El Tren de Aragua, peligrosa organización venezolana con actividades delictivas que van desde la trata de personas y la explotación sexual hasta el narcotráfico, ha extendido sus tentáculos en toda la región y, desgraciadamente, ha llegado a Panamá. Lo revelaba esta semana el presidente José Raúl Mulino en una entrevista con Telemetro, y lo reafirmaron a este diario el Ministerio de Seguridad y la Policía Nacional. Esta realidad no es más que la prueba de lo debilitada que está nuestra seguridad. Por mucho tiempo se ha denunciado la descomposición interna de los estamentos, la infiltración del narco en la política, y hoy estamos pagando las consecuencias de la omisión y la indiferencia. La migración irregular también es un componente crucial; sin duda que, en la enorme diáspora venezolana, los delincuentes encontraron una oportunidad para expandir sus actividades ilegales a otros países, y los gobiernos de la región llevan meses intentando poner freno al avance de esta banda, lamentablemente, sin mucho éxito. La información y cooperación de Venezuela es clave para desarticular esta banda y sus ramificaciones. Pero, conociendo el régimen de Maduro, no cooperará con Panamá tras la postura firme y enérgica que ha asumido Mulino en defensa de la democracia de ese país. No podemos claudicar frente a un riesgo de esta magnitud. No se puede ceder ni un milímetro a estos criminales. Mirémonos en el espejo de Ecuador, México o Perú; no subestimemos y actuemos. Que el miedo no triunfe en la sociedad. El Tren de Aragua es un pulpo delincuencial y obliga a una respuesta dura y sin descanso.

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