• 25/07/2017 02:02

Panamá: ¿qué valores nos rigen?

Ocurre de esa manera, en todo ámbito urbano o rural panameño (o latinoamericano, quizá planetario).

A las convicciones éticas alcanzadas en nuestra evolución humana y social, las que nos deberían regir, las que guían nuestras maneras de ser y ordenan nuestras conductas, se les llama ‘valores'. Son, en su jerarquía filosófica, las normas que determinan nuestra esencia humana, nuestro talante.

Pero, aunque existe un consenso histórico-social sobre estas maneras de comportarse en sociedad, cada persona tiene su propia escala de valores, es decir, jerarquiza de forma distinta la lista de normas y cómo las aplica a su vida, al extremo que en esa jerarquización, por la importancia que cada uno le da a la expresión de su humanidad, radica la personalidad del individuo.

En esa escala individual cada uno de nosotros ha decidido qué normas de conducta moral y ética serán las que construirán nuestra identidad. Es de acuerdo a esa selección que sabremos qué debemos ser, y no qué queremos ser; cómo deben vernos, y no cómo queremos que nos vean; qué debemos tener, y no qué queremos tener.

Cuando nuestra escala ha sido definida, cuando hemos elegido un tipo de valores y los hemos ordenado de acuerdo a su calidad e importancia, hemos definido la ruta que conduce a la afirmación de nuestra identidad; cada valor será un referente en nuestra cotidianidad, controlará nuestros impulsos, fortalecerá nuestra decisión en el deber ser, nos hará justos, prudentes, determinados y forjará nuestra entereza.

Los valores y la forma como los ordenamos por importancia suelen cambiar a lo largo de la vida, a medida que crecemos y la experiencia en el convivir nos dota de criterio. Cuando somos niños, la jerarquización se concentra en satisfacer la sobrevivencia y ganar la aprobación paternal; en la adolescencia, la escala de valores se organiza de manera que se corresponda con la conquista de la autonomía y la experimentación, la ampliación del círculo de amigos y el deseo de libertad; cuando somos adultos, los valores deberán orientar nuestras conductas hacia la salud y el cumplimiento de las responsabilidades familiares, en el entorno del éxito personal y el reconocimiento social.

En este sentido, pocos valores permanecen en su misma jerarquización a lo largo de nuestras vidas, pero siempre mantienen un lugar importante en la escala, si hemos venido a ser, y no a tener.

¿Qué valores rigen a los individuos que forman la sociedad panameña? Si nos atenemos a las normativas estándares, a las leyes que deberían regirnos, vemos una disonancia alarmante con cualquier escala individual de valores, suponiendo que cumplieran en un mínimo con las exigencias de convivencia; pareciera que unos son los individuos, y otra muy diferente la colectividad, de manera que no se cumple la relación entre las partes y el todo. Dicho de otra manera, uno debería esperar que el todo ético fuera mejor que la suma de sus partes, y que dicha suma de conductas sociales, dentro de las normativas, produjera una sociedad justa.

Más desesperanzadora aún es la conducta con que nos subyugan nuestros congéneres, una vez que alcanzan la meta profesional. Lejos de comportarse dentro de normas deontológicas donde el rédito sea devolverle al país escenarios de crecimiento, dedican su empeño laboral a enriquecerse; y en esos empeños le regatean a quien necesita una oportunidad de desarrollo, desde un céntimo, hasta el tiempo mínimo para que, igual que ellos, tengan la posibilidad de enaltecer su vida con un trabajo digno… esa gente viene a vivir la vida, no a honrarla. Ocurre de esa manera, en todo ámbito urbano o rural panameño (o latinoamericano, quizá planetario).

Nuestra sociedad ya no avanza ni siquiera a tumbos; va en direcciones confusas, alternando sus fracasos con ningún castigo y dejando a nuestras descendencias una huella social carente de armonías humanas. No hay espacio o tiempo que los panameños puedan disfrutar, e incorporar a la vigorización de sus escalas de valores, convirtiendo nuestro país en una distopía insufrible.

Veo por las mañanas y las tardes el padecimiento callado en las autopistas, miles de panameños en sus autos, uno tras otro, sin opciones, perdiendo horas valiosas de crecimiento humano; los veo en las calles con las miradas perdidas en el triste horizonte urbano esperando algún transporte público que los acerque a sus hogares; compran contando las onzas y los centavos, porque no pueden adquirir la cantidad de alimentos que necesitan sus familias; claman o roban servicios eléctricos, de salud, agua, recolección de basura, salubridad, porque quienes los deberían satisfacer eficientemente son incapaces; la Justicia lleva lustros desatendida, ocasionando en el sentir social una depresión peligrosa y capaz de explotar en inimaginables conductas; el respeto y la cortesía están ausentes.

Los políticos -esa especie vergonzosa que se agita en todas las capas sociales- lucran arriba comportándose como lo que son: parásitos sociales; y abajo, traicionando la esperanza de que alguno que llegue pueda reivindicar a la clase, como el colofón lógico de una sociedad sin educación ni ejemplos. Ya la palabra ‘corrupción' es casi un halago para ellos, y quien no cumple con sus preceptos aniquiladores, no tiene oportunidad de éxito social y económico entre gobernantes y gobernados; entre más vivo y pillo, más posibilidades de ser elegido.

Si las normas de convivencia no se aplican y cumplen como medidas de protección y estimulantes del desarrollo, no habrá dignidad social; si cada individuo no se exige conductas éticas, la colectividad será el fracaso que sufrimos, y el rumbo nacional habrá derivado al descalabro.

En una visión universal, lo triste es que otras sociedades han probado lo uno y lo otro; han sucumbido, y se han levantado… ¿será tan difícil, aunque sea la imitación?

ESTUDIANTE UNIVERSITARIO.

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