Este domingo 16 de febrero se efectuó en el boulevard Panamá Pacífico el XXV Festival de Cometas y Panderos, organizado por Aprochipa.

- 16/02/2025 00:00
- 15/02/2025 16:23
El acceso de “neocolonialitis” que ha provocado la actitud y la verborrea del presidente de EE. UU., trae a la memoria un aforismo griego que dice que “los fuertes hacen lo que pueden y los débiles sufren lo que deben”.
La versión en inglés se ha hecho muy popular porque es sintética y rima: “might makes right”. Como dejaron saber los atenienses de esa historia, que tiene cerca de 2.500 años, la justicia sólo tiene lugar entre iguales.
Las relaciones sociales en nuestro mundo de desigualdad, competencia y juega vivo, requieren reglas que en el interior de una comunidad nacional se llaman constituciones y, entre naciones, se llaman tratados. Pero el equilibrio no es la norma.
En nuestras relaciones con EE. UU., por ejemplo, la historiadora Marixa Lasso nos habla de la desaparición de los pueblos de la ruta interoceánica, al inicio de la obra del canal, en un libro cuyo título no puede ser más elocuente: Erased (Borrados), un retrato de lo que les pasó. No tenían defensa.
Por eso, cuando nos tocó recuperar la antigua Zona, tuvimos que asociarnos con el mundo de los años 1970, mundo que todavía se estaba sacudiendo el lastre del colonialismo en Asia y África y que se adhirió a nuestra causa. Eso contribuyó a equilibrar una balanza que solos no habríamos podido mover y produjo un acuerdo que se cumplió. Entonces recobramos, en 1999, todo el territorio enajenado en 1904 por un tratado desigual.
La ciudad de Panamá es actualmente un “conjunto inconstituido de barrios desunidos”, parafraseando una descripción que se hacía de Francia antes de la revolución, y que nos da una idea de cuál es el reto que enfrentamos para hacer de nuestra capital un lugar para vivir. Los problemas del agua, saneamiento, movilidad, vivienda, etc., solo se pueden resolver colectivamente. Por eso es útil revisar lo que ocurrió en la época de la creación de la “Zona”, para entender cómo se fabrica el progreso por asociación.
El primer socio fue, precisamente, EE. UU., cuando vino a construir el canal. El contrato fue leonino, dado el desequilibrio de poder entre las partes. Pero también hubo compensaciones. Por ejemplo, en 1904, la capital con 20,000 habitantes y 60 has. urbanizadas, todavía dependía del agua del Chorrillo en el cerro Ancón, el drenaje era a cielo abierto, muchas calles eran de tierra y la malaria y la fiebre amarilla hacían estragos. Así que, hasta 1914, fuimos gringos.
Se mejoraron las condiciones sanitarias de la ciudad con agua a domicilio, pavimento y drenaje, se creó un reglamento de construcción y el jefe de sanidad del Canal, el insigne William Gorgas, fue encargado de aprobar las edificaciones nuevas en Panamá y Colón.
Más aún, una parte de las tierras del ferrocarril, ocupadas por precaristas en San Miguel y Marañón, fue objeto de un auténtico programa de renovación urbana, utilizando el diseño de la manzana típica de Nueva York, de 60 mts. de ancho (200 pies), fraccionada en lotes de 25 por 100 pies, como en el Lower East Side de Manhattan y con el mismo tipo de vivienda, el inquilinato (tenement house, en inglés). Todo esto se hizo desde la Isthmian Canal Commission y la justificación fue el Canal.
Pero también hubo otra clase de razones que transcribo en palabras propias: “las obras públicas que vamos a hacer nos convienen porque somos los dueños de las tierras del ferrocarril, que se van a valorizar con esas mismas obras”.
El argumento de la valorización era la base de la filosofía económica y social que se difundió en EE. UU. al final del siglo XIX, inspirada por el economista Henry George. El “georgismo”, que así se llama, considera a la tierra como un bien común que debe beneficiar a la sociedad y no solo al propietario. Esto se logra mediante la captura del valor creado por la comunidad, con un impuesto a la tierra que se distribuye en beneficio colectivo. El eco de esas ideas también llegó a la ciudad de Panamá. William Gorgas era “georgista”.
Entre 1904 y 1914 Panamá estuvo encapsulada entre el Casco Antiguo y el parque Urracá (ver mapa). De manera que, desde Urracá hasta donde está hoy la Biblioteca Nacional en el parque Omar, es decir, de Bella Vista, Betania, San Francisco y la mitad de Pueblo Nuevo, quedaban dentro de la antigua Zona, formando parte del sector de “La Savana” (sic) en lo que los norteamericanos llamaron “Municipality of Ancon”.
El alcalde (Mayor of Ancon), era Rafael Neira, quien había firmado el Acta de Independencia de Panamá y había sido constituyente en 1904. El municipio de Ancón publicó en enero de 1906 en The Star and Herald una lista de los contribuyentes, más o menos 170, de los cuales más de 100 tenían propiedades en “La Savana”.
Entre ellos estaban 8 de los 12 próceres, con fincas y edificaciones en áreas como El Carmen, El Cangrejo, Carrasquilla, Juan Franco, Hato Pintado, todas dentro de la delimitación de esa primera Zona del Canal (ver foto). La tasa impositiva anual era de 0.5% del valor estimado de la propiedad (terreno y edificio o solo terreno), que se parece a la que se aplica hoy y que tal vez venga de ahí, pero la definía y la cobraba el municipio.
En síntesis, durante los primeros años de la Nueva Nación, en la ciudad de Panamá se realizaron obras de saneamiento e infraestructura, se estableció el diseño urbano de manzanas regulares en Marañón (que adoptó el diseño de La Exposición 5 años más tarde), se propuso una alternativa a la vivienda informal a través de la vivienda de cuartos diseñada por el arquitecto Parker Wright para los trabajadores del “silver roll”, se creó un sistema de normas de construcción que garantizara la salubridad y se llegó a instaurar un impuesto predial municipal a las propiedades privadas que quedaron dentro de la “Zona”.
Todo esto sacó a la ciudad del atraso relativo en el que se encontraba y la proyectó hacia el siglo XX, en una ilustración reveladora de la famosa frase de Oliver Wendell Holmes jr., “los impuestos son el precio de la civilización”.
Un siglo después, sin embargo, hemos dado un salto vertiginoso hacia atrás y nuestras ciudades están mal, porque la tierra casi no contribuye al bienestar general. Comparado con EE. UU., donde el predial representa más o menos 1,32% del PIB, en Panamá es apenas 0.25%, como 5 veces menos.
La explicación habitual es que no hay transparencia, para qué pagarlos si la corrupción se los come, etc. Bueno, empecemos otra vez, porque la ciudad es un esfuerzo colectivo. Hay nuevas autoridades en municipios y corregimientos. Se puede hacer listas de contribuyentes, como en 1906 y seguirles la pista a las contribuciones.
Tenemos Linas Vega y Olgas de Obaldía que pueden ayudar a ponerle transparencia a la gestión local y generar más educación cívica que traiga un “georgismo” de siglo XXI. En fin, podemos volver a ser gringos, pero como los de antes, que eran otros gringos. Porque hoy, si somos pragmáticos, es mejor ser chinos.
El autor es arquitecto y urbanista. Académico de la Universidad de Panamá