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Roberto Burle Marx, paisajista y conservacionista ambiental de América
- 21/10/2023 00:00
- 21/10/2023 00:00
Hay una figura que abrió las puertas en América Latina sobre la importancia del valor ambiental y la riqueza de los trópicos que convirtió en un arte, se trata del arquitecto paisajista brasileño Roberto Burle Marx. Burle Marx es más bien conocido por sus jardines y espacios públicos, pero también por la conservación botánica, la propagación de plantas nativas así como por promover cambios en las ciudades y la sociedad a través de su activismo. Su trabajo se concentra tanto en Brasil, donde se encuentra la mayor parte de su producción, y en otros lugares del trópico como Caracas y Maracaibo en Venezuela o Kuala Lumpur en Malasia. Sin embargo, su impacto es transnacional en cuanto a los logros del resalte de la importancia ecológica de los lugares y la memoria para imaginar el futuro ambiental. También el rol del arquitecto dentro de la ciudad contemporánea en la integración entre los temas de paisajismo, ecología y diseño urbano, un relato donde la naturaleza y la cultura nunca son entidades separadas.
No tuvo un entrenamiento formal como arquitecto paisajista, sino como pintor. Fue durante una estancia en Alemania, entre 1928 y 1930, que aprovechó para estudiar pintura y música, donde nació su interés por el paisajismo. Estuvo influenciado luego de la visitas al jardín botánico de Dahlem en Berlín donde observó las plantas tropicales en exhibición que crecen de forma natural y hasta salvaje en su natal Brasil; el relato de la expedición europea botánica Historia Naturalis Brasilae, con las ilustraciones científicas de la flora americana y su cercano encuentro con la vanguardia artística moderna alemana de inicios del siglo XX. Burle Marx imaginó el futuro para entrelazar puentes entre los siglos XIX y XX, ensayar nuevas estrategias globales de la producción del arte y la conciencia medioambiental en las regiones tropicales como una reintegración estética.
Regresó a Brasil en 1930 y fue en 1932 que obtuvo la primera comisión por parte del arquitecto Lucio Costa para un jardín privado. Lucio Costa era vecino de Burle Marx en Río de Janeiro y fue luego quien realizara la planificación de la ciudad de Brasilia. En la nueva ciudad de Brasilia diseñó los jardines acuáticos del Ministerio de Educación, utilizando los jardines como eventos de arte, yuxtaponiendo colores, volúmenes y texturas, creando una nueva estética de colores y formas. Siendo director del Sector de Parques y Jardines de la Dirección de Arquitectura y Urbanismo en la ciudad de Recife, invitado por el gobernador de Pernambuco (Brasil), diseñó más de 13 jardines públicos como parte de un plan de embellecimiento de la ciudad en 1935. Posteriormente llegaron encargos de mayor relevancia, como los jardines del Aterro en los barrios de Gloria y Flamengo en Río de Janeiro así como el frente de playa de Copacabana e Ipanema donde diseñó el pavimento, entre la calzada y la playa con basalto, un material que ya había sido utilizado desde la colonización portuguesa y que adaptó para su uso contemporáneo.
Burle Marx consideró la arquitectura del paisaje como un instrumento de su activismo, que no estaba concentrado en la protesta sino en su expansivo rol en la sociedad civil a través de la conservación ambiental. Sus acciones eran al mismo tiempo acción y descubrimiento mediante la investigación de las plantas nativas de Brasil, la colección de plantas y el descubrimiento de nuevas especies. Desde su vivero propagó muchas de las plantas encontradas en sus expediciones a la Amazonia, donde descubrió más de 30 nuevas especies. El sitio Roberto Burle Marx –su casa-estudio y vivero sirve como museo natural al aire libre en Río de Janeiro– fue donada al estado de Brasil y está siendo postulada como patrimonio mundial de la humanidad de la Unesco.
Burle Marx capitalizó además su celebridad en Brasil para una campaña frontal en contra de la destrucción del Amazonas, de la lucha de los indígenas por la preservación de su hábitat originario, denunciando desde fines de los años 60, las prácticas destructivas, como los incendios, la tala indiscriminada de los bosques para el usufructo pero sobre todo de la politización y comercialización de la Amazonia. También las amenazas de la urbanización, los nuevos asentamientos y los proyectos viales para el poblamiento de estas vastas zonas naturales, que recuerdan el colonialismo extractivista de apropiación y explotación de los recursos naturales.