Este domingo 16 de febrero se efectuó en el boulevard Panamá Pacífico el XXV Festival de Cometas y Panderos, organizado por Aprochipa.
- 26/07/2021 00:00
'Nadie tiene derecho a obedecer'
Hoy te hablo como tu conciudadano, para advertirte de lo que estás a punto de hacer. Estás a punto de consentir en que tus conciudadanos sean sometidos a una intervención médica bajo coerción. Con ello, estás a punto de consentir en la violación sistemática del “derecho de cada persona de autodeterminarse y escoger libremente las opciones y circunstancias que le dan sentido a su existencia, conforme a sus propias opciones y convicciones” (así ha definido la Corte Interamericana de Derechos Humanos el principio de autonomía en materia de intervenciones médicas). No sé si eres religioso o ateo. Pero a todos nos llegará la hora de rendir cuentas, ya sea con la justicia terrenal para algunos, o con la divina para quien cree, o frente a la propia conciencia para el no creyente.
La observación de Hannah Arendt con que he titulado esta entrega encierra, para mí, una profunda reflexión. “Nadie tiene derecho a obedecer”, significa que no puedes excusarte en la obediencia de órdenes para cometer atrocidades. “Nadie tiene derecho a obedecer”, porque no somos autómatas programados por un agente externo, sino que cada uno de nosotros tiene libre albedrío, aún en las circunstancias más difíciles. “Nadie tiene derecho a obedecer” es la lección fundamental de los juicios de Nuremberg. Si eres religioso y crees en un dios personal, ¿acaso crees que el Día del Juicio podrás persuadir al Juez de que se justificaba negar la dignidad de tu prójimo porque te lo ordenó la autoridad humana? Si no crees en un dios personal, en algún momento tendrás que enfrentarte con tu conciencia. ¿Podrás en ese caso soportar la carga que tuvieron que llevar luego de la guerra los alemanes que consintieron y aprobaron como “buenos ciudadanos alemanes” todas las órdenes que emitía su Gobierno contra los “Untermenschen”?
Luego del fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando se reveló al mundo la extensión y profundidad de las atrocidades cometidas -como política de Estado y no meramente como daño colateral de la guerra- por los nazis, la percepción quizás generalizada era que los responsables habían de ser monstruos. Sin embargo, no eran monstruos. Eran personas “normales”. Fueron personas “normales” las que tomaron en Wannsee la decisión de la “Solución Final”. Fueron personas “normales” las que activaron cada vez los rociadores de gas. Fueron ciudadanos “normales” los que ayudaron a llevar a los judíos, contra su voluntad, a los campos de concentración. Y antes de eso, fueron ciudadanos “normales” los que forzaron a los judíos a subir a los vagones de los trenes en que los llevaban como ganado al matadero. Y antes de eso, fueron ciudadanos “normales” los que participaron de reclusión forzada de los judíos en guetos. Y antes de eso, fueron ciudadanos “normales” los que les hicieron llevar en el hombro una banda con la Estrella de David. Previo a ello, fueron ciudadanos “normales” los que les hicieron portar un pase de registro genealógico para poder circular en público. Y eran también ciudadanos “normales” los que en la calle gritaban “cerdo judío” mientras les escupían. Y ciudadanos “normales” los que hacían piqueteos con pancartas que leían “no les compres a los judíos, compra en tiendas de alemanes”.
Los nazis no eran monstruos esperpénticos, fácilmente identificables ex ante. Eran gente normal. Gente normal que aprobó y aplaudió la deshumanización sistemática del otro, del distinto. El hallazgo del posterior experimento de Milgram, de que muchísimas personas “normales” están más que dispuestas a infligir dolor en una persona, incluso en una persona visiblemente dañada por el dolor que aquel ya le ha causado, si tan solo una figura de autoridad vistiendo bata blanca se lo indica, corroboró lo que las cámaras de gas ya nos habían hecho saber. El hallazgo del experimento de Milgram corrobora todo lo reflexionado por Arendt en sentido de que para la comisión de crímenes atroces como los cometidos por los nazis no se requiere de monstruos, de gente con traumas profundos arrastrados desde la infancia, ni nada parecido. No, basta con gente “normal”. De hecho, las atrocidades cometidas a enorme escala solo pueden ser cometidas con la participación activa de “gente normal”.
Meditad de qué lado te colocas. Que no te ocurra tener que contar algo similar a lo que contó años después un alemán: “[…] Y así un día, muy tarde, tus principios, si alguna vez los tuviste, se te vienen encima de repente. La carga del autoengaño se ha vuelto demasiado pesada, y algún incidente menor, en mi caso mi pequeño hijo, apenas mayor que un bebé, diciendo 'cerdo judío', colapsa toda de sumo, y entonces ves que todo, todo, ha cambiado bajo tus narices. El mundo en que vives -tu país, tu gente- no es ya para nada el mundo en que naciste… Ahora vives en un mundo de odio y de miedo, y la gente que odia y teme ni siquiera lo saben; cuando todos se han transformado, nadie se ha transformado” (Milton Mayer, “Ellos se creían libres: los alemanes, 1933-1945”).