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- 09/11/2021 00:00
¿Cuál violencia ocultamos?
Boaventura de Sousa Santos habla de “poder crudo y poder cocido”; creo que se puede hablar también de violencia cruda y violencia “cocinada”. Aunque, siendo finos con el lenguaje, creo que se podría hablar de más clases de violencias: obviamente, la cruda y, entre las “cocinadas”: la “tapada”, la institucional, la empresarial, la “amorosa”, la “yo-no-fui”, la religiosa, y otras que se me escapan.
La violencia “cruda” es la obvia, la que ejerce descaradamente y con saña el ladrón, el machista, el que hace “buling”, el policía arrogante, es la que se hace en forma descarada, con lujo de fuerza y, a veces, con impunidad. La violencia “cocinada” es otra cosa: es la que busca justificaciones, leguleyadas, ideologizaciones, apela a la ignorancia y a derechos extraños, incluso se justifica religiosamente.
La violencia “tapada” es, por ejemplo, la mal llamada doméstica, que no se hace pública hasta que hay una golpeada o, peor aún, un herido o muerto/a. La violencia institucional es más clara: la que ejerce la policía cuando se impone, cuando es brazo armado de los poderosos, es “cruda”, pero es oficial, por tanto, la hacen ser válida. Es la que se ejerce al desalojar asentamientos informales y destruir casas de la gente, todo se justifica con la firma de un juez (él o ella). La violencia empresarial es la ejercida por los dueños de fábricas y/o empresas, rurales o urbanas, al pagar bajos salarios y justificarlos con mil “razones”; o la ejercida por señoras (o señores) que se creen princesas, que deben tener sirvientes y pagan cualquier cosa por servicios que les hacen. O la de los bancos, o…
La violencia “amorosa” es la de la que habla la canción: “dice que me quiere, dice que me adora, pero no me quiere náa”. Es la del que golpea-grita-ofende e inmediatamente reitera su “cariño”, vuelve a golpear y vuelve a reiterarlo, así hasta el desenlace fatal. La violencia “yo-no-fui” es la del que se hace el ignorante que no quiere enterarse de lo que significan sus acciones. La violencia religiosa es la que claramente impone unas creencias y provoca culpas y/o castiga a quien no hace caso de esas creencias.
Hace poco hemos sido testigos de tres de estas clases de violencias: una, ha sido la “cruda” de los que asaltaron y mataron a unos que iban en un carro o de los que estaban en la no-discoteca. ¿Falta de vigilancia? ¿Quién vende armas? ¿Quién controla esas ventas? ¿O la Asociación del Rifle gringa tiene sus tentáculos en Panamá? Otra ha sido la religiosa: la niña que fue violada y la obligan -religiosamente- a seguir con el embarazo. Otra ha sido la violencia institucional que han ejercido jueces, autoridades y policías al irrumpir en asentamientos populares (Tierra Prometida, en Arraiján y Barro Blanco, en Chiriquí), con lujo de fuerza, destruyendo casas, echando gas a la gente, disparando balas de goma y perdigones, apresando gente.
¿De qué sirven las leyes si solo se aplican sobre quienes “invaden terrenos”, pero no a quienes roban millones o dilapidan bienes del Estado? Cuando un óvulo y un espermatozoide se unen, hay vida, pero no vida humana; en cambio, cuando la gente vive en terrenos que no son suyos legalmente, ahí sí hay vida humana. Pero no se puede abortar, aunque sí se puede pisotear y herir a los que están en esos asentamientos. ¿Qué diría Jesús? Los que roban una gallina, van presos; los que roban millones de dólares, tienen muchos abogados que los defienden y no van presos, al contrario, ¡hasta candidatos son! Los que sacan oro con una bandejita en ríos, están haciendo algo ilegal y van presos; los que se llevan miles de millones en oro y cobre, destruyendo el ambiente, esos tienen “seguridad jurídica”.
Demasiadas preguntas surgen y surgen. ¿Qué sistema de justicia tenemos? ¿Qué justificación tienen estas violencias? ¿Qué paz estamos trabajando con estas acciones? ¿Qué justicia queremos implantar? ¿Dónde está la violencia real? ¿Qué violencia ocultamos? ¿Qué patria (matria) estamos construyendo?