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- 03/02/2021 00:00
Vivir en paz
Sucede que, cuando de viaje se trata, se carga equipaje en exceso. Y pesa. Kilos y kilos en la maleta o maletas de sobra. Esa maleta que se arrastra por todas partes. Que pesa en el aeropuerto. Que pesa al subir al taxi. Que pesa al llegar al hotel. Que pesa más aún al emprender la vuelta a casa.
De repente hay un momento de lucidez. Entonces el viajero mira todo ese equipaje y piensa: “¿Para qué traje más de lo que necesito?”. Pero lo hizo. Encontró motivos para hacerlo. No se dio cuenta, pero inventó razones para cargar y cargar la maleta. “Esto… por si hace frío”. “Aquello… por si hace calor”. Que “lo otro… por las dudas”. Y así, sigue y sigue. Podría seguir hasta el infinito, o por lo menos hasta que el equipaje reviente. Al final, lo que realmente necesitaba era mucho menos. Y lo comprueba cuando descubre el placer de viajar ligero de equipaje. Entonces se siente más liviano, más ágil, más feliz. Lo mismo ocurre en ese viaje que iniciamos al nacer y finalizamos al morir. Un viaje en el que muchas veces circulamos, andamos, caminamos con exceso en ese equipaje emocional.
Piensa en esa mochila, en esa maleta, en ese equipaje invisible cargado de inquietudes, de lamentos, de molestias, que llevas sobre tus hombros. Noche y día. Semana tras semana. Año tras año. Un equipaje cargado de piedras invisibles. Cargado de problemas que no te permite avanzar. El equipaje de la desesperanza. También con problemas de otros. Problemas que otros deben resolver, pero que depositan en tu equipaje para aliviar lo de ellos. Y problemas que no son problemas. Y tareas que algunas personas multiplican sin sentido. Y ambiciones desmesuradas. Y culpas que tienes por dentro. Y miedos que paralizan, que te agobian. Y angustias que oprimen el pecho. Y tristezas que hunden. Piedras y piedras pensando en el equipaje de tu vida. Haciendo cada vez más pesado tu ir y venir. Doblándote, encorvándote, torciéndote poco a poco. Así es el sufrimiento humano: un equipaje demasiado pesado. Lleno de trastos inútiles que pesan como condenados.
En estos tiempos de pandemia, los cuales han provocado innumerables frustraciones, fracasos, pérdidas, sueños truncados, y frentes de batallas personales, debemos reflexionar si ya es hora de deponer actitudes belicosas y reconciliarnos con los seres queridos, amigos, compañeros, vecinos, y otros. Es hora de alivianar pasiones desmedidas. Es hora de estar en paz con uno mismo y con los demás. No es fácil cuando hay tantas heridas por cerrar, tantos conflictos innecesarios. Pero, tampoco es difícil.
Es momento de “vivir en paz”, en contraposición a las disensiones, riñas y pleitos. “Vivir en paz”, es una virtud que se antepone al odio y procura la mediación y la concordia entre los seres que comparten un hogar, un grupo, una sociedad o una nación. “Vivir en paz” es, literalmente, reconciliarse y volver a las relaciones sanas. Lo que hemos de hacer es crear ambientes de aguas claras y aire limpio, donde se puedan corregir los defectos y conservar lo positivo. Eliminar la codicia y garantizar una existencia digna.
Las personas que están conscientes y aprecian haber logrado lo que querían y practican el agradecimiento de forma cotidiana son más felices, optimistas y poseen una autoestima elevada. La gratitud es una emoción que se produce al reconocer los beneficios recibidos y es parte fundamental del bienestar personal. Solo pensar o escribir sobre las cosas o personas de las cuales nos sentimos agradecidos nos aumenta la felicidad.
Quiero invitarles a que cada día, desde hoy, antes de dormir, le den gracias a quienes quieran, a Dios, a su santo, a su amor, a sus seres queridos, a sus amigos, compañeros de trabajo, por alguna causa o por alguna razón o sin ella: gracias por estar vivos, por estar acompañados, porque alguien les quiere, por compartir el amor, por su familia, por tener empleo, por dormir tranquilos, por tener una cama, por no andar en la vida con grilletes en el alma. Por lo que quieran.
En tiempos de pandemia, donde la muerte parece acechar, y, aunque parezca irónico, hay personas enamoradas de la vida, disfrutan del sol y una buena noche de luna. Son prudentes en los momentos críticos y audaces si es necesario serlo. Aprendieron a alivianar el equipaje de la desesperanza. Observan, sienten y reconocen que llevan piedras de las cuales deben desprenderse. Y, aprendieron a perdonar. De lo que se trata es de viajar más livianos por la vida. Una buena opción es escribir notas de agradecimiento y buscar a esa o a las personas que lo merecen y entregárselas. O, tal vez una llamada, o, un abrazo y un beso desde lejos. Y, cantar como lo haría Mercedes Sosa: “Gracias a la vida que me ha dado tanto”.