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- 13/01/2019 01:00
- 13/01/2019 01:00
Desde hace varias décadas el mundo debate sobre el futuro del libro, herramienta inútil y sin valor si no es leída o comentada en cualquiera de los formatos que tenemos hoy día a disposición.
Este debate nos presenta varias interrogantes; si se lee más o menos o, si se está leyendo todo lo que se edita. Responderlas con algún nivel de certeza vez resulta más complejo.
Lo que sí podemos certificar es que salen demasiados libros a la calle. Gabriel Zaid en Los demasiados Libros sostiene en esta y en otras de sus obras que la oferta no obedece a la demanda de libros en el mundo entero.
¿Cuánto se lee? determinar esta información con certeza es poco factible tanto en Panamá como en casi todos los países, en tanto que no todo lo que se edita se lee, no todo los libros que se adquieren son leídos y no todos los libros son para leer. Hay libros de consulta que se suman a la gran cantidad de libros editados en cada país.
De hecho, debemos tener presente que el libro es un objeto de arte que se convierte en mercancía apenas se le coloca el código de barra o ISBNS; de allí en adelante el libro se debate en un mar de contenidos que compiten con este objeto de arte que seguramente se cuidó mucho y es muy bueno, pero no tiene las mismas posibilidades de ser vendido si no es editado por una editorial reconocida y que invierte mucho dinero en su mercadeo para que sea vendido en los tiempos estipulados para una edición.
Pero la razón más contundente, de la falta de lectores, es simple: El mundo es pobre y solo el 25% de la población accede a una vida que no se considera en extrema pobreza. Esto es fácil de entender si vemos regiones como los continentes africano y asiático, así como muchos de nuestros pueblos de Latinoamérica en que un considerable porcentaje de la población no tiene acceso a bienes de consumo y gran parte no saben leer ni escribir. En este contexto, muchos de los pueblos originarios están al margen del desarrollo y usan las herramientas que tienen a la mano para sobrevivir y el libro no es parte de esa sobrevivencia.
La respuesta que debemos buscar es cómo romper esa brecha para que todos leamos, para que todos los seres humanos tengamos las mismas oportunidades mínimas de alimentación, salud y una buena educación.
Y esto no depende solo de los libros, pues aunque este producto de consumo nos ayuda ser mejores personas, nos permite conocer otros mundos, con nuevos imaginarios y con nuevos horizontes, queda en espacios reducidos frente a la gran masa de información que nos llega a través de otras vías. No habría que sostener que una persona que solo lee periódicos y revistas no es un lector. Por otra parte, personas que solo leen libros técnicos son grandes lectores, y no lo son aquellos que tienen muchos libros y solo dan un paseo sin reflexión por ellos. Se dice que solo leen libros quienes tienen acceso a ellos y esto no es necesariamente cierto.
Los fenómenos en cuanto a lectura son tan amplios como amplias sus discusiones. Por una parte, constatamos que pocos tienen acceso a libros mientras que en España, el crecimiento de la producción editorial en formatos electrónicos está en el orden del 30%. Un mundo pobre con productos costosos para un reducido número de lectores que existe nos ofrece una lectura interesante. Quienes leen, consumen libros en todos los formatos y quienes no leen no lo hacen aunque tengan una biblioteca en su casa.
Las bibliotecas son otro raro fenómeno en que el libro no ocupa un lugar importante. Estudios sobre hábitos lectores sostienen que se construyen grandes viviendas sin lugar para una. Ese espacio que debería guardar el pensamiento crítico en palabras, lo ocupa una sala de estar con juegos y una gran pantalla en donde la familia se pasa horas. Allí parece no caber un espacio para libros.
Esta tendencia según los estudios, se acrecenta en la clase media alta, en tanto que la clase media da la impresión de que sí reserva un espacio para los libros y algunos forman su pequeña biblioteca. Según la Unesco, una biblioteca debe contener un mínimo de 150 libros básicos, donde están contenidos los clásicos. Se dice que si ya has leído los libros clásicos el resto de libros de ocio que leerás a lo largo de tu vida serán un complemento, pero son los libros clásicos los que verdaderamente hacen a una persona ‘leída', no culta, entendién dose que el libro no hace culto a nadie como muchos alegan.
El libro, así como al buena música, nos llevan a obtener un horizonte más amplio. La literatura y la música, en ese sentido son similares y tal vez tienen los mismos problemas de reconocimiento y comercialización.
En un pantallazo a este maravilloso mundo de los libros, tendríamos que decir que en Panamá estamos leyendo mucho más pero tal vez sin la reflexión y calidad lectora, tema que se pone en evidencia en los libros más vendidos.
Sin embargo, cuando decimos que se lee más es evidente por la forma en que se escribe. Cada vez las obras escritas por panameños son más cuidadas, lo que denota claramente que se ha leído para escribir.
Es un pequeño avance que no debe considerarse triunfalismo, es simplemente un detector de que el libro sí interesa, que cada vez interesa más pese a que los precios de los libros extranjeros han aumentado considerablemente frente a los libros editados en Panamá.
El precio promedio de un libro extranjero es de $35.00 frente a uno panameño que es de $15.00, además, una categoría muy difícil mercadear; prácticamente se hace de boca a boca. Pero sería muy bueno hacer el ejercicio de buscar en las librerías escritores nacionales que nos devuelven la historia y nos recuerdan nuestra identidad.
COLUMNISTA