- 15/09/2020 00:00
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Desde 1571 hasta 1696 se depositaron en los Almacenes Reales de Huancavelica 649 mil quintales de azogue (Lohman Villena, 1949) que permitieron sostener la producción de plata de Potosí y de otras minas de plata en el Perú; pocos conocen que parte de estas riquezas se debe al ingenio de un médico.
La obtención del azogue por destilación, una de las auténticas contribuciones del Nuevo Mundo al progreso científico y técnico en la explotación de minerales, fue inventado por el galeno Lope de Saavedra Barba en las minas de mercurio de Huancavelica (Perú) gracias a su agudo sentido de observación e incansable curiosidad.
Lope de Saavedra Barba llegó al Perú a través de Panamá, procedente de Badajoz, afincándose en Huancavelica en 1617 y desde entonces comenzaron sus estudios para mejorar la forma de los hornos usados para el beneficio del cinabrio. Hacia 1629 intensificó sus experimentos, pero no fue sino hasta el 14 de noviembre de 1633 en que presentó por escrito su invento al virrey Luis Fernández de Cabrera, conde de Chinchón. Las prácticas en gran escala se efectuaron en septiembre de 1635 en la casa del alcalde del Crimen y gobernador de Huancavelica, Fernando de Saavedra. Las pruebas fueron satisfactorias y el virrey no ocultó su alegría ante un invento que no solo permitiría duplicar la producción de azogue, sino también la de plata, sin mencionar el ahorro de mano de obra y de combustible. Con el método “antiguo”, cuando se trataba de procesar 100 quintales de mineral, se necesitaban 184 cargas de icho (combustible vegetal que crece en las zonas altas de la cordillera) mientras que, con el nuevo, únicamente 27. Otra innovación fue el espacio, ya que con el horno “tradicional” la capacidad máxima era de cuatro quintales por vez, ahora podría llegarse a veinte veces más esa cifra. Finalmente, con el nuevo método el número de operarios se reducía de 23 a 3. La segunda fecha importante de esta invención es el 30 de mayo de 1637 cuando se efectuó lo que hoy llamaríamos “prueba de campo” con presencia del nuevo gobernador de Huancavelica, Juan de la Cerda, quien emitió un cauto pero positivo informe. Era una novedad tan revolucionaria que prefirió ser prudente y pidió una segunda comprobación. En octubre de ese mismo año fue el experimento definitivo, quedando acreditado el flamante procedimiento. Sin embargo, lo que debió ser un secreto que la Corona administraría sagazmente, terminó en boca de todos y así, en la campaña 1637-1638 la casi totalidad de mineros de azogue utilizaban el método Saavedra Barba. ¿Qué había sucedido? Fue una situación de lo más banal, pero al mismo tiempo de lo más ruin. Los mineros huancavelicanos se llevaron de parranda al bonachón de Saavedra Barba y al calor del pisco, sin mediar violencia alguna, solo con las alegrías que producen en demasía las bebidas espirituosas, les soltó los detalles de su invento. Debió de ser una velada muy larga y muy sazonada de comida y de brebajes, porque a la temporada siguiente su horno se encontraba plagiado a la perfección por toda esa comarca minera.
Buscando reivindicarse con las autoridades, Saavedra Barba ideó un nuevo modelo de horno que presentó en marzo de 1638 logrando fundir, con solo tres operarios, 300 quintales de mineral usando para ello solo 8 cargas de icho. A pesar de lo exitoso del modelo, el daño a las arcas fiscales estaba hecho y la Audiencia de Lima, si bien ponderó el invento pidiendo un premio en metálico al virrey para Saavedra Barba, recomendó al mismo tiempo un alza de gravámenes. El dinero del premio tardó en llegar, mientras tanto, Saavedra Barba inició una querella sobre el uso general de la patente ya que el infeliz descubridor veía que todos la utilizaban y él no obtenía ni un quinto. Finalmente, en bando del 14 de agosto de 1641 se estableció que Saavedra Barba percibiría, mientras viviese, el 2% de todo el azogue que se procesase en Huancavelica y que se abriría una cuenta a su nombre en la Caja Real para depositarle dicha renta. Sin embargo, esta disposición no fue confirmada sino hasta el 28 de noviembre de 1644 cuando el Acuerdo General de Hacienda declaró que Saavedra Barba tenía derecho al premio. Lamentablemente, el inventor gozó poco tiempo de él porque falleció el 24 de marzo de 1645 (Testimonio en AGI Escribanía de Cámara 511 B).
¿Cómo se difundió el invento fuera del virreinato peruano? Fue por obra de un usurpador, Juan Alonso de Bustamante, que lo introdujo como suyo en Almadén (España) en 1646, recibiendo por ello indebidos galardones: una renta de 1500 ducados con cargo a la Caja de Lima y la conducción del corregimiento del Cuzco (Larruga, 1792). Lo interesante es que el invento se conoció primero en Panamá gracias a que Bustamante olvidó o perdió una copia del Informe de los Procuradores de Mineraje Lorenzo de Ulloa, Fernando Ruiz de Villalba y Antonio de Peralta –con anotaciones del cosmógrafo mayor F. Quirós y del cura D. Cano Gutiérrez, además del sello del veedor Antonio de Salvatierra– preparado en 1641 donde se explicaba el prometedor descubrimiento. Llegado a este punto, Panamá se convirtió en la campana de resonancia de una técnica que permitió la desulfuración del mineral en grado máximo y un gran ahorro de materias primas.
La posteridad ingrata, ni aun con el nombre de su descubridor bautizó el procedimiento que tantos disgustos acarreara a este. El propio Saavedra Barba llamó a sus hornos “dragones” aunque prevaleció el nombre de “buscolines” en las minas de la América española y “hornos de Bustamante o aludeles” en la Metrópoli (Whitaker, 1941).