La reunión de este miércoles 13 de noviembre en la Casa Blanca entre el presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden, y el mandatario electo, Donald...
- 24/06/2023 00:00
- 24/06/2023 00:00
Harmodio Arias, Octavio Méndez Pereira, José Dolores Moscote y José Pezet tienen el mérito de estar vinculados al nacimiento y desarrollo de la Universidad de Panamá.
El mérito se ha acrecentado históricamente gracias a los frutos obtenidos en la sociedad por la gestión universitaria. Son millares los egresados que han coadyuvado en la transformación de las estructuras culturales del país, y que han brindado optimismo y eficiencia a muchísimas misiones de la nación.
La Universidad de Panamá ha sido, es y será el aula, la tribuna y el laboratorio más idóneo para crear y transmitir el conocimiento científico y humanístico de todos nuestros tiempos, salvo los períodos de agobio intervencionistas impuestos por la dictadura militar.
La universidad es una especie de república de estudiantes, maestros, egresados y administrativos. Es igualmente una expresión o espejo viviente de la sociedad. Las inquietudes y aspiraciones sociales se incorporan a las inquietudes y aspiraciones de la universidad.
En la afirmación de que la Universidad de Panamá permanece a espaldas de la sociedad, se olvida que la universidad es la misma sociedad en legiones representativas que vive un proceso de sabiduría y de conciencia. Ese proceso de sabiduría y de conciencia es lo que impide que la universidad sea una fábrica de mano de obra mecanicista para el sector público o para el sector privado. Las fábricas de mano de obra, sin humanismo y sin conciencia, no necesitan de la universidad para existir. Los profesionales que lanza la universidad al mercado de trabajo deben tener un sentido social y humano de la existencia. Ese es el desiderátum de los egresados.
La universidad es corriente innovadora imparable.
Puede ocurrir por momentos como que la universidad carece de timoneles. Esta impresión podría generar críticas o contrariedades. Pero una vez la universidad da inicio a su andadura académica, hasta el impulso de la propia inercia fecundiza el surco de la educación y de la cultura.
En la universidad se fragmenta el conocimiento atendiendo un orden jurídico y pedagógico. Las facultades, las escuelas, los institutos tienen su propia dinámica creativa. Esa dinámica tiene su guía, su fin, su independencia, su programa. El programa es lo que garantiza la descentralización y el cumplimiento de la misión universitaria. Si hay controversias electorales en las cabezas de la administración central, siempre apetecida por la publicidad, la maquinaria didáctica de las facultades no es interferida por la pugna de las vanidades.
Si se analiza el papel de la universidad atendiendo únicamente la pugna de vanidades, la apreciación resulta errónea, como si se apreciara como función de la colmena el zumbido y el aguijón venenoso de algunas cuantas abejas y no el laborioso afán de las que quedan generando miel.
Las universidades son repúblicas morales. En ese campo los rectores deben ejercer un magisterio trascendental. Es un ejemplo que nutre todas las arterias de la familia universitaria. Un rector moralmente correcto es respetado y es garantía de una universidad laboriosa y en paz. El estudiante ve en el rector honorable a un guía espiritual insustituible y deseado.
La estatua “Hacia la luz” es la representación del buen rector, porque el buen rector no camina hacia las tinieblas donde impera todo lo negativo de la especie. En igual dimensión se encuentra el superior ministerio del maestro. No debe olvidarse que no solo en la razón encuentra el catedrático su vaso comunicante ideal con el alumno. Hay una relación igualmente docente, provechosa y elevada, que es la espiritual. Es la relación que anuda lazos irrevocables sellados por la admiración que siente el estudiante por los valores morales del maestro. La identidad del hombre y su obra es la que escudriña el universitario cuando enfrenta al profesor en el aula. Los sepulcros blanqueados, los intrigantes y calumniadores profesionales, pueden ejercer la cátedra, pero no la ennoblecen porque carecen de limpieza de alma y porque la envidia los deforma tanto sicológicamente, que en sus labios estrangulan la objetividad, el buen juicio y la verdad.
La universidad, como la sociedad y como todas las instituciones, está sometida a un orden legal. Esa reglamentación debe tutelar el funcionamiento democrático. En la universidad es menester garantizar, además, la continuidad académica sin escollos. Es decir, que nada debe interrumpir la función académica tan primordial de la universidad.
Hay dos polos funcionales que merecen atención en todas las universidades. Uno, el relativo al sistema de elección de las autoridades. Otro, el correspondiente al término de los mandatos. El sistema de elección indirecta estuvo vigente hasta el año 1991. En el pasado, un reducido grupo de enquistados en el Consejo General Universidades –no más de 80 personas– seleccionaba al rector. A partir de 1991, el rector es elegido por toda la población universitaria, fragmentada en los llamados votos ponderados, según el porcentaje atribuido a cada estamento. Este sistema ha merecido críticas, pero es mejor que el que estuvo vigente hasta el año 1991. El perfeccionamiento del sistema podría lograrse distribuyendo de otra manera el valor del voto de los docentes.
En cuanto al término de los mandatos del rector, el derecho a la reelección debe eliminarse. Ese fue el espíritu del movimiento democratizador de 1991 y que tuvo funcionamiento pleno de 1991 a 1994, a pesar de lo que digan los que por razones patológicas niegan la sal y el agua a todos sus prójimos. Asimismo, el período debería ampliarse a cinco años. Tres años resulta muy breve para desarrollar un programa de gobierno. La no reelección del rector obligaría a la primera autoridad a concentrarse en las labores académicas y a no caer en la tentación de desarrollar proyectos políticos que persiguen la continuidad en el cargo por períodos adicionales. Debería adoptarse, en el mejor de los casos, el sistema constitucional que reglamentaria la reelección del presidente de la República.
Estos temas deben ser materia de debate. Se podrían concretar en una nueva ley universitaria. El proyecto se encuentra aprobado por un Congreso Universitario y por el Consejo General Universitario desde el año 1993, archivado más por desdén –por lo que hizo otro rector– que por el valor intrínseco de la iniciativa.
Las universidades son también asiento de múltiples retos. Una población estudiantil enorme, las crecientes exigencias presupuestarias y académicas (en el año 1950 no había más de cinco facultades, hoy funcionan 17), la conspiración nacional e internacional contra las universidades estatales, la racionalización del gasto, las agresiones esporádicas contra la autonomía, son algunos de los problemas que confrontan todas las universidades estatales de América y que deben ser encarados con lucidez, responsabilidad y buena fe por toda la familia universitaria, mucho antes que la universidad entre en crisis terminal y tomen fuerza los totalitarios siempre al acecho, o los anarquistas, siempre delirantes, que sueñan con un nuevo y final cierre de sus puertas como universidad del Estado.
Publicado originalmente el 31 de mayo de 2003.
Un vencedor en el campo de los ideales de libertad:
Nombre completo: Carlos Iván Zúñiga Guardia
Nacimiento: 1 de enero de 1926 Penonomé, Coclé
Fallecimiento: 14 de noviembre de 2008, ciudad de Panamá
Ocupación: Abogado, periodista, docente y político
Creencias religiosas: Católico
Viuda: Sydia Candanedo de Zúñiga
Resumen de su carrera: En 1947 inició su vida política como un líder estudiantil que rechazó el acuerdo de bases Filós-Hines. Ocupó los cargos de ministro, diputado, presidente del Partido Acción Popular en 1981 y dirigente de la Cruzada Civilista Nacional. Fue reconocido por sus múltiples defensas penales y por su excelente oratoria. De 1991 a 1994 fue rector de la Universidad de Panamá. Ha recibido la Orden Manuel Amador Guerrero, la Justo Arosemena y la Orden del Sol de Perú.