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- 24/03/2024 00:00
- 23/03/2024 18:40
“La teoría feminista abre un espacio teórico nuevo en la medida que desvela y cuestiona tanto los mecanismos de poder patriarcales más profundos como los discursos teóricos que pretenden legitimar el dominio patriarcal” (Bedia, R.C. 1995).
Con motivo de este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, deseo señalar que el feminismo ha hecho aportes muy importantes en el tema de la evolución de los derechos humanos, particularmente de las mujeres y las niñas, que somos la mitad de la población mundial.
Sin embargo, quiero resaltar la enorme contribución de las mujeres al conocimiento científico, que como sabemos durante siglos estuvo centrado en la figura del hombre, considerado representante de la especie humana, lo que llevó a un sinnúmero de errores de toda naturaleza en todos los campos del saber.
Afortunadamente desde el siglo XVIII, las primeras feministas empezaron a alzar su voz planteando nuevas interrogantes en los diferentes ámbitos de la vida en sociedad. En el devenir del feminismo, la incorporación de la perspectiva de género, entendida como un punto de partida epistemológico, y como una mirada crítica/ reflexiva, aporta elementos importantes en la producción de cualquier conocimiento científico, saber humanístico o propuesta estética.
La perspectiva de género cuestiona el lenguaje, las categorías, los métodos y los supuestos que, por definición, hacen invisibles a las mujeres y a otras personas feminizadas por los imaginarios sociales y; de esta forma, borran voces, acciones, espacios y cosmovisiones de una gran parte del género humano. Con la perspectiva de género se construyen herramientas y categorías que permiten dar cuenta de una realidad humana que de otro modo pasaría inadvertida (Serret, 2008).
En primer lugar, hay que señalar que producto del androcentrismo en las ciencias, durante siglos solo fue objeto de estudio lo que ocurría en el mundo público, y no a lo interno de los hogares. Como si los seres humanos existieran solo en las fábricas y las oficinas. Nadie se preguntaba, ¿de dónde vienen?, ¿quién garantiza su bienestar?
Concretamente, la Economía consideró trabajo, solo el trabajo remunerado e ignoró el trabajo reproductivo que ha sostenido a la especie humana desde siempre. Tanto así que hasta hace poco se consideraba que las amas de casa NO TRABAJAN.
En general, los modelos macroeconómicos son ‘ciegos al sexo’, al ignorar el trabajo doméstico y de cuidados realizados en el hogar y su relación con el desarrollo humano, la calidad de la fuerza de trabajo, la actividad económica y el producto nacional. Ellos ofrecen una visión parcial y tergiversada de la realidad, que no favorece a la implementación de políticas públicas adecuadas, tendientes a superar las iniquidades producidas por el mercado. Esto redunda en una ciudadanía social de menor categoría para las mujeres (Carrasco, C. 1999).
Los mercados operan sin reconocer que el trabajo de reproducción y de mantenimiento de la vida no monetizado contribuye a las relaciones de mercado, y que incluso sin ese trabajo el mercado y la vida pública no pueden funcionar. Además, se idealiza la familia como institución sin conflictos y con una utilidad conjunta donde los recursos se reparten equitativamente. Más aún, cuando las mujeres entran a participar en el mercado, lo hacen con desventaja frente a los varones, debido a las consideraciones de género que condicionan la división sexual del trabajo.
La población económicamente activa masculina es mayor que la femenina, sin embargo, generalmente el desempleo femenino es mayor porque el mercado laboral prefiere la mano de obra masculina, porque supuestamente está disponible 24/7 los 365 días del año, y las mujeres no, porque sobre ella recae el trabajo reproductivo.
La división sexual del trabajo asigna a los hombres el espacio público (trabajo productivo) y a las mujeres, el espacio privado (trabajo de reproducción), lo que se traduce en relaciones jerárquicas de poder y por lo tanto en desigualdad. Tanto es así que alrededor del mundo las mujeres trabajan más que los hombres, porque ellas realizan el doble y el triple del trabajo no remunerado en los hogares. Esto deja a las mujeres sin tiempo libre para otro tipo de actividades, que sí realizan los hombres (esparcimiento, deportes, liderazgo, etc.). Ellas son la mayoría de las personas sin ingresos propios, lo que redunda en falta de autonomía económica, lo que le impide ser sujeto de crédito, entre otras cosas, como ejercer plenamente su ciudadanía y tener autonomía personal (física, económica y política), como por ejemplo para dedicarse a la política.
Esta situación ha sido estudiada de diversas maneras. La economista Claudia Goldin recibió el Premio Nobel de Economía en 2023 porque se dedicó a investigar y analizar data e información sobre los mercados laborales en un rango histórico de más de 200 años. Ella demostró que es menos probable que las mujeres participen y se inserten en el mercado laboral; y que cuando entran en el mercado laboral y pueden trabajar, ganan menos que los hombres.
Este es precisamente uno de los grandes aportes de investigación de Claudia Goldin: las razones detrás de las diferencias en participación laboral e ingresos entre hombres y mujeres cambian a lo largo de la historia; y hoy en día están más relacionadas con aspectos como la falta de tiempo para trabajar y tomar trabajos mejor pagados, la carga de responsabilidades en el hogar. Además de las expectativas y normas sociales que muchas veces condicionan las decisiones que toman las mujeres sobre sus carreras.
Estas consideraciones afectan toda la vida de las mujeres, incluso se ha comprobado que la mayoría de las que logran destacarse en sus carreras, o en la política, han optado por no casarse o no tener hijos. Esta disyuntiva no se le presenta a los varones.
Es por esto, que la Economía Feminista sostiene que en lugar de pretender maximizar las utilidades debemos poner el centro de la actividad económica en la reproducción, el mantenimiento de la vida y en la consecución de una vida digna para todas las personas. Lo que se llaman trabajos domésticos y de cuidados.
Sus propuestas son: que la vida continúe en su dimensión humana, social y ecológica para las presentes y futuras generaciones (sostenibilidad); que sea una vida de calidad, una vida buena, que abarca a toda la población y a los ecosistemas. Este planteamiento se hace más importante en el momento en que estamos frente a la sexta extinción planetaria y casi al borde de la tercera guerra mundial.
Las mujeres constituyen la mitad de la población que atesora la mayor parte del conocimiento sobre la gestión y sostenibilidad de la vida. La diversidad encierra grandes oportunidades para el desarrollo y las mujeres son sujetos activos de cambio, como portadoras de valores emergentes que la sociedad y la economía requieren para afrontar los nuevos desafíos.
Por ello, y tal y como señala Celia Amorós, hay que hacer del feminismo un referente necesario si no se quiere tener una visión distorsionada del mundo ni una conciencia sesgada de nuestra especie. Es por esta razón que las mujeres deben ser incorporadas a la gobernanza de manera paritaria en todos los ámbitos de la sociedad: en la economía, la academia, la política, la ciencia, las artes.
La autora es directora del Instituto de la Mujer de la Universidad de Panamá