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El costo de la humanidad, las historias detrás de la migración inversa
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- 28/02/2025 00:00
- 27/02/2025 18:35
Fabiana y sus dos hijos cruzaban de noche una trocha en Tolé, provincia de Chiriquí, esperando evadir un puesto de control migratorio y seguir su camino hacia el sur. Viajaban en grupo con otros venezolanos, parte de los 2.925 migrantes en el largo trayecto de vuelta a su países, luego de ser rechazados por Estados Unidos, el “flujo inverso migratorio”. Su pies están hinchados de tanto caminar, su piel marcada por enormes picaduras de mosquitos. En el monte, más adelante, Fabiana distingue la luz de dos linternas y la silueta de hombres escondidos. Un acento panameño pregunta desde la oscuridad: “¿Cuántas mujeres hay en el grupo?”.
“Yo dije que no seguía, que por nada del mundo pasaba por ahí. Uno de nuestro grupo fue adelante a ver qué pasaba y nunca volvió. Me di la vuelta con mis hijos y junto con otras cuatro personas caminamos sin saber adónde ir”, cuenta Fabiana. Los encontró un hombre manejando una camioneta cerca de la vía, les dijo que se montaran y lo hicieron. Les ofreció ayuda a un precio. Diez dólares por persona y los cruzaba por el punto de control; si no pagaban, los entregaba a Migración.
Esta es la ayuda que reciben miles de migrantes en Panamá. La humanidad tiene precio por cabeza.
La Estrella de Panamá conoció a Fabiana y su familia, junto con un grupo de unos 30 migrantes venezolanos que esperaban en la entrada a la autopista Llano-Cartí que lleva a la comarca Guna Yala la autorización para poder seguir su camino por mar hacia Colombia.
La mayoría venía de México, donde habían pasado entre 3 y 9 meses esperando la oportunidad de entrar a Estados Unidos. Cuando la administración del presidente Donald Trump eliminó la aplicación CBP-One, utilizada para solicitar asilo en el país, decidieron que era el momento de emprender el camino a casa.
El costo del viaje lo pagan ellos mismos. Algunos compraron pasaje de avión desde México a Colombia. “Tenía mi pasaporte vencido, pero Colombia me aceptaba. Y el día que fui a abordar el avión, no me dejaron abordar y perdí todo. La aerolínea no quiso devolverme el dinero. Yo perdí 700 dólares, mucha gente está allá peleando todavía eso. Eso es un atraco. Ellos saben que uno no puede viajar”, denunció Osvaldo, exmilitar venezolano. Cuenta que vivía bien en Venezuela, pero las historias de conocidos ganando miles de dólares por semana en Estados Unidos lo convencieron a arriesgarse a hacer el viaje.
De autobús en autobús, de refugio en refugio, los migrantes hacen el recorrido por Centroamérica hasta Panamá. Para cruzar a Colombia existen distintas rutas, pero la más corta, económica y segura, es embarcarse en la comarca Guna Yala y llegar en lancha hasta Necoclí, Colombia.
“No lo pedimos gratis. Nada es gratis en la vida”, afirma Roberto, otro migrante venezolano esperando pasar. “Pedimos una solución, una vía que sea segura”.
Antes de entrar en la comarca se detienen a la entrada de la carretera. Personal del Servicio Nacional de Migración (SNM) en el sitio explicó a La Estrella de Panamá que toman los datos de los migrantes y llevan el registro. Miembros del Servicio Nacional de Fronteras (Senafront) vigilan el proceso. Terminado el conteo, las autoridades se retiran y los migrantes quedan por su cuenta. No encontramos presencia de miembros de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) ni de otras organizaciones internacionales.
“Aquí no paga ni Senafront ni la ONU, ninguno. Los migrantes pagan cada uno de su bolsillo. Y los llevan a un lugar que se llama Puerto Dibin”, explicó Narciso Nacho Pérez, presidente de una prestataria de transporte contratada para llevar a los migrantes hacia la comarca. Asegura que se coordina la logística en conjunto con las autoridades nacionales y comarcales, por un costo. “En Puerto Dibin los están esperando varios botes para llevarlos a Puerto Obaldía. Pero ellos descansan primero. Descansan, les dan comida y salen al día siguiente a las 6 a.m. El transporte cuesta 230 dólares hasta Necoclí, pero incluye comida y hospedaje”.
El viaje desde puerto Dibin hasta Necoclí, Colombia, toma aproximadamente 10 horas. Se hace un par de paradas, como en Puerto Obaldía y Capurganá. Por regulaciones comarcales de seguridad, explica Nacho, no se viaja antes de las 5 a.m. ni después de las 5 p.m. Norma que se habría roto en el caso del naufragio que resultó en la muerte de una niña venezolana de 8 años el viernes 21 de febrero. Transportistas locales explicaron que las tres lanchas que salieron ese día partieron a la 1 de la tarde, por lo que no llegaron a Puerto Obaldía antes del anochecer. Dos de las lanchas se detuvieron por seguridad, pero una de ellas, que terminó naufragando, intentó completar el viaje. Fotos compartidas por migrantes también muestran cómo en las lanchas que partieron ese día no había chalecos salvavidas suficientes para todos. Fuentes locales detallaron que las lanchas tienen una capacidad para unas 15 personas, pero que ese día viajaban 19 migrantes y 2 tripulantes.
De acuerdo con cifras oficiales, al 24 de febrero, 2.201 migrantes de norte a sur han salido de Panamá. Si todos hubieran tomado esta ruta, representaría más de medio millón de dólares. Rutas alternas, como partir de Puerto Pilón en la provincia de Colón, son más costosas y peligrosas, ya que la distancia es mayor, así como el tiempo en mar abierto. Además, igual se tiene que parar en Guna Yala y pagar los impuestos comarcales.
“Estoy cansado, marico. Tengo tres días sin bañarme”, cuenta Gabriel tras pasar el registro migratorio. “Tenemos personas que han pasado hasta tres días sin comer, cuatro días sin bañarse, porque no tenemos el dinero suficiente para hacerlo, para pagar una ducha, para pagar comida, un desayuno, un buen café, sólo vamos montados tomando agua y de la caridad de Dios”, afirmó. Gabriel proviene de la isla Margarita en Venezuela, donde era pescador. Su esposa y tres hijos lo esperan allá. “Yo salía todos los días y no me alcanzaba el dinero para comer, para pagar los servicios. Ese fue el motivo para salir y poder darle una mejor calidad de vida a mi familia”, relató.
Gabriel estuvo 9 meses en México, trabajando de albañil por 1.500 pesos a la semana (el equivalente a 73 dólares). “Son pocos los lugares donde nos contratan porque tienen una cuestión con el tema de los migrantes y no nos dan trabajo así tan fácilmente. Entonces, a los pocos migrantes que puedan conseguir cómo trabajar se les paga poco. Se empieza a trabajar a las 7 de la mañana, solo media hora de desayuno y media hora de almuerzo y salimos a las 5 de la tarde. Estamos trabajando 9 horas, 10 horas continuas, y aparte del arriendo que es bastante costoso y nos cuesta cómo pagar, nos tratan mal, no valemos nada para ellos”, explicó mientras se sacaba el sudor de la frente. “Yo trabajé como ayudante de albañilería y trabajé dos semanas más porque la tercera semana no me pude levantar de la cama con los tobillos hinchados, las rodillas, las muñecas... Decidí no ir más a trabajar porque primero está mi salud, y aparte que soy migrante, estoy solo. Imagínense que yo hubiera quedado postrado en una cama, ¿quién me iba a poder ayudar a caminar, me entiendes?”.
A pesar de que ha disminuido, muchos migrantes siguen cruzando Darién rumbo a Estados Unidos. Al 24 de febrero, la cifra oficial era de 2.607 personas.
Gabriel recuerda esa travesía. “Una vez que salimos al Darién, tomamos unas canoas que nos llevan a Bajo Chiquito; en Bajo Chiquito otras canoas y todo es dinero, 25, 30 la primera canoa, 40, 50 dólares la segunda canoa. Llegamos a Bajo Chiquito, dormimos en una cancha, el que tiene carpa, el que no tiene una carpa tiene que dormir en el piso, con unos cartones y ahí está. Nos registran solamente para saber que llegamos y de ahí salimos a la ONU de Panamá, en la ONU de Panamá nos dan para ducharnos, nos regalan una comida si necesitamos comida, si necesitamos atención médica, pero ya después de ahí, todos tenemos que costear nuestro propio viaje”, contó.
Cristina ha hecho el viaje de ida y ahora de vuelta con su pareja. Manda un mensaje a sus compatriotas: “Es demasiado riesgo. O sea, sales con vida o mueres ahí. Con nosotros venía un muchacho de 30 años y él falleció, le dio un infarto. Tuvimos que dejarlo allá. Son tantas cosas que se ven, niños con hambre. Nosotros duramos dos días sin comer, la gente se desmaya, les da hipotermia”.
La Decana entrevistó y conversó con migrantes toda la mañana. Ninguno pidió un centavo de ayuda, solo que se cuente su historia y que Panamá les dé una vía para regresar de forma segura a su país.
“Las aguas del Darién son hermosas, pero, ¡ay, las lágrimas que le sacan a uno!”, suspiró Fabiana mientras veía a su hijo dormir sobre una banca improvisada de cinc.