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Meditaciones en torno a Victoriano Lorenzo
- 13/05/2023 00:00
- 13/05/2023 00:00
Es obvio que los adversarios de Victoriano Lorenzo conocían bien al hombre que enfrentaban, conocían de su ascendiente sobre las masas liberales, de su carácter, de su espíritu dado a las decisiones, de lo que era capaz por defender sus ideas. Su fusilamiento no hay que verlo simplemente como una violación del tratado de Wisconsin, sino como un acto deliberado, premeditado, dirigido a eliminar a un hombre que en un momento dado podría proclamarse nuevamente jefe del Ejército Liberal del istmo.
En esta obra de Conte Porras encontramos en el capítulo final, ya dirigido a presentar breves comentarios sobre la participación de Lorenzo en la guerra civil, algunas reflexiones realmente dramáticas sobre los últimos momentos de Victoriano. Todas las citas de los testimonios de quienes asistieron al fusilamiento indican que Lorenzo caminó al cadalso con serenidad y con paso firme.
Es así como se conducen los hombres cuando están en manos de sus adversarios. Si recordamos los instantes finales de Morazán al ser fusilado por sus enemigos en Costa Rica, a pesar del dramatismo que implicaba despedirse de su hijo de apenas 18 años, no hubo en el padre de la patria centroamericana nada que denunciara en él flaqueza de alma. Igual ocurrió con Lorenzo, ante la multitud, apenas recogió sus labios y expresó: “Victoriano Lorenzo muere”. A todos sus enemigos perdonó y con gran conciencia de su causa, enrostró a todos una frase de gran censura: “Yo muero como murió Jesucristo”. Murió en virtud de una sentencia injusta y murió abandonado.
La pregunta que todos se hacen es por qué ese espectáculo público. ¿Por qué se llevó a efecto el fusilamiento con toda la parafernalia propia de toda acción intimidatoria? Para profundizar el temor que se sentía por el ejército que comandaba el general José Vásquez Cobo. Los amigos de Lorenzo estaban a buen recaudo y el fusilamiento era un mensaje para ellos.
Hace bien en apuntar Conte Porras que, al ser capturado Lorenzo so pretexto de que organizaba actos de fuerza contra lo acordado en el tratado de Wisconsin, ya pesaba sobre él la condena, porque se le aplicaría el Decreto 933 de 1902, dictado por el vicepresidente Marroquín que indicaba que serían juzgados por medio de consejos de guerra los autores de los siguientes delitos: “... los que se hallan en armas contra el gobierno, el incendio, el asalto, el homicidio, etc.”.
A Victoriano Lorenzo se le imputaba la comisión de algunos delitos comunes llevados a cabo durante la guerra civil. Una sola pregunta haría un abogado defensor: ¿Si Lorenzo cometió tales delitos, por qué sus superiores no lo degradaron? ¿Por qué lo consintieron? ¿Eran cómplices, acaso, los altos jefes militares de la guerra civil de los delitos cometidos por Lorenzo? Se podría hacer otra pregunta: ¿De los miles de combatientes de la guerra civil, solo Lorenzo fue merecedor de un Consejo de Guerra? ¿Cuál es realmente el significado del fusilamiento de Lorenzo?
Los muertos de la guerra civil, de ambos bandos, fueron muertos de guerra. Lamentablemente la estulticia humana fragua estas contiendas fratricidas. Y como decía al principio de mi trabajo, los rencores y los odios entre hermanos son rencores y odios insepultos.
Una vez ocurridos los incidentes de San Carlos y que posteriormente fueron calificados como violatorios del tratado de Wisconsin, don Eusebio A Morales –nos recuerda Conte Porras– fue comisionado por el general Benjamín Herrera para que investigara tales acusaciones. El doctor Morales, calificado por la historia como la conciencia crítica del istmo, no encontró en la conducta de Lorenzo violación alguna al tratado. Pero todo fue un pretexto para eliminar de todas maneras a Lorenzo; se dedicaron a buscar pruebas de los crímenes de este valeroso insurgente y enviaban circulares por los conductos castrenses para comprometerlo.
La reacción contra el fusilamiento de Lorenzo era muy esperada por las autoridades. Deseo contribuir con algunas informaciones que poseo a la investigación de Conte Porras. El gobernador Mutis Durán sabía los problemas de orden público que podría acarrear el juicio a Lorenzo. La copia del siguiente documento que el gobernador de Panamá remitió al ministro de Guerra anota: “Panamá, 20 de marzo de 1903. Ministro de Guerra. Bogotá. Convendría tranquilizar departamento radicar otro Distrito Judicial, juicio Victoriano Lorenzo. Guarnición aquí necesita mil hombres. Gobernador”.
Esa posición del doctor Mutis Durán, gobernador de Panamá, fue creando una seria controversia entre el jefe del ejército acantonado en Panamá, Vásquez Cobo, y la primera autoridad civil del país, hasta el punto que esa diferencia derivó en una crisis enorme que dio al traste con el mando de José Vásquez Cobo en el istmo. Veamos:
El día 13 de junio de 1911, en el interrogatorio seguido al exministro de Gobierno en 1903, don Esteban Jaramillo, el presidente de la Comisión del Senado designada para investigar las causas de la independencia de Panamá, el Dr. Juan B. Pérez y Soto, hace una pregunta precedida del siguiente comentario: “El 15 de mayo fue fusilado en Panamá el indio Victoriano Lorenzo y de aquí data la discordia entre la autoridad civil y la militar del istmo, porque el gobernador Mutis Durán fue opuesto a la creación del Consejo de Guerra que condenó a dicho guerrillero revolucionario a la pena de muerte, y a su ejecución, dirigiendo al Gobierno Nacional varios cablegramas para pedir que el juicio se radicara en otro lugar y que se siguiera por los tribunales civiles ordinarios...”.
Es que el gobernador Mutis Durán exigía el cumplimiento de la cláusula quinta del Tratado de Paz que dice: “Artículo 5º. Exclusiva competencia del poder judicial para promover y hacer efectivas responsabilidades por delitos comunes”.
Los tratados de paz, decía Lucas Caballero, uno de los firmantes del tratado, descansan en la buena fe de las partes. De modo que el Consejo de Guerra verbal contra Lorenzo por la comisión de presuntos delitos comunes fue un acto de mala fe.
Con el pensamiento jurídico del gobernador de Panamá fundado en el Tratado de Paz, nunca Lorenzo podría ser llevado al cadalso, nunca hubiera terminado ante un pelotón de fusileros. Esa posición de Mutis Durán originó la discordia con el jefe del ejército que hizo su crisis violenta la noche del 25 de julio de 1903. En efecto, don Nicolás Victoria Jaén, secretario de Instrucción.
El gobierno de Mutis Durán envió la siguiente nota al presidente Marroquín, la que se explica por sí sola. Dice don Nicolás Victoria Jaén: “... el 25 de julio circuló en esta ciudad (Panamá) El Lápiz, periódico radical, insertando en sus columnas varios artículos de los que habían sido publicados en Bogotá en El Relator y El Comercio con el objeto de censurar el fusilamiento del impenitente guerrillero Victoriano Lorenzo. Con tal motivo, a eso de las 9:00 de la noche, el coronel Fajardo y el general Restrepo Briceño fueron al local donde está la imprenta en que se publica dicho periódico, flagelaron al director y a algunos empleados que allí se encontraban, empastelaron la imprenta, botaron los tipos a la calle e hicieron algunos otros daños...”
La denuncia no se detiene allí. Luego relata el señor Victoria que, en esa misma noche el general José Vásquez Cobo depuso al gobernador Mutis Durán, el que se refugió en un consulado y procedió a asumir el cargo de gobernador, atendiendo órdenes superiores. El general pretendió justificar su conducta de alzado alegando que en esa forma conjuraba un movimiento separatista que prohijaba el doctor Facundo Mutis Durán.
Al final, José Vásquez Cobo, siguiendo instrucciones de su hermano, el general Alfredo Vásquez Cobo, Ministro de Guerra, pidió las letras de retiro y se trasladó a Bogotá.
El director de El Lápiz, el notable panameño José Sacrovir Mendoza, envió sus reclamaciones al presidente de Colombia, pero sin ningún resultado. Como tampoco hubo sanción alguna para el hermano golpista del ministro de Guerra.
Estas reacciones en cadena promovidas por el ejército, en apoyo al Consejo de Guerra y a la decisión de dicho Consejo en contra de Lorenzo revelan cuánto odio sentían por el guerrillero ajusticiado y cuánta intolerancia se vivía en el Panamá que servía de escenario a las tropelías militares.
El general Joaquín Caicedo Alemán en declaración rendida ante el prefecto de Cali, el 8 de mayo de 1905, asegura que los hechos ocurridos el 25 de julio de 1903 precipitaron la separación del istmo. No solo el alzamiento de Vásquez Cobo, sino su atropello a la libertad de expresión porque con base en tal libertad se rendía homenaje a una víctima de los consejos de guerra de los castrenses que comandaba el general Sicard Briceño. Dice así el general Caicedo Alemán, en tan importante pasaje desconocido y que conservo desde mis lecturas de adolescente: “...En este espacio de tiempo presencié el fusilamiento del cabecilla Victoriano Lorenzo y los escándalos del 25 de julio del mismo año (1903) promovidos por el general José Vásquez Cobo, hechos que, en mi concepto, colmaron la medida y precipitaron la separación del istmo, decretada de antemano para el caso de que el Senado colombiano negara su aprobación al tratado Herrán-Hay. La manera como los agentes del gobierno obraron en aquellas dos emergencias excitaron mucho los ánimos y decidieron a los que aún hasta entonces conservaban algún apego a Colombia”.
Estas declaraciones del general Caicedo Alemán se suman a las de muchísimas personas que a la sazón veían próxima la independencia de Panamá, lo que significa que no admitía discusión, ya que el panameño había vigorizado una identidad nacional que lo unía y lo hacía protagonista de todos los destinos.
En muy apretada síntesis he comentado algunos aspectos que la última obra de don Jorge Conte Porras ofrece al escrutinio de sus lectores. Cada cual en este país puede tener la opinión que le plazca sobre los hechos y las vidas de nuestros hombres públicos. Pero la vida de Victoriano Lorenzo invita a la reflexión, no solo por su apoyo a los seres de su etnia, sino por su vida consagrada con pasión a lo que él consideraba como los superiores intereses del país.
Su final tan dramático, su condición de sujeto pasivo de un fallo tan cruel, su caminar solitario entre multitudes para encontrarse con la muerte, y luego recibir –pareciera que a perpetuidad– la corona de espinas de leyendas negras que pretenden justificar el crimen político ejecutado en su contra, todos estos hechos, pasajes insoslayables de la historia patria, don Jorge Conte Porras nos los relata con sencillez, con probidad tan diáfana y rotunda que logra su cometido de contribuir a la redención de un hombre a quien aún se le condena y se le niega el lugar que le corresponde en la sociedad.
El libro Meditaciones en torno a Victoriano, de Jorge Conte Porras constituye un esfuerzo respetable e inteligente para rescatar del olvido tantos episodios honrosos protagonizados por el hombre y recreados intensamente por los pueblos y por quienes los simbolizan.
Si mis palabras, si el estilo de glosar la obra, si mis propias contribuciones pedidas expresamente por el autor, y si mis juicios críticos logran interpretar todo lo que nos enseña el historiador en sus Meditaciones en torno a Victoriano, entonces he cumplido la gratísima misión que me encomendó en forma tan obligante mi viejo y dilecto amigo, don Jorge Conte Porras.
Parte final del prólogo de la obra de Jorge Conte Porras.