‘Pensar el país desde lo interno y colectivo’

Actualizado
  • 26/01/2025 00:00
Creado
  • 25/01/2025 16:39
La investigadora y docente Ariadna García Rodríguez estudia la “geopsiquis” del país y plantea la necesidad de imaginar el territorio desde otra perspectiva.

Ha querido la casualidad que, en la misma semana que Donald Trump asumió como presidente de Estados Unidos, esté yo en la tarea de escribir una reseña sobre el libro Geopsiquis de una nación. Ensayos sobre una forma terrestre, de la investigadora y docente Ariadna García Rodríguez.

Menciono lo de la casualidad porque Trump insistió durante su toma de posesión en la idea de recuperar el Canal de Panamá, porque tales declaraciones han inflamado (nuevamente) el discurso nacionalista en el país, y porque Geopsiquis de una nación trata, precisamente, sobre la relación que los individuos tenemos con el territorio en el que crecemos. “Pensar críticamente la experiencia humana en términos espaciales es interrogarse sobre la forma o las formas de la tierra como genuina preocupación”, dice la autora en el prefacio, cuyo título — “De lo verde y sus tonalidades”— plantea una discusión complementaria: la noción o conceptualización sobre “lo tropical”.

Vale la pena aquí dar un paso atrás y pensar sobre lo que quiere decir García Rodríguez con el título de su libro. Al hacerlo, surgen las preguntas. ¿Cómo influye la geografía en la mentalidad de los habitantes que ocupan un territorio determinado? ¿Cuánto incide la forma terrestre en la idea que nos hacemos de nación? ¿Qué tan preponderante ha sido la ubicación del istmo en la construcción identitaria del país? La ilustración que sirve de portada, de Jairo Llauradó Cedeño, obliga a detenerse otra vez para reflexionar en todo el conjunto: título, subtítulo, concepto.

Geopsiquis de una nación es la re-edición de tres ensayos cuyo hilo conductor “es la encrucijada entre lo literario, lo histórico y lo geográfico”, y tratan sobre “la construcción de un imaginario sobre lo ístmico”. Para esto, García Rodríguez, de ascendencia coclesana, analiza varios textos — entre ellos Núñez de Balboa. El tesoro del Dabaibe (1934); un soneto inglés del siglo XIX, un libro sobre la historia del Pacífico californiano de 1917, dos narraciones de dos escritores mexicanos reconocidos y una recopilación de testimonios sobre la invasión a Panamá—, para a partir de allí y a través de ellos, explorar cómo ha sido la formación de la identidad nacional y su vinculación con la tierra-naturaleza.

Esta relación, explica la autora, es más que un telón de fondo para la obra: “es el resorte principal subyacente, desencadenante de un difícil equilibrio entre la ontología del nuevo Estado-Nación y la práctica usufructuaria de la economía del servicio” que gira en torno al Canal de Panamá. “Dicha tensión tendrá como resultado la creación de un discurso de la panameñidad que yo denomino geopsiquis”, puntualiza.

No entraré en detalles sobre cada uno de los ensayos; considero suficiente abreboca comentar el prefacio. Sobre él mencionaré una cosa más: el “juego” de colores, o de tonos cromáticos, al que nos invita García Rodríguez. La alusión a cada uno de sus ensayos en esta parte del libro está precedida por el nombre de un tono específico de verde: sínople, glauco, prásino. Cuando se descubre que cada concepto corresponde a un tono distinto, es imposible no pensar en las selvas y bosques panameños, y en esa tensión que Ariadna García Rodríguez menciona entre el paisaje ístmico histórico —tropicalizado, es decir, como sinónimo, desde la concepción moderna, de lo salvaje frente a lo civilizado—, y el discurso “civilizatorio” que se impuso desde fuera durante la construcción del Canal. La historiadora Marixa Lasso lo explica explica bien en su libro Historias perdidas del Canal de Panamá: “el canal se volvió un espacio que exhibía y glorificaba el triunfo de la modernidad estadounidense”, y en ese afán se ignoró la modernidad istmeña y estigmatizó desde el clima hasta a la población, pasando por las formas tradicionales de practicar la agricultura.

García Rodríguez hace suyo también este tema, aunque desde una perspectiva y un énfasis distintos. Nos presenta lo que ha significado el Mar del Sur y su “descubrimiento” por el conquistador español, y cómo esta figura de Balboa se utilizó —¿se sigue utilizando?— para esbozar una forma de ser (y parecer) del panameño. Este libro dialoga también con Filosofía de la nación romántica, de Luis Pulido Ritter; y con Memorias e imaginarios de identidad y raza en Panamá. Siglos XIX y XX, de Patricia Pizzurno, porque los tres autores estudian —como dice Pulido Ritter— “la manera y forma de estar y ser de los panameños en el mundo”.

Conversamos con la autora sobre su libro y, a continuación, el intercambio breve:

Usted plantea en el prefacio que el libro recoge tres ensayos que “tratan de la construcción de un imaginario sobre lo ístmico”, y que son ensayos que abordan esta “problemática espacial” sobre lo istmeño, y en este sentido quiero saber ¿por qué se interesa en estos temas y por qué lo considera una problemática?.

“Mi interés en la noción de istmo surge de manera bipartita, producto tanto del azar como de un proceso. Tener una experiencia vivencial ístmica influye en el ángulo de mira de quiénes hemos nacido por estas latitudes, sin aludir a determinismos. Al mismo tiempo, al dar por sentado dicha forma geográfica, ésta se nos escurre entre los dedos, como el agua. No es posible aprehender el proceso de formación de una literatura nacional como la nuestra sin tropezar, al menos en la época cuando empecé en este periplo investigativo, con sesgaduras que desdibujan a sus habitantes y a una invisibilidad de la nación misma. Sobre todo esto último: el que Panamá brillara por su ausencia en el canon literario-historiográfico continental y regional fue la piedra de toque con la que me encontré a la hora de tratar de armar una bibliografía tanto teórica como de textos primarios, aún en centros de investigación con recursos como las universidades del norte.

Empezó a interesarme, entonces, entender cómo se nos veía desde fuera. En este sentido, la entidad territorial ístmica se erigió en una problemática en tanto que estructura o marco ideológico espacial dentro del cual se delineaban preguntas y cuestiones propias de este rincón del mundo, cuya encrucijada entre lo literario, lo histórico y lo geográfico dan parte de una forma terrestre más allá de su límite visible. Es esta la discusión expuesta en el segundo ensayo sobre traición y tradición, en el que se reseña la historia de los avatares de un soneto de John Keats, en donde se sustituye a Balboa por Cortés y las subsecuentes reparaciones del supuesto error poético; o el análisis que hago de un discurso de Theodore Roosevelt, quien reclama el legado balboano del Pacífico como propio”.

Me llama la atención la importancia que el verde tiene en su libro, entendido como lo tropical. ¿Piensa que esta representación del trópico sigue jugándonos en contra? ¿La alusión a las luchas mineras es una manera, un camino, de romper con ese “exotismo”?

“La decisión de utilizar en el prefacio términos cromáticos de la paleta del verde fue aposta, en la medida en que, por un lado, verde es la naturaleza de estas tierras y, por el otro, verde ha sido su caracterización tropicalizada hiperbólicamente. Un tercer motivo tuvo que ver con la inclusión de poemas de autoras panameñas (Osses, Denis de Icaza, Morán) en los que se utilizan metáforas y descripciones de dicho color para pintar a la patria.

El uso del color como gesto de lo exótico nos juega en contra, como bien lo apunta usted, y el mejor ejemplo es el caso del cuento Letanía de la orquídea, de Carlos Fuentes, analizado en el tercer ensayo, donde el verde tropical se cobra la vida del protagonista, cosa que, simbólicamente, representa la muerte del país por la construcción del canal. En relación con eso, las luchas mineras recuperan el lema de “Panamá es verde” reivindicando, un siglo después, el uso de una frase emitida en 1924, desde la mirada estereotipada de un escritor español que pasaba en crucero por el canal”.

¿Cuál fue el resorte que la hizo empezar a pensar lo identitario/panameño a través de Balboa, y por qué le parece necesario pensarlo como problemática?

“El resorte que me insta a cuestionar la construcción de un discurso de la panameñidad cimentado en el personaje histórico de Balboa, polizón y adelantado, es la proliferación de su nombre y figura en el ámbito y quehacer nacional, que abarca desde la iconografía, las divisas, espacios públicos, lemas, cuadernos, una condecoración, un banco, una avenida, una canción de carnaval y hasta una cerveza. El extranjero, en el sentido de ajeno a estas tierras, se convierte en un “panameño nacido en España” en virtud del hecho de la Mar del Sur y su relacionamiento con una figura femenina amerindia ficcionalizada, para crear así una ficción fundacional necesaria en ese momento, tal como se explica en el primer ensayo sobre la obra de Méndez Pereira”.

Este libro cuenta esa relación del istmeño con el mar, con el Canal... ¿Es inevitable que sigamos pensando el istmo, el país, en función de lo que significó ese “descubrimiento”? ¿Piensa usted que deberíamos pensarlo un poco distinto?

“Para los efectos de los tiempos que corren —y me refiero al reclamo del Canal por parte de los Estados Unidos, quizás justo cuando se empezaba a pensar el país al margen de un canal—, la sombra del mismo vuelve para cubrirnos con el manto fantasmagórico de un nacionalismo que poco o nada logró calar en el imaginario popular. En ese marco, es justo y necesario pensar el istmo como país, como nación, desde otra perspectiva: interna, local, realmente propia y colectiva”.

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