El problema de insuficiencia financiera de la Caja del Seguro Social plantea algunas preguntas. Por un lado, ¿quién pagará los nuevos y costosos programas gubernamentales? Subvencionar más a las personas mayores debería ser la principal prioridad de política pública del país. La esperanza de vida en Panamá hoy es de 78 años, según estadísticas de la Contraloría General de la República. Esos promedios incluyen la mortalidad infantil, que en parte explica la esperanza de vida más corta en épocas anteriores. Sin embargo, incluso excluyendo la mortalidad infantil, las mejoras en la longevidad son asombrosas. Desde la década de 1910, la esperanza de vida según las mejores prácticas (cuánto tiempo se vivirá si se hace todo bien y se recibe buena atención médica) ha aumentado, en promedio, dos o tres años cada década. A estas alturas, el panameño promedio de 65 años puede esperar vivir otros 13 años. 80 son los nuevos 68, ya que la tasa de mortalidad de las mujeres panameñas de 80 años en 2019 era la misma que la de las mujeres de 68 años en 1930. Un niño nacido hoy tiene más posibilidades que iguales de vivir hasta los 95 años. Es posible que la primera persona que viva hasta los 150 años ya haya nacido. Sin embargo, ese triunfo plantea un desafío. La primera revolución de la longevidad se trataba de lograr que la mayoría llegara a la vejez; el segundo se referirá a los cambios en la forma en que envejecemos: ¿Serán esos años adicionales vigorosos y saludables? ¿O estarán llenos de enfermedades crónicas y fragilidad? Con optimismo que la segunda revolución de la longevidad presenta una oportunidad para repensar la forma en que vivimos toda nuestra vida. Sin embargo, en este momento no estamos preparados para cosechar los beneficios de estas vidas más largas.

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