largo de casi dos siglos fue enorme. Basta ver los resultados en áreas como el comercio al por menor y la agricultura. Los chinos que terminaban sus contratos en las obras de construcción, se dedicaban a instalar pequeños comercios a lo largo de las vías construidas en el país. Muchos perdieron sus negocios con la xenofóbica práctica de Arnulfo Arias de quitarles sus negocios, quedándose con ellos cercanos allegados. Corrieron la misma suerte que los panameños en 1912 al perder sus propiedades y bienes en la inundación del lago Gatún y la evacuación obligatoria de los pueblos en la zona canalera a todos los que vivían allí, ya que los gringos no querían que en toda la extensión de la Zona del Canal nadie viviera. Otros chinos se dedicaron al cultivo de huertos agrícolas, principal ocupación que tenían en su país. En ambos casos se reflejaba su compromiso al trabajo honesto y a la ética comercial. Ante la ausencia de bancos, los tenderos chinos generaban tanta confianza, que guardaban los dineros de los trabajadores antillanos.
El tráfico de chinos se dio desde su llegada en Panamá. A pesar de las prohibiciones existentes, comerciantes inescrupulosos, asociados con políticos poderosos, tanto en China como aquí, los traían a escondidas o falsificándoles sus visados de entrada, obteniendo jugosas ganancias de esos ilícitos, que por muchos años se ha dado.
Siento dolor y tristeza por el trato xenofóbico que sufrieron en mi país. Al mismo tiempo, siento complacencia y orgullo de saber que, a pesar de las penurias que enfrentaron, salieron adelante y actualmente son parte importante de Panamá.
¡Aplausos y saludos al pueblo chino!