La Semana Santa y la religiosidad del panameño

Actualizado
  • 05/04/2015 03:01
Creado
  • 05/04/2015 03:01
La Semana Mayor constituye el polo opuesto al nacimiento (la Navidad); en esta, se conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo

En el calendario de días festivos en Panamá, se incluyen las fechas del vía crucis, los ritos que conmemoran la pasión y muerte de Jesús, ecce homo , que fue engendrado para representar a Dios en la tierra y asumir las culpas humanas, hasta perdonarlas. ‘Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen’. Su inclusión en el calendario de días festivos reconoce el valor económico de estos días de ritos, particularmente en el interior de la República, donde por tradición se practicaban de la manera más tradicional y descriptiva posible, con procesiones y representaciones vivas del camino a la cruz, ese instrumento que los romanos utilizaban para castigar el crimen e imponer autoridad, convirtiéndose en símbolo de un movimiento religioso nuevo que substituye al judaísmo y da origen a una nueva iglesia.

LA ‘SEMANA MAYOR’

El adjetivo cristiano se convierte en un elemento de identidad para amplios sectores de la sociedad hasta el punto de establecer una correlación casi absoluta entre el poder político y la identidad religiosa.

Se podría decir que una buena parte de la historia del mundo occidental es la historia del nacimiento, desarrollo y expansión de la fe sobre un Jesús crucificado.

Por eso, esta semana se le conoce como la Semana Mayor, la que constituye el polo opuesto al nacimiento (la navidad), las fiestas que conmemoran, ahora sí de manera festiva, el nacimiento de ese mismo personaje.

LA RELIGIOSIDAD

Siempre se ha ponderado positivamente la religiosidad de la población panameña. Católicos por bautizo; pero desde hace tiempo esa fe construida en los catecismos y los bautizos, parece haberse diluido con el tiempo y con los cambios socio culturales de nuestra sociedad. La fe religiosa se pudo mantener mientras la sociedad no encontrara otras vías de acceso al conocimiento y a las prácticas seculares cada vez menos fundamentadas en el miedo o la fe, o la ignorancia.

La religiosidad no nace, se construye. Religiosidad es correspondencia con el credo, con el dogma de la verdad revelada. No somos católicos por naturaleza sino por educación y convicción, la cual puede ser parcial o total. Durante los años cuarenta a los sesenta, una corriente de propuestas religiosas, igualmente cristianas, provenientes del norte, denominadas en general, evangélicas, que predicaba retorno a los fundamentos de la fe y del evangelio, logró captar la atención de segmentos de la sociedad, especialmente de gente que procedía de las provincias y del campo, que buscaban precisamente una alternativa frente a una iglesia que se interpretó como poco o nada comprometida con los pobres y criticada por inconsistencias entre la norma y la práctica. Hoy esa corriente, integrada por numerosas congregaciones de distintas denominaciones, se convirtió en la segunda fuerza religiosa del país con un registro arriba de un cuarto de millón de miembros, ahora con una tercera generación cuya condiciones sociales han evolucionado económicamente hasta representar un estamento que influye en la política, en la economía y la vida social del país. Hasta el punto que en los últimos treinta años no pocos políticos buscaron los votos en estas denominaciones con actos de fe que parecieron poco menos que histriónicos. En no pocas comunidades del país, estas distintas congregaciones evangélicas condicionan las prácticas de fe como sociales de su entorno.

LA CULTURA RELIGIOSA PANAMEÑA

En la conformación de la cultura religiosa de la población del istmo, está clara la impronta española en la colonia. Pero también debe estar claro que aquí la matriz hispana se mestiza como muchas otras cosas de la cultura y la biología. La cultura híbrida (Canclini) o sincrética, indígena y afro, es el producto de la manera en que en cada región y pueblo, según los componentes culturales que la constituyeron, se integraron con el trasfondo hispano o indígena, condicionando las variaciones en cada lugar y región. Así será la vigencia de la Semana Santa, pero también debe pensarse que el factor de país de tránsito también debe haber jugado su papel en la construcción de subculturas relativas a la religión, si aceptamos la interpretación de Ricauter. Soler respecto a que la economía de tránsito, fundada en el comercio y el trasiego de gente y bienes, generó una perspectiva distinta de la religiosidad frente a esta matriz moldeadora de la moral y el espíritu de los istmeños. No será lo mismo la semana santa en distintos pueblos con fuertes raíces hispanas en las provincias centrales, que la que se efectúa en otros pueblos más alejados de esa impronta, como Darién, y particularmente en pueblos que no fueron sometidos como los gunas o los grupos indígenas ngäbe, buglé, nasos o bribrí. Las clases dirigentes, vinculadas al comercio y la política, estarían más expuestos a los cambios culturales asociados a principios pragmáticos de su vida cotidiana que a guardar conformidad con los principios de una espiritualidad trascendente.

TRANSITISMO Y RELIGIOSIDAD

Luego, el perfeccionamiento de la economía de tránsito desde el ferrocarril y el canal norteamericano, modificó el tono de la religiosidad, haciéndola más casual y formal que substantiva. Al menos es lo que muchos han llegado a pensar cuando se lee los periódicos en semana santa reclamando espiritualidad frente a una manera de practicarla que pareciera más orientada al sábado de Gloria, especialmente después de la media noche, que al Viernes Santo, cuando, despojados de las restricciones de la formalidad religiosa, el espíritu se torna festivo y profano, una transformación de lo solemne a lo cotidiano, con la mayor naturalidad de una cultura adaptativa. El desplazamiento hacia el interior del país tiene estos ingredientes de una religiosidad que se ve arrinconada por otras prácticas, unas neutras, como el descanso, otras más profanas.

SEMANA SANTA Y SUS CAMBIOS

La Semana Santa, punto culminante de los cuarenta días de recogimiento después de las fiestas de carnaval, reflejan los extremos de la naturaleza humana, de sus miedos y expectativas entre lo que es desconocido y lo que constituye la esperanza en un premio más allá de la vida. La modernidad y el cosmopolitismo diluyeron casi todas las fórmulas de las costumbres del campo y la ciudad que mantenían a las poblaciones vinculadas a patrones que de pronto se percibieron ajenos a nuevas maneras de pensar y conducirse, en lo moral como en lo religioso. En los años sesenta, por ejemplo, la iglesia tuvo que enfrentar la necesidad de aceptar cambios en sus ritos de las misas, substituyendo el latín por el español, y, como en San Miguelito, los cantos religiosos en tono de décimas campesinas. Eso ayudó, pero no resolvió, el problema del éxodo a otras congregaciones y aún la pérdida de la fe. Una institución que tiene dos mil años de existencia y que ha evolucionado como toda institución humana, se enfrenta, en este momento a nuevos procesos de demanda de nuevas formas de espiritualidad que parecieran que no encuentran respuesta claras o no se manifiestan con claridad. La Semana Santa, supone una renovación de esa fe y lealtad con el credo y el dogma de Jesús y su vía crucis por la humanidad.

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