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- 14/03/2021 00:00
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Resultan muy atractivos a la vista por su tamaño, árboles que deberían medir cinco, diez o más metros, reducidos a menos de uno; estamos hablando de los bonsáis, un arte milenario que evolucionó de la mano del budismo zen y se ha esparcido por el mundo para deleite de muchos.
Cuando decimos bonsái, un porcentaje alto de personas reconocerá la palabra que se usa para referirse a árboles en miniatura; sin embargo, su significado en japonés es: “plantado en un envase llano”, lo que es parte fundamental de las técnicas de su cultivo.
De China salieron los pun-tsai hacia Japón hace aproximadamente 1,200 años, regalos de la mano de monjes budistas que fueron adoptados por el budismo Zen de Japón. Pero, no es hasta el período Heian (794-1185) cuando aparece por primera vez una mención escrita en el “Utsubo monogatari” –El cuento del árbol hueco– donde se describía cómo la mano del hombre al modelarlos, los convertía en un objeto digno de admiración.
Para los austeros monjes zen, el poder representar paisajes en miniatura era un medio para la autodisciplina, ya que su labor requería concentración que muchas veces llegaba a la contemplación. Por ello llegó a atribuírseles poderes mágicos.
El cultivo y cuidado de los árboles formó parte de las labores cotidianas de algunos samuráis durante el período Edo (1603-1867) y se convirtió en figura omnipresente en la cultura japonesa ya fuese como ukiyo-e –xilografía– y como obras de teatro Noh. El shogun Tokugawa Iemitsu (1604-1651) tenía un bonsái de pino blanco que ha llegado a nuestros días con más de cinco y medio siglos de existencia. El árbol llamado “Tercer Shogun”, en la actualidad puede admirarse en el jardín Omichi Teien en el palacio de la Corte Imperial, junto con otros 600 árboles de noventa especies diferentes.
La creación de los bonsáis ganó muchos adeptos, quienes para finales del período Edo inauguran en Kyoto ferias especializadas muy concurridas por compradores y admiradores. En el intertanto se crearon categorías de acuerdo con el tamaño de la pieza: el más chico keshitsubo (3 a 8 centímetros) hasta un imponente pero pequeño Imperial de entre 152 a 203 centímetros.
No obstante, según los japoneses no es importante solo el cuidadoso proceso de crear y mantener estas miniaturas con vida, sino el modo como se exhiban debe ayudar a realzar su belleza, y a que los visitantes los admiren en una atmósfera apropiada para que se sientan bienvenidos. Libros como The Beauty of bonsai, de Yamamoto Junsun, explican la historia de su presentación a sus adeptos como a los lectores noveles: “La mayoría de los aficionados del bonsái se sentirán felices con cultivarlos, sin embargo la mayor satisfacción radica en exponer el árbol en interiores para que sea visto y apreciado”, tradición que es tan antigua como los mismos árboles.
Como muchas de las artes japonesas, el bonsái es adoptado por personas de todas las edades, algo que en el pasado se consideraba pasatiempo de adultos adinerados o con una buena jubilación, ahora forma parte integral de la vida de chicos y grandes.
Panamá también cuenta con cultivadores de este arte con especies autóctonas como la veranera, el tamarindo o el macano, entre otros. Y es que desde hace casi 30 años existe en nuestro país la Asociación Bonsái de Panamá, una organización sin fines de lucro cuyos miembros desde su fundación se han dedicado a divulgarlo mediante eventos tipo exposiciones de los árboles cultivados por los socios, talleres y conferencias. La asociación está abierta al público residente en Panamá, para “toda persona mayor de edad interesada en aprender y compartir conocimientos sobre el cultivo del bonsái, cumpliendo con los requisitos establecidos en nuestro estatuto y reglamento interno”.
Para los interesados, debemos recordar que esta práctica comporta un crecimiento personal mientras se trabaja y ve crecer los árboles, es esfuerzo y dedicación, ya que a diferencia de un árbol en la naturaleza que recibe la luz y agua, un bonsái depende de la atención de su dueño, toda su vida. Los materiales se encuentran también en nuestro país, gracias a Capitán Bonsái, lugar de reunión para aprendizaje de las técnicas y para la adquisición de los implementos necesarios que el cultivo requiere. Su dueño Filho Fernández estudió con el maestro Bjorn Bjorholm y al regresar, decidió montar su negocio, porque “mi mayor objetivo era que las personas tuvieran la facilidad de encontrar todo lo necesario aquí en Panamá”, porque conoció a muchos interesados, que al no contar con la instrucción y herramientas adecuadas, se desanimaban.
Lo admirable del bonsái es que a pesar de ser un arte milenario no ha dejado de evolucionar. El ahora famoso Paradise Yamamoto introdujo cambios, no en su cultivo, sino en su presentación, el mambonsai, que es básicamente la utilización de figuras a escala en la maceta del árbol para crear una 'escena' o como explica el propio Yamamoto: “Puedes contar lo que está pasando por tu mente o narrar una parte de una historia, el principio, el medio o el final”. Podríamos decir que Yamamoto renueva la búsqueda inicial de los monjes zen, la cual era recrear paisajes en miniatura, ahora con personas o animales incluidos.
Los interesados en dedicarse al arte del bonsái sentirán que el cuidado, la dedicación a estas bellezas puede cambiarles la vida.
El autor es catedrático de la Universidad de Panamá y doctor en comunicación audiovisual y publicidad.