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Omar Jaén Suárez: 'Afuera nos ven como un paraíso de la trampa y la corrupción'
- 21/10/2021 00:00
- 21/10/2021 00:00
El historiador y diplomático Omar Jaén Suárez es como una enciclopedia andante. Siempre está produciendo algún libro. Ha hecho suya la frase que dice: “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”. Y es que no se puede quedar tranquilo.
Se trata de un panameño que ama a su país y manifiesta una profunda preocupación por la forma como somos vistos fuera de Panamá. Según sus palabras, nos ven como un “paraíso del desorden y la trampa, de la extremada desigualdad social, la corrupción pública, la injusticia y la impunidad, y con una educación de muy baja calidad”.
Con visible pena, el académico expresa que el paro educativo durante la pandemia fue quizás el peor de toda la región, con efectos devastadores para los estudiantes.
Jaén Suárez es el único panameño que ha obtenido el doctorado de Estado en letras y ciencias humanas en la Universidad de Paris I, Panteón-Sorbona (1977), el más elevado título otorgado por la universidad francesa.
Gran parte de su obra es dedicada al Canal de Panamá. Al respecto afirma que la historia de la República de Panamá giró enteramente alrededor de la Zona del Canal y la presencia de Estados Unidos allí, hasta la puesta en vigencia de los tratados Torrijos-Carter en 1979, de los cuales fue uno de sus negociadores.
Tenemos un grave problema y es el profundo y extendido desconocimiento de la historia por parte de los panameños. De nuestra propia historia panameña, riquísima en verdad, que tiene ya un poco más de cinco siglos desde que nos integramos a la historia universal que comenzó en la bisagra del siglo XV al XVI, en la cual el estratégico istmo panameño tiene un lugar muy importante. El responsable es la mala educación enquistada en el sistema educativo panameño desde hace ya casi cinco décadas, infortunadamente uno de los peores del continente americano, según el desempeño de los estudiantes en pruebas comparativas. Pareciera que los políticos empoderados impidiesen una buena educación de calidad y prefieren crear ciudadanos con poco espíritu crítico, más fácilmente manipulables.
Tenemos relativamente poca documentación histórica por el clima tropical húmedo que destruye los papeles, y la desidia de los responsables, desde hace siglos, de su conservación. El Archivo Nacional es una institución pública también librada a la rapacidad política desde hace varios gobiernos. Fue la obra de un gran estadista, Belisario Porras. Tiene poco personal competente y reclutado por conocimientos y méritos, tal como sucede en general en la administración pública panameña sin un verdadero servicio civil moderno. Además, está bajo el Registro Público que no tiene ningún interés en asuntos históricos y solo le preocupa recaudar dinero de los usuarios, generalmente abogados, que buscan documentos para sus diligencias judiciales. Contrasta, por ejemplo, con el Archivo General de la Nación de Colombia, con su sede en Bogotá, con un personal profesional, competente y servicial. El panameño está también a años luz de los archivos históricos españoles y hasta costarricenses.
Enorme. En este bicentenario, por ejemplo, el mito de Rufina Alfaro, personaje inventado casi a mediados del siglo XX. Después, otro gran invento, el de un presidente de facto el 3 de noviembre de 1903 cuando de hecho todavía no existía formalmente la República que se consolidó realmente el 5 de noviembre. El mito de que Colombia trataba selectivamente peor a Panamá, cuando el tratamiento de las autoridades bogotanas era semejante para todo el territorio nacional. Los mitos en el siglo XX son tan numerosos que ocuparían un libro entero. La pasión política adorna a los caudillos a menudo con virtudes inexistentes.
Es obvio que todo lo que viene del norte, de sus autoridades y sus académicos y hasta de sus medios, para bien o para mal, es recibido como palabra de Dios. Es una larga tradición que se forjó durante todo el siglo XX y prevalece aún en el XXI.
Se puede decir que el Canal de Panamá es hijo de la Sociedad de Geografía de París, puesto que en su seno, en mayo de 1879, se decidió, en el Congreso Internacional que organizó Ferdinand de Lesseps, la construcción del Canal de Panamá. Conserva un gran archivo fotográfico y documental sobre el canal francés. Hace ya veinte años la Sociedad de Geografía de París, la más antigua y prestigiosa del mundo, que tiene más de un millar de miembros activos, me eligió miembro de honor, distinción que comparto con solamente 46 otros extranjeros; entre ellos 6 latinoamericanos. Lo hizo también para honrar a nuestro país y su Canal. Este 15 de diciembre celebrará su bicentenario, solo dos semanas después del bicentenario de la independencia de Panamá de España.
El Canal de Panamá ocupa, tanto en el imaginario colectivo como en la narrativa histórica nacional, un lugar central. La historia de la República de Panamá giró enteramente alrededor de la Zona del Canal y la presencia de Estados Unidos allí hasta la puesta en vigencia de los tratados Torrijos-Carter en 1979, demostración de nuestra capacidad de enfrentar con éxito los mayores retos y a las superpotencias. Es el Canal, de cierta forma, la columna vertebral de la economía de Panamá, especialmente de servicios y de logística. Es la prueba de que los panameños, si queremos, podemos hacerlo muy bien, hasta mejor que los estadounidenses. Es un modelo de excelencia de administración, funcionamiento, innovación e integridad que debería copiarse en toda la administración pública panameña. Es, además, elemento fundamental de la buena marca Panamá ante el mundo exterior. Nuestro país es conocido afuera por el canal interoceánico.
Repito lo que dije en un conversatorio reciente en el Teatro Nacional. “Es imagen más bien negativa: paraíso del desorden y la trampa, de la extremada desigualdad social, la corrupción pública, la injusticia y la impunidad, de educación de muy baja calidad. Nos ven como un país xenófobo e intolerante dominado por gente supersticiosa, sujeto de las listas negras y grises”. Las razones de esta imagen son variadas. Primero, una campaña internacional de parte de las potencias de la OCDE y del Gafi contra los llamados paraísos fiscales. Segundo, porque afuera también saben de la resistencia al cambio del modelo imperfecto y de realidades negativas que vivimos diariamente los panameños y que además advierten muchos extranjeros que nos visitan, abrumados por la basura y el ruido, y víctimas de un servicio deficiente, público y privado. Realidades que existen gracias a una cierta cultura y a la acción de políticos que se aprovechan de un pueblo bueno, pacífico y tolerante de la corrupción, para robarle su futuro, especialmente en bienestar, en salud y saneamiento, y en educación de calidad, mediante el saqueo del presupuesto estatal, el más grosero populismo y clientelismo. Por fortuna, tenemos un nuevo Ministerio de Cultura que debería mejorar mucho el comportamiento cívico de los panameños. Para que la imagen exterior de Panamá cambie, hay que hacer un trabajo externo, pero sobre todo interno, urgente y radical para que logremos verdadera credibilidad internacional y podamos avanzar para ser un Estado plenamente democrático liberal, desarrollado, equilibrado e inclusivo, propio del primer mundo.