Este viernes 20 de diciembre se conmemoran los 35 años de la invasión de Estados Unidos a Panamá. Hasta la fecha se ignora el número exacto de víctimas,...
- 19/10/2021 00:00
A la espera de los gringos, ¿otra vez?
El final de Noriega hubiese llegado más temprano que tarde, aun sin la invasión fatídica del 20 de diciembre de 1989. Las rebeliones del 16 de marzo de 1988 y 3 de octubre del año siguiente mostraban una oficialidad harta de Noriega y su grupito, responsables del desprestigio de la profesión militar. Cuando, en las escalinatas del Cuartel Central, el dictador celebró aquel 4 de octubre de 1989 que el día anterior había acabado con el nuevo intento de golpe en su contra (fueron fusilados), muchos de los presentes eran partícipes del fracasado intento. Ya Noriega no confiaba ni en su propia sombra. No demorarían mucho tiempo en volver a rebelarse. El país se acababa por la crisis económica y social.
Días atrás, el prestigioso intelectual venezolano Moisés Naim, en El País de España, decía que de las lecciones que daba Afganistán eran que la democracia occidental no era exportable a países sin la cultura necesaria para poder vivir bajo sus reglas, como el occidente pretendió infructuosamente hacer por 20 años. Algo parecido aquí. En 1989, se llegó a decir que “gracias a la invasión” los panameños pudimos “recuperar” la democracia. Pero ¿acaso teníamos democracia antes del golpe de Estado de 1968 o solo la perdimos tras el golpe militar que dio al país 21 años de dictadura? ¿O no estaba el poder, como también ocurrió después del golpe, secuestrado por la insaciable élite económica y las corruptas roscas políticas? ¿Habremos, de 1989 a la fecha, profundizado esa “democracia” que ilusoriamente nos legaron los invasores? ¿O acaso no han quedado en el poder las mismas sanguijuelas políticas y económicas que, con poquísimas excepciones, lo han controlado desde nuestra independencia?
Desde 1989 ha habido una “democracia formal”. Se ha respetado, desde Endara, el triunfo electoral de opositores (Pérez Balladares, Moscoso, Torrijos, Martinelli, Varela y Cortizo). El deterioro institucional y la escasa división de los poderes públicos profundizada desde de Martinelli nos obliga a preguntarnos ¿podemos transitar por un régimen democrático con las mañas que cada vez enredan más a la corruptela política que tenemos y a los que siguen haciéndose más ricos, sin que nadie les ponga frenos? ¿Dónde el narcotráfico gana más espacios?
Volvemos a poner la mirada en los gringos. Los “salvadores” de países con problemas como la delincuencia y la criminalidad que nos agobia y que los gobernantes parecen impotentes de controlar, ni en sus mismos copartidarios. Las recientes visitas a Panamá de altos funcionarios de los Departamentos de Estado y de Justicia, DEA y FBI sugieren que ahora sí viene la “ayuda de EUA” para resolver lo que nos agobia con el narcotráfico y la sofisticada delincuencia que se filtra en todo nuestro tejido social, económico y político. Hasta avisan que nueva embajadora es un anuncio de la línea dura de los norteamericanos frente a lo turbio que aparece a diario en nuestra sociedad. Acabamos de establecer con EUA, en Amador, el Centro de Tarea Conjunta contra el Lavado de Activos. En los últimos días, la canciller y el ministro de Seguridad visitan Estados Unidos. Vendrán más gringos importantes, ¿por qué?
No hemos sabido preservar nuestro sistema político, siendo incapaces de frenar lo hecho por Martinelli y Varela y ahora, por la todopoderosa y prepotente dirigencia PRD en la Asamblea. Ante esa incapacidad, pareciera que esperamos que sea el FBI el que ponga presos a los que están hasta la coronilla en narcotráfico o que la DEA y el nuevo centro conjunto frenen la lavandería de dinero sucio que aún persiste ante los ojos de las autoridades en nuestros bancos, aun después de lo de Odebrecht. Que hasta lleguen a ayudar a encarcelar o extraditar a diputados y otros funcionarios hasta los tuétanos en esos ilícitos que tanto dinero generan, donde obtienen grandes cuotas del poder político.
Frente a nuestra incapacidad, esperamos que lleguen los milagros; que otros nos resuelvan lo que por incapacidad o complicidad no hemos hecho. De seguro que ese intento no será gratuito y mucho menos desinteresado. Pensar que importa a los demás que tengamos una sociedad sana y democráticamente transparente, capaz de frenar a las insaciables redes de la delincuencia internacional, no es más que una ilusión.
No soñemos con pajaritos preñados. La realidad es mucho más cruda que eso. Tenemos que resolverlo o resolverlo, pero nosotros mismos. Mirémonos en el espejo de Afganistán; pareciera que aquí también hay talibanes, aunque a las mujeres no se les obligue a usar burkas y se les deje ir a la escuela.