El cambio climático ha pasado de ser una amenaza lejana a una realidad que afecta el presente de la humanidad. Las noticias e informes que advierten sobre el avance imparable de fenómenos como las olas de calor extremas, los huracanes, el derretimiento de glaciares y el aumento del nivel del mar, se incrementan día a día. Las señales claras presentan un planeta al borde del colapso, que suplica un fin a la explotación irresponsable de los recursos naturales, la quema de combustibles fósiles y la deforestación masiva. A pesar de la angustiosa evidencia, las acciones por frenar la crisis climática siguen siendo insuficientes. La sociedad parece estar supeditada a la agenda política que prioriza intereses a corto plazo sobre la supervivencia de generaciones futuras. Mientras, la humanidad enfrenta el reto de detener el calentamiento global que ha ocasionado consecuencias devastadoras; como ejemplo, el más reciente fenómeno de la DANA ocurrido en Valencia, España. Hasta el día de hoy, este ha provocado la muerte de 223 personas, dejado 78 desaparecidos y arrasado con el 25 % de la provincia, según Oscar Puente, ministro de Transporte y Movilidad Sostenible del país europeo. Es primordial entender que el cambio climático no es únicamente un problema ambiental; es una crisis social, económica y de justicia global. Los países más vulnerables, aquellos con escasos recursos para adaptarse, son los más afectados, mientras que los grandes emisores de gases de efecto invernadero continúan sin reconocer su responsabilidad. El cambio comienza a partir de acciones sociales. La humanidad, en conjunto, debe exigir cambios que apunten a energías renovables, prácticas agrícolas sostenibles y políticas que promuevan la equidad y justicia social. Cada acción, por pequeña que sea, suma. No hay tiempo que perder. Las decisiones de hoy determinarán el futuro y la supervivencia del planeta, y de no actuar de inmediato, las consecuencias podrían ser irreversibles.

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