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La sucesión soviética y la seguridad del futuro
- 01/04/2022 00:00
- 01/04/2022 00:00
Durante su discurso en Varsovia el 26 de marzo, el presidente de EE.UU., Joe Biden, resaltó la fortaleza de la unión de las democracias de la OTAN en esta “nueva batalla por la libertad” y posicionó a la valiente resistencia ucraniana al centro de una lucha existencial por la “defensa de los principios básicos de la democracia que unen a las personas libres del mundo”. En el punto más álgido de su discurso, el presidente Biden exclamó: “¡Por el amor de Dios, Putin no puede permanecer en el poder!”.
Las palabras del líder estadounidense en Polonia parecían querer emular el clamor que produjo el discurso de Ronald Reagan en Berlín, en 1987, cuando otro mandatario estadounidense exigió cambios en Moscú y vocifero: “¡Sr. Gorbachov, derribe este muro!”. A diferencia de 1987, minutos después del discurso, la Casa Blanca nerviosamente buscó corregir o retractar las palabras del presidente y rechazó categóricamente cualquier llamado a un cambio de régimen en Moscú.
Los elementos básicos para una revolución en las barracas y/o en las calles están presentes en Rusia tras la invasión de Ucrania. Sobre todo tras el increíble fracaso prolongado de las operaciones militares, el sombrío impacto de la represión política interna y las sanciones de occidente sobre la economía rusa. A pesar de la inestabilidad y la tragedia de las decisiones de Vladimir Putin, la sucesión del poder soviético, el desgraciado legado del autoritarismo en Europa del este, se mantiene ininterrumpido y atomizado. Las lecciones del golpe en Moscú en 1993 y los conflictos en Europa del este son un recordatorio latente de que Putin, a falta de un adversario convencido, se mantendrá como el zar de la violencia en el viejo continente. En un mundo en conflicto, la OTAN y sus aliados democráticos deberán definir en 2022 sus conceptos estratégicos y visión de las amenazas de seguridad del futuro. Será en junio, en la ciudad de Madrid, que nuestros líderes decidirán el destino del mundo del futuro.
Desde el inicio de la guerra en Ucrania, entre 7 mil y 15 mil soldados rusos han muerto y otros 35 mil han sido heridos (según fuentes de la OTAN). Para contextualizar las proporciones: Rusia perdió más soldados en un mes de guerra que EE.UU. ha perdido desde 1975. Es decir, el Ejército ruso ha sufrido más en un mes que las fuerzas estadounidenses en 20 años de guerra en Afganistán, dos guerras en Iraq y alrededor de 18 otras intervenciones militares alrededor del mundo.
El fracaso militar y de inteligencia del Kremlin de cara a la invasión en Ucrania es abismal. Ya son siete los generales rusos que han muerto en Ucrania. Una lista de 600 espías fue interceptada y divulgada por los servicios de inteligencia de Kiev. Incluso el jefe de la inteligencia británica, Jeremy Fleming, detalló un sinnúmero de casos en donde tropas rusas han comenzado a rechazar órdenes, sabotear sus propios equipos militares y hasta derribar sus propias aeronaves (por accidente). La derrota física y moral de los rusos en el campo de batalla, además, está bajo el asedio del poder autoritario que emana del Kremlin.
Internamente los medios de comunicación han sido violentamente censurados. Cerca de 20 mil personas han sido arrestadas por protestar pacíficamente en las calles de las grandes urbes de Rusia. Y la economía nacional se está contrayendo a un ritmo mayor que durante el final de los años 80, durante el colapso de la Unión Soviética. Los accionistas tienen prohibido las ventas en corto (short-selling) de valores, 60% de las reservas extranjeras del país están congeladas, y decenas y decenas de proveedores internacionales y muchos nacionales han dejado el país. Por ejemplo, en la gigante tecnológica de la información en Rusia YANDEX, 6.000 de sus 10.000 empleados huyeron del país en busca de nuevas oportunidades y libertad.
El aparato de seguridad también está siendo atacado directamente por Putin. El ministro de Defensa de Rusia, Sergei Shoigu, se reunió con el zar ruso el 27 de febrero, tres días después del inicio de la invasión, y, tras rendir cuentas del fracaso de la operación militar, desapareció de todo acto público hasta la fecha (con la excepción de imágenes de una supuesta reunión virtual con Putin y su Consejo de Seguridad el 24 de marzo). Sergei Beseda, el coronel de la FSB (nueva KGB) encargado de planificación estratégica y servicios de análisis de información, fue arrestado. Varios otros miembros de la famosa Dirección 5 de la FSB, fundada personalmente por Vladimir Putin durante su dirección de la organización en los 90, han sido detenidos.
En cualquier país latinoamericano estos elementos son la receta perfecta para un estallido social o un golpe militar. Sin embargo, la idiosincrasia del poder en Rusia y su historia presagia otra realidad.
A pesar de sus muchos desaciertos, los expertos de la Casa Blanca inmediatamente alertaron a Joe Biden de su error durante su discurso en Varsovia, y el mismo presidente terminó calificando sus comentarios referentes a un cambio de régimen en Moscú como emotivos. La noción de cambio de régimen, favorita opción de los estadounidenses desde el inicio de la Guerra Fría, ha sido estudiada y recontra estudiada durante los últimos 75 años. La sabiduría convencional y la historia de Rusia demostraron que la sociedad rusa, sujeta desde la era de los zares hasta el presente al poder autoritario, ha logrado separar el poder económico del poder político. Y el poder político en Rusia está concentrado en el líder y sí tiene un monopolio de la violencia.
Desde la revolución bolchevique a la fecha, ningún estallido social o levantamiento militar ha sido exitoso en Rusia. La sucesión del poder político autoritario de la era Soviética ha sido ininterrumpida. Y revisando la historia reciente, el golpe o crisis constitucional de 1993 es un recordatorio de porqué del fracaso de cambio de régimen en Rusia: la violencia sin límites que controla y comanda el líder supremo es total y aniquila a sus adversarios.
En octubre de 1993, elementos de las fuerzas de seguridad de Rusia, parlamentarios, y grupos civiles se alzaron en contra de Boris Yeltsin y sus reformas. Hordas de manifestantes tomaron las calles y el control del parlamento donde votaron para destituir al jefe de Estado. El resultado, sin embargo, fue algo nunca antes visto en las calles de Moscú desde la Segunda Guerra Mundial: Yeltsin ordenó a tanques de guerra disparar en contra de la sede del parlamento. Más de 180 civiles fueron fusilados en las calles y los rebeldes arrestados y enviados al “gulag”. 30 años después, el mismo poder autoritario, sucedido en Vladimir Putin, ha sido utilizado para envenenar a líderes opositores, periodistas, disidentes; utilizar armas químicas contra poblaciones civiles (Siria); atacar naciones no alineadas (Georgia, Estonia, Ucrania); e intervenir en defensa de dictadores (Bielorrusia, Kazajistán, Venezuela, Cuba, Nicaragua, Siria). Y todo esto sin el rechistar de los supuestos oligarcas rusos. La autonomía o voluntad del poder económico en Rusia y el poder cívico ha sido extinguida por la violencia autoritaria. Y la idea de un cambio de régimen produce pánico en la paranoia de aquellos cercanos al poder. La evidencia más gráfica de esto fue demostrada al mundo el 22 de febrero, cuando Vladimir Putin, en televisión nacional, humilló al jefe del Servicio de Inteligencia Extranjera, Sergei Naryshkin, durante una reunión del Consejo de Seguridad.
Gane, pierda o llegue a un acuerdo para la paz en Ucrania, Vladimir Putin permanecerá en el poder y su posición de control determinará los niveles de violencia interna en Rusia, pero también de actividad bélica a nivel internacional.
El presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, es conocedor de esta realidad e idiosincrasia político-social del espacio exsoviético. Ucrania sabe que se enfrenta a su destrucción total, sin importar la resistencia. El líder del Kremlin no cesará la violencia hasta conseguir una victoria. Y es por eso que esta semana Zelensky ya avecinó su disposición a entregar territorio ucraniano a Rusia y declarar la neutralidad del país que acolchona la frontera este de la OTAN de presiones directas con Rusia. Es por eso (entre otras razones y medidas) que el rublo ya está prácticamente en su valor preinvasión.
En un mundo en conflicto y de cara a la reunión de Conceptos Estratégicos de la OTAN en junio de este año, en la ciudad de Madrid, el bloque de democracias transatlánticas deberá decidir su postura por los próximos 12 años. Por un lado, la prioridad fundamental de EE.UU. es contrarrestar el crecimiento de China, que en 2030 sobrepasará a Norteamérica como potencia económica mundial y es un adversario tecnológico, militar, sistémico e ideológico. Por el otro, Europa deberá aumentar su autonomía en materia de seguridad y defensa. Los pronósticos más radicales indican que Europa se mantendrá dependiente de Rusia en materia energética, por al menos una década. Pero más allá de la codependencia económica, gane pierda o negocie, Rusia tiene la llave maestra para encender conflictos en Armenia, Georgia, Ucrania, los países bálticos, Kosovo, Moldova. Conflictos que, al igual que durante los últimos 20 años, Putin volverá a utilizar para negociar victorias para su reinado.
¿Acaso la nueva era de defensa de la libertad dejará por fuera a aquellos ya bajo control autoritario, como el mundo ha abandonado a los combatientes ucranianos? o ¿acaso los nuevos Conceptos Estratégicos de la OTAN buscarán también “liberar” territorios en una nueva repartición de Europa y del mundo? ¿La unidad transatlántica sobrevivirá la división de prioridades de sus democracias? Ojalá los líderes de los países amantes de la libertad aprendan la lección de la sucesión soviética: el poder autoritario destruye la libertad del individuo con niveles de violencia y terror que pueden someter a poblaciones por décadas y siglos, el impacto económico del coraje moral nunca será mayor al costo de la tiranía del hombre sobre el hombre.