• 01/05/2022 00:00

Democracia

¿Ustedes se piensan que los que llegan a los puestos de poder se creen por un momento que ellos no son más que pinches mandaderos y que el poder, en realidad, reposa en la ciudadanía? Piensen otra vez

Democracia, el régimen en el que supuestamente vivimos, se denomina así por el término derivado del latín tardío democratia, y este está compuesto por los vocables griegos demos, pueblo, gente, habitantes, y kratos, poder.

Podríamos entonces definir la democracia como una manera de organización social que atribuye la titularidad del poder al conjunto de la ciudadanía.

En los mundos de las ideas, donde todo es perfecto y responde al sentido más elevado de ética y comportamiento ciudadano, en una democracia las decisiones colectivas son adoptadas por el pueblo mediante mecanismos de participación directa o indirecta, a través de los cuales los votantes confieren legitimidad a sus representantes, delegando en ellos su voto.

En sentido amplio, la definición más utilizada de democracia es la que la destaca como una forma de convivencia social en la que los miembros son libres e iguales.

Aquí es donde yo me muero de la risa. ¿Por qué? Pues, porque estamos mucho más cerca de la democracia griega de lo que nos gustaría reconocer.

En Atenas y en Esparta la que tomaba las decisiones era la Asamblea de ciudadanos, si tenemos en cuenta que la población de estas polis estaba conformada en su mayor parte por esclavos y que ni los esclavos, ni las mujeres, ni los niños, ni los extranjeros podían ser parte de dicha congregación, nos quedan un puñado de machos partiendo el bacalao.

Igualito que hoy en día. Sí, señor.

¿Ustedes se piensan que los que llegan a los puestos de poder se creen por un momento que ellos no son más que pinches mandaderos y que el poder, en realidad, reposa en la ciudadanía? Piensen otra vez.

Ellos, los elegidos en los puestos de elección popular se creen ungidos por los dioses con la prerrogativa de lucrarse, ellos y los suyos, todo lo más que puedan durante los periodos en los que consigan aferrarse al poder. Como el pobre timorato del alcalde capitalino, quien, después de ser un terremoto con derrumbe a lo largo de estos dos años y pico, y viendo que ni la cara bonita del Municipio logra levantar ese muerto que ya apesta como marisco dejado al sol varios días, ha tenido que llamar a todos sus amiganchos porque el fundillo se le encoge de frulo pensando en la posibilidad de que lo saquen de su silla antes de poder llevar a cabo la obra elefantiásica que tiene planeada contra viento y marea.

Como aquel que no ve más allá de sus narices, los efluvios de la basura sin recoger, las aceras hechas un colador, la ciudad viniéndose abajo mientras los indigentes se toman por asalto recovecos, rincones y puentes, él tiene la vista puesta en un edificio, tan solo uno, uno no más.

A ese edificio deberá sacarle todo el jugo posible a cada uno de los bloques, las tejas y las tuberías, porque si la cosa sigue así (y esto ni es promesa ni amenaza sino profecía casandrística), en cuanto acabe su mandato, de grado o por fuerza, le va a tocar gastar mucho dinero en abogados y mucha energía en subir y bajar escaleras porque hay mucha gente con la mira puesta en él y la salivilla escurriendo por sus quijadas.

Pero por lo visto a Su Excelencia Botella Bordelesa, (ya ni a tanquecito llega), le da igual todo, a él y a sus adláteres les da lo mismo la democracia.

Y los modernos esclavos, maniatados por sus quincenas, son obligados a seguirlos a base de tuercebrazos y tirante con medio cangrejo, ya que a la fuerza ahorcan y las cornadas del hambre son muy jodidas.

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